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EL IMPARABLE CRECIMIENTO MAPUCHE

RAÚL ZIBECHI

Temuco, Chile

El epicentro de la cultura y la resistencia mapuche esta  situado en una amplia franja entre la cordillera y el  océano, las provincias Malleko y Arauco, regiones donde  los conquistadores fueron rechazados, territorios donde se  conservaron las tradiciones y las comunidades que ahora  están recuperando una mínima, pero decisiva, porción de  las tierras usurpadas siglo y medio atrás.

El interminable tapiz verde se mece al compás del  viento, como un oleaje amenazante a punto de engullir  poblados, carreteras y gentes. Un paisaje monótono  pero sedoso, salpicado aquí y allá por praderas y colinas coronadas  siempre por el verde oscuro de las plantaciones de pinos.  A un lado se adivina la cordillera. Al otro la llanura deambula  hacia un mar que nunca termina de decir presente.

La ciudad amanece cansina, como un pueblo grande de  provincias, a medio camino entre la metrópoli histérica y la  apacible aldea agraria. En el mercado Pinto, las familias se  arremolinan en torno a los centenares de puestos que ofrecen  verduras y frutas, carnes, mariscos y una impresionante  variedad de especias entre las que sobresale el merkén ahumado,  ají molido fino, suavemente picante, que es la estrella  de la cocina mapuche.

Cuando aparece una carreta tirada por bueyes con un  enorme cargamento de casi cuatro metros de altura, Andrés  explica que son familias vendedoras de cochayuyo, un alga  de gran valor alimenticio que puede alcanzar los 15 metros,  en la costa del Pacífico. Andrés Cuyul es el presidente de la  Comunidad de Historia Mapuche, un colectivo de académicos  que siguen aferrados a sus territorios, viven en terrenos  en los alrededores de Temuco y continúan vinculados al  movimiento.

Callejeando el mercado a través de infinidad de puestos  informales, comienza a explicarnos el conflicto con el municipio,  alternando diálogos con las vendedoras. A principios  de diciembre una ordenanza del alcalde decidió prohibir la  actividad comercial ambulante dentro de un perímetro de  exclusión en torno al mercado. La particularidad es que la ordenanza  impone multas tanto a quienes venden como a los  que compran sus productos.

Entre los castigados hay dos sectores: por un lado un colectivo  de 750 pequeños horticultores artesanales de áreas  cercanas a Temuco, y por otro los vendedores de cochayuyo,  uno de los alimentos más apreciados por los citadinos. Cuando  los agentes municipales quisieron quitarles la mercadería  a familias que viajaron a pie durante diez días desde Tirúa, en  la costa, los transeúntes defendieron a los vendedores y los  forzaron a retirarse. Tanto las familias vendedoras de cochayuyo como las horticultoras son en general mapuche.

“Los días posteriores al asesinato de Camilo Catrillanca”,  dice Andrés en tono triunfal, “toda esta zona amaneció repleta  de globos negros, colgados por las vendedoras en señal  de luto”. Un golpe de efecto de gentes que apechugan cinco  siglos de nones y mentón al viento.

DE MATÍAS A CAMILO. Conocí a la mamá de Matías Catrileo  por casualidad, en el penal de Temuco cuando visitaba a los  hermanos Benito y Pablo Trangol y al machi Celestino Córdova.  Los chicos fueron acusados de la quema de una iglesia  evangélica, pero fueron incriminados por “testigos sin rostro”  y se les aplicó la Ley Antiterrorista. Celestino fue acusado en  el marco de las investigaciones de la muerte del matrimonio  de hacendados Luchsinger-Mackay, en 2013, una hacienda  que desde hace siglos quieren recuperar sus propietarias: las  comunidades de la zona.

Un grupo de mujeres con atuendos tradicionales habla  en voz baja en torno a los presos, en la pequeña capilla que  nos cobija. Mónica Quezada, madre de Matías, asesinado  por la espalda en 2008 mientras recuperaba tierras, tiene el  rostro endurecido por el dolor: “Si comparo la situación actual  con once años atrás, veo un cambio notable en nuestro  pueblo”. Se refiere a la masiva y maciza movilización social a  partir del 14 de noviembre de 2018, cuando fue asesinado  Camilo Catrillanca, también por la espalda.

