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NUEVO CANTO GENERAL DE MÉXICO / 262

HERMANN BELLINGHAUSEN

Insurrección de las palabras. Poetas contemporáneos en lenguas mexicanas (en Ojarasca). Selección y prólogo: Hermann Bellinghausen. Itaca, México, 2018. 317pp. “Las palabras de nuestros abuelos no deben morir, deben resurgir para hacerse oír. La diversidad de voces nos la dio la naturaleza y ella nos entiende. Se escribirán nuestras lenguas y se declamarán ceremoniosamente para regocijo de nuestros dioses, quienes recobrarán su rostro y su aliento con nuestros cantos”. Mario Molina Cruz

A tres décadas de iniciar camino, Ojarasca presenta una selección de poesía escrita en lenguas mexicanas, o desde las comunidades y las culturas indígenas del país: 130 autores, hombres y mujeres, se dirigen con fuerza y entusiasmo a todos nosotros, y construyen lo que Carlos Montemayor llamó “el nuevo Canto General que Neruda hubiera celebrado”. No puede omitirse la participación en este despertar literario, verdadera insurrección de la palabra, de escritores y editores de lenguas mexicanas que en lugares claves de la geografía nacional lo han acompañado, traducido, analizado interactivamente, antologado. Dos de ellos, Carlos Montemayor y José Antonio Reyes Matamoros, murieron prematuramente, en 2010. El primero mantuvo un intenso contacto con los autores mayas peninsulares, y el tiempo lo aproximó a los poetas zapotecos, los nahuas del centro y los escritores mayas de Chiapas. Reyes Matamoros a su vez promovió durante dos décadas, con entusiasmo contagioso, la creación literaria en tsotsil, tseltal, ch’ol y tojolabal; decenas de títulos individuales y colectivos de poetas y narradores indígenas jóvenes; centenares de textos pasaron por sus manos y sus ojos. Y sólo hizo lo que un buen editor.

Montemayor, junto con el importante mexicanista Miguel León-Portilla, sirvió de puente para las literaturas indígenas contemporáneas, las atrajo a la vista de la siempre díscola cultura nacional. Ambos maestros, comprometidos desde dentro, han dado fe de la nueva grandeza mexicana (aprés Balbuena y Novo), la lopezvelardiana novedad de la patria que desde el fin del milenio anterior florece en las palabras menos esperadas, con acentos puestos sobre la raíz de cosas que la mentalidad “occidental” da por sentadas y vencidas.

Otro estudioso y promotor fundamental fue Víctor de la Cruz, encargado de cosechar la obra concatenada de un largo siglo de poetas zapotecos de primer orden. El artista Francisco Toledo también ha respaldado con inspiración la escritura indígena de Oaxaca, en particular, una vez más, la zapoteca del Istmo. Un impulso pionero en la expresión escrita indígena provino del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, establecido por Alicia Martínez Medrano en las comunidades chontales de Tabasco en 1983, un “experimento” que enalteció y enaltece al teatro mexicano, y que ha extendido su influencia a la península de Yucatán y Sinaloa. Y en los Altos de Chiapas, la cooperativa Sn’a Tzibajom.

La suma de elementos sinérgicos y explosivos ha generado un escenario complejo y esperanzador para la escritura en lenguas en épocas en que las “esperanzas culturales” del país andan por los suelos apagadas por el oportunismo presupuestal o mercantil y los prejuicios burgueses de la llamada clase intelectual.

Una nómina, así fuera provisional, de autores relevantes de estos años sería grande, incompleta sin remedio, aunque registrase el boom de poetas tsotsiles que se cuentan por decenas, algunos de veras brillantes. La narrativa tseltal tiene al menos tres cuentistas entre los mejores del México contemporáneo. La poesía y la reflexión nahuas han crecido en el Valle de Anáhuac y las sierras de Veracruz, Guerrero y Puebla. Las lenguas de Oaxaca se abren paso en la selva de las palabras. En su península, los poetas mayas siguen justificando el entusiasmo inicial de Carlos Montemayor en los años 80. Él mismo escribiría a principios de 1999: “Es necesario recordar que México es también el alma de esos idiomas”. Y concluía: “Sé que esas culturas, esos pueblos, esos idiomas profundos y nítidos, son los que mejor podrían decirnos ahora qué es México, qué no hemos descubierto aún de nosotros mismos” (en La literatura actual en lenguas indígenas).

Abundan los movimientos y los esfuerzos regionales. Las intervenciones estatales, por razones no siempre generosas sino convenencieras o propagandísticas, o para justificar presupuestos, como sea han tenido su importancia al menos para que se publique la literatura indígena. Ciertamente fue un hito la creación de Escritores en Lenguas Indígenas, en la Ciudad de Texcoco en 1993, “tierra del poeta y gobernante náhuatl Nezahualcóyotl”, como ha recalcado el organismo. Es el primer cuerpo nacional de escritores indígenas y ha asumido funciones educativas, editoriales y de gestión en favor de las escrituras, los escritores y sus lenguas.

No existe, ni hace falta, un canon de la literatura en lenguas indígenas. Ayudaría tal vez un mapa. Hoy, la identidad cultural de México se encuentra desgarrada entre las violencias, la migración forzosa, la desinformación, la acumulación insultante de riquezas por unos cuantos, la corrupción generalizada de políticos, policías y grandes empresas.

Qué tal que resultara que el mejor antídoto contra la desvergüenza y el autoritarismo es el cantar paciente, antiguo y bien moderno, diferente y nuestro, de las lenguas mexicanas. Anteceden al castellano en estas tierras, y cinco siglos después de que fueron “suprimidas” siguen, irreductibles, y en su cantar nos hablan.

Del prólogo de Insurrección de las palabras

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