MANOS MÁGICAS BAJO EL CIELO MIXE / 264 — ojarasca Ojarasca
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MANOS MÁGICAS BAJO EL CIELO MIXE / 264

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Con mi abuela, mi mamá y mi tía nos quedábamos varios días a la intemperie cuando eran meses de siembra o para levantar la cosecha en El Duraznal. Sembrábamos maíz, frijol y calabaza por el clima frío en la zona mixe alta. Estos alimentos constituían nuestra dieta principal y era lo más sabroso que podíamos comer. Jamás había excedente de maíz para vender y obtener ingreso ex­tra. Pero lo más triste era que la siembra ocurría después de quemar la roza en mayo y luego esperábamos un año para la cosecha. Para nuestra mala suerte cosechábamos poco maíz por tres razones: primero, los tejones escarbaban las semillas de maíz inmediatamente después de que había­mos terminado de sembrar. Segundo, las tuzas se comían los tallos de las milpas. Y tercero, los pájaros también se co­mían los elotes y las mazorcas.

Sin embargo, nos ingeniábamos para ahuyentar y atrapar a estos animales. En algunas ocasiones, yo prepa­raba trampas y las colocaba en los túneles de las tuzas y así los mataba. Luego, mi mamá los preparaba en amari­llo con hoja de aguacate y tenía un sabor único. Además, ella me ayudaba a hacer y colocar los espantapájaros en algún palo seco. En tanto que mis perros se encargaban de perseguir y cazar a los tejones. La poca cosecha de maíz que levantábamos en nuestra parcela era muy pe­sada; teníamos que cargar en costales las mazorcas hasta nuestra casa y llegábamos exhaustos por la caminata de dos horas. A veces, nos ayudaba un señor cargando las mazorcas y se le pagaba también con algunos almudes de maíz. ¡Cuánta falta nos hizo un burro!

Mientras las milpas crecían y para que no morirnos de hambre durante el año, mi abuela y mi mamá te­nían otros oficios. Sabían tejer blusas y rebozos en telar de cintura y las mujeres del pueblo los compraban. Diseñar el rebozo era una tarea compleja e impresionante por la elec­ción de colores intensos, como hacer arcoíris con nuestras propias manos. Hoy las manos mágicas están muriendo len­tamente bajo el cielo mixe.

También mi abuela y mi mamá se dedicaban a hacer ollas de diferentes tamaños y formas, y comales de barro. Conseguir el barro era muy difícil porque de ida y vuelta caminábamos cerca de veinte horas hacia una agencia de Ayutla y allá había ya una fosa enorme de donde escarbá­bamos el barro. Pero el barro pesaba muchísimo, así que tampoco podíamos cargar tanto. Yo cargaba menos de la mitad de un costal. También teníamos que cargar un mon­tón de piedra ligera ya triturada que se encontraba cerca de un río donde había un puente de madera demasiado resbaloso y cada vez que pasaba allí con mi carga tenía miedo de caer.

Ya de regreso a la casa, mi abuela y mi mamá mez­claban el barro con la piedra triturada ya convertido en polvo finísimo para comenzar la elaboración de las ollas y los comales. Este trabajo era bastante laborioso porque primero buscaban una base redonda y luego comenzaba la tarea con las manos. Una vez que terminaban las ollas y los comales, y antes de ponerlos al fuego, tenían que ras­par toda la capa con un olote para que cerrara todas las posibles aberturas. Y para que quedaran lisas, se usaba la hoja de una planta y finalmente los cocían en el patio con leña seca de encino.

La tarea de mi abuelo y de mi tío consistía en cargar las ollas y los comales desde El Duraznal hasta Atitlán y a otros pueblos de la zona mixe media para venderlas. La carga de ollas tenía una altura de tres metros, una olla sobre otra, y eso hacía que la carga se viera enorme y ya no se veían mi abuelo ni mi tío. Parecía como si la carga tuviera sus propios pies. La carga de los comales no era tan grande porque ya tenían una especie de molde de madera donde colocaban parado los comales.

Durante los días que duraba la venta en la zona mixe media, a veces los clientes se molestaban porque creían que el precio de las ollas y de los comales eran caro. En­tonces, mi abuelo discutía con algunos de ellos. En una ocasión, mientras mi abuelo discutía con un señor, éste subió la manga de su camisa y en su brazo izquierdo esta­ba impregnado la imagen de una víbora sorda. Aunque mi abuelo no alcanzaba a ver qué víbora era exactamente, lo comprobaba después en uno de los puentes colgantes de regreso a El Duraznal. De hecho, lo que había mostrado el señor en su brazo era su nagual.

Finalmente, el peligro era inminente en el camino a casa porque había que cruzar varios puentes colgantes. Y cuando mi abuelo estaba a punto de poner un pie so­bre uno de los puentes, justo allí, aparecía impidiendo el paso una víbora sorda. Mi abuelo tenía la certeza de que se trataba del señor con quien había discutido y quien le había mostrado su brazo impregnada la imagen de la víbora sorda.

Pero mi abuelo tampoco permitía que la víbora sorda lo mordiera, porque del cielo mixe descendía un águila y en segundos cazaba a la víbora sorda y después era devorada. Los mixes de El Duraznal tenemos la creencia que cada vez que matan a un nagual, también mueren las personas y los que han sobrevivido, quedan enfermizos para siempre.

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