Así como el asesinato de Matías forjó una nueva camada  de militantes, el de Camilo está ampliando el horizonte de  todo un pueblo. Lo realmente nuevo en el Chile actual, no  es la centenaria lucha mapuche, sino el involucramiento de  nuevas camadas de jóvenes (y no tan jóvenes) en una pelea  de larga duración contra un Estado genocida y terrorista.

Simonna y Ange encarnan a la nueva generación mapuche  de jóvenes, profesionales, feministas. Una es miembro  del Colectivo de Historia Mapuche y vive en Santiago.  La otra es periodista e integra Mapuexpress, quizá la web  más importante de comunicación mapuche. Participan en  espacios mixtos, porque se están construyendo “sujetos  heterogéneos”, como destaca el historiador Claudio Alvarado  Lincopi, algo que no está pudiendo entender la izquierda  porque “en su endogamia sólo le valen sus propias  tradiciones”.

Ambas aseguran que el mundo mapuche está en plena  expansión, la recuperación de tierras, de la lengua y un  apoyo que no para de crecer a lo largo del país. Simonna registró  la masiva reacción de la población chilena ante el asesinato  de Catrillanca, con movilizaciones en por lo menos  30 ciudades, incluyendo las del lejano norte. En Santiago  se contaron cien cortes de calle, con barricadas y hogueras,  durante horas, con cientos de vecinos. Muchos de los que  no salieron, golpearon cacerolas asomados a las ventanas,  sobre todo en la periferia. En algunas zonas las movilizaciones  se prolongaron durante 15 días.

LENGUA Y TERRITORIO. La expansión del mapudungun merecería  un estudio específico. Miles de jóvenes lo aprenden,  tanto en barrios populares como de clase media urbana. En  la Villa Olímpica, en la comuna de Ñuñoa, barrio de clase media  de Santiago, la hija de mi anfitriona estudia mapudungun  en su escuela, por propia elección. Lo mismo sucede en otras  tres escuelas del distrito.

La recuperación de tierras es el aspecto más evidente, y  el más reprimido, de este crecimiento mapuche. La provincia  malleko es el epicentro. Es una amplia faja al norte de Temuco,  desde la cordillera hasta la costa, que involucra nombres  históricos y emblemáticos: Angol, Collipulli, Traiguén, Lumaco,  Ercilla, Renaico. Sitios que integran la “zona roja” que  concentra los conflictos desde la Colonia. Allí nació en los 90  la Coordinadora Arauco Malleko, hace una década la Alianza  Territorial Mapuche, y funciona el parlamento Koz Koz, una  organización joven y horizontal que recupera tradiciones y  espacios donde se reproduce la vida y la cultura.

En esta región, y en la costera de Cañete y Tirúa, se concentró  la resistencia al español, por comunidades que les propinaron  las mayores derrotas que conocieron los conquistadores  en las Américas. La memoria larga de los mapuche se completa  con la usurpación de sus tierras en la segunda mitad del siglo  XIX, en la mal llamada Pacificación de la Araucanía.

Ahora esa memoria ha sido revitalizada por una oleada  irrefrenable de recuperaciones, pero también por entregas  de tierras del Estado desde los años de la reforma agraria  de Salvador Allende para aplacar la bronca centenaria. La  demanda de tierras corre pareja con la exigencia de autonomía,  que trasmuta los terrenos en territorio mapuche autogestionado.

En algunas áreas, como el triángulo entre Ercilla, la costa  de Tirúa y Loncoche (al sur), las recuperaciones de tierras van  conformando una mancha de poder comunitario mapuche.  En las 1,200 hectáreas del ex fundo Alaska, recuperado en  2002, viven hoy dos comunidades (Temucuicui Tradicional y  Autónoma), en tierras que fueron de la Forestal Mininco del  grupo Matte, que posee 700 mil hectáreas usurpadas a las  comunidades.

Andrés y su compañero de la  Comunidad de Historia,  Pablo Marimán, reflexionan sobre los caminos que adivinan  para un movimiento del que se sienten parte. Les gustaría  que la identidad mapuche fuera más abierta y no tan escorada  hacia la comunidad agraria, cargada de todas sus tradiciones,  incluyendo pesadas herencias patriarcales y caudillistas  que reproducen opresiones. Por eso tienen un ojo puesto en  las ciudades, donde proliferan mapuche feministas, lesbianas  y gays, profesionales y artistas, abriendo la identidad hacia  la diversidad. “Pero debemos reconocer que las que sacuden  al Estado chileno son las comunidades tradicionales cuando  recuperan tierras”, confiesan.

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