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AUMENTA LA VIOLENCIA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN TODO EL MUNDO

WAHINKPE TOPA (FOUR ARROWS)

“Es una pena que la caballería brasileña no haya sido tan eficiente como los estadunidenses, que exterminaron a los indios”.

Jair Bolsonaro, citado en Correio Braziliense, 12 de abril de 1998

A pesar de algunos avances aquí y allá, el fenómeno de la violencia anti-indígena parece estar aumentan­do una vez más para coincidir con los sentimientos de los primeros colonizadores de todo el mundo. La frase de Bolsonaro —una de las muchas que el presidente de Brasil ha expresado a lo largo de su carrera, incluidas las de sus recien­tes promesas de campaña— refleja esta tendencia. El IWGIA (International Work Group for Indigenous Affairs) informó en agosto de 2018 que “más que nunca en los últimos tiempos, los defensores de derechos humanos indígenas son asesina­dos, atacados o acosados en sus esfuerzos por proteger sus tierras. Los Estados, no necesariamente los perpetradores, no quieren o no pueden proteger a los pueblos indígenas y, en algunos casos, colaboran con los perpetradores”.

Según un análisis realizado por el Fondo Carnegie para la Democracia (Carnegie Endowment for Democracy), el con­texto generalmente se relaciona con megaproyectos vincu­lados a industrias extractivas y grandes empresas.

Estados Unidos no es una excepción. Está claro que se pue­de considerar al Individuo #1 miembro del grupo de dictadores que dirige los gobiernos mundiales de hoy, incluida la “nueva ola de dictadores electos” que participan en ataques contra los derechos y las tierras indígenas. Además, como Bolsonaro, Donald Trump tiene una historia de racismo antinativo.

En 2000, cuando Nueva York consideraba la expansión de los casinos de nativos americanos, la compañía de ca­sinos de Trump gastó un millón de dólares en anuncios que mostraban a los indios como criminales violentos con víncu­los mafiosos. Este cabildeo, que nunca se informó como tal, y en cambio se presentó como una campaña contra el juego, más tarde se consideró ilegal. La comisión estatal de cabil­deo impuso una multa de 250 mil dólares.

La inversión de Trump en la reñida victoria en Standing Rock es otro ejemplo. Su acción, como las que ocurren en todo el mundo contra los derechos de los indígenas, fue ile­gal, políticamente parcial y llena de conflictos de interés. La orden de una declaración de impacto ambiental para evaluar los riesgos —proceso que en promedio toma 3-4 años— de haberse realizado desde el principio, hubiera sido legalmen­te defendible, pero las nuevas versiones de órdenes “ejecu­tivas” parecen “triunfar” sobre la ley cuando se trata de los pueblos indígenas, como señala Vine Deloria Jr.

El Departamento de Asuntos Indígenas de Estados Uni­dos —dirigido por Tara Sweeney, nativa de Alaska pro-cor­porativa, con una larga historia de intentos de abrir el Refu­gio Nacional de Vida Silvestre del Ártico a la extracción de recursos— pugna por sacar las reservas del contrato de land into trust [tierras en fideicomiso]. Además, la agencia ataca la autodeterminación y soberanía de los nativos, en sintonía con la errónea creencia de Trump de que “indio americano” y “nativo de Alaska” describen grupos raciales en lugar de enti­dades políticas o naciones.

El gobierno de Trump también abandonó sus obliga­ciones morales y legales con los servicios de salud de los pueblos originarios, sin fondos durante muchos años, al tiempo que toma decisiones que continúan despojando a los pueblos de los derechos de tierra y violando tratados. Desde los comentarios ignorantes e irrespetuosos de Trump a los combatientes que usaron el código navajo, hasta el daño que sufrieron las reservaciones por el reciente cierre del go­bierno, las acciones contra los indígenas en Estados Unidos y en todo el mundo seguirán incrementándose peligrosamen­te si no se hace algo.

Es importante entender que las acciones del presidente son parte de una larga historia en Estados Unidos. El proble­ma es sistémico. George Washington estableció el tono de las políticas gubernamentales antinativos, diseñadas para des­hacerse de los indios, sus culturas y sus tierras, lo que daría forma a las relaciones entre los pueblos del país durante más de un siglo. La quema de comunidades fue tan horrible que los iroqueses, cuya confederación se usó inicialmente como modelo para el gobierno de Estados Unidos, se refirieron a él como conotocarious, que significa “destructor de poblados”.

Por supuesto, sería el racismo de Andrew Jackson el más descarado de cualquier presidente. Fundador del Partido Demócrata, sus políticas genocidas incluyeron órdenes a la caballería de “matar sistemáticamente a mujeres y niños indios después de las masacres, para completar el extermi­nio”. Violando las leyes y desestimando los fallos de la Corte Suprema, Jackson robó tierra nativa en el sur para obtener plantaciones de algodón, iniciando el infame “Sendero de las lágrimas” y supervisó la guerra fronteriza para expandir la ocupación por los colonos de todo el país.

Sería deseable que la jurisprudencia estadunidense ofre­ciera un contrapeso a las continuas políticas gubernamenta­les en contra de los derechos indígenas, pero como escribe Vine Deloria Jr. en Unlearning the Language of Conquest: Scho­lars Expose Anti-Indianism in America [Desaprender el lengua­je de la conquista: los académicos develan el anti-indianismo en EUA]: “Una revisión de la historia de la Ley Federal India revela que es posible ser condenado y linchado legalmente al mismo tiempo. Aunque se garantiza la justicia en los tribu­nales federales, los indios han descubierto que con demasia­da frecuencia las doctrinas legales pretenden garantizar que sus derechos políticos y aquellos consagrados por tratados sirvan para confiscar sus propiedades, negar sus derechos ci­viles y privarlos de los beneficios por ser ciudadanos estadu­nidenses. Las decisiones de los tribunales federales son tan extravagantes al decidir un caso ‘indio’ que las sentencias parecen llegar a través del espejo de Lewis Carroll”.

Gran parte de la ley y los precedentes legales en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá se basan esencial­mente en la misma “Doctrina del descubrimiento” que los europeos utilizaron para robar tierras y derechos de los pue­blos indígenas a partir del siglo XV. Agréguese el continuo rechazo de nuestra cosmovisión original basada en la natu­raleza, sin problemas jerárquicos, materialistas y antropocén­tricos, y también el auge neoliberal, y podremos entender la nueva ola de violencia contra los derechos indígenas.

He escrito mucho sobre la importancia de volver a abra­zar nuestros entendimientos originales basados en la natu­raleza del mundo que guiaron a la humanidad en el 99 por ciento de nuestra historia. Si más personas conocieran y res­petaran la cosmovisión indígena, podríamos revertir nuestro desequilibrio actual, influido en gran medida por los precep­tos culturales de la cosmovisión colonial. Una apreciación re­novada de los preceptos de la cosmovisión indígena también apoyaría a los pueblos originarios y su lucha por la soberanía. Si más personas realmente valoraran esta sabiduría en vez de ignorarla, descartarla o atacarla, quizás los jóvenes en comu­nidades marginadas ganarían confianza y querrían aprender sus formas tradicionales. Tal como está, demasiados jóvenes indígenas sucumben a la hegemonía occidental, pues la suya está debilitada por el trauma histórico, la opresión política, el insulto cultural, el robo de tierras, la pobreza, la discrimina­ción y cosas peores.

El racismo anti-indígena y la violencia por razones políti­cas y financieras es anti-humanismo y anti-naturaleza combi­nados. Si permitimos que continúe, lo hacemos bajo nuestro riesgo colectivo y el de las generaciones futuras.

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Wahinkpe Topa (Cuatro Flechas), o Don Trent Jacobs, es autor de veinte libros. Vivió y trabajó en la reservación de Pine Ridge, donde fue director de educación del Oglala Lakota College. Se publica con autorización de Truthout, donde apareció originalmente (26/1/2019).

Traducción del inglés: Justine Monter

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