EL ARCO Y LA FLECHA / 268 — ojarasca Ojarasca
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EL ARCO Y LA FLECHA / 268

HERMANN BELLINGHAUSEN

UN HORIZONTE LÍRICO PARA EL SIGLO XXI

La creación literaria se ha convertido en terreno privilegiado para la expresión de las nuevas generaciones  de artistas de los pueblos originarios de todo el continente.  Presenciamos novedades notables en la plástica, el teatro y  el cine de ficción, pero la densidad y riqueza mayor del arte  contemporáneo indígena reside en la literatura en general, y  de manera destacada en la poesía.

La creación literaria se ha convertido en terreno privilegiado para la expresión de las nuevas generaciones  de artistas de los pueblos originarios de todo el continente.  Presenciamos novedades notables en la plástica, el teatro y  el cine de ficción, pero la densidad y riqueza mayor del arte  contemporáneo indígena reside en la literatura en general, y  de manera destacada en la poesía.

Ahora bien, una cosa es la elaboración literaria, que alcanza  niveles muy sofisticados en autoras anglófonas como  Joy Harjo y Louise Erdrich, y muy otra la escritura en las lenguas  propias de los pueblos. A diferencia de lo que viene  ocurriendo en México, donde predomina el esfuerzo por  escribir las lenguas propias y lograr una expresión auténticamente  bilingüe y moderna, en Estados Unidos la situación es  distinta. Aunque existe un corpus poético moderno anterior  al nuestro, éste adolece del uso real de las lenguas nativas.  Esto da mayor legibilidad y accesibilidad a los escritores pero  encierra sus voces en el inglés, la lengua del dominador, y los  pone en desventaja en la arena cultural. Equivale a lo que lamentaba  Humberto Ak’abal en su Guatemala: “Dieron con la  fórmula ‘escritor indígena de expresión castellana’, y con eso  la mayoría de los escritores desistieron de crear en nuestras  lenguas”.

Hecha la salvedad, New Poets of Native Nations, de Heid  E. Erdrich, poeta ojibwe de Minnesota, cineasta y curadora  de artes visuales, muestra la riqueza de la poesía nativa en su  país con resultados admirables. Los 21 poetas del siglo XXI  recopilados son nuevos, y su expresión en inglés contemporáneo  es radical en ocasiones, al grado de que Dean Reader  lo considera “un libro importante para la literatura y la historia  estadunidenses en general”. Joy Harjo encuentra que  estos autores, “al igual que sus predecesores, emergen de la  Tierra o caen del cielo, de calles industriales, internados, rápidos  coches, bailes tribales o urbanos durante noches enteras,  programas de apoyo y filas burocráticas”. Para Linda Hogan,  la colección de Erdrich confirma que “la poesía es un método  muy significativo para descolonizarnos”. Esto, a pesar de casi  exclusivamente publicarse en la lengua del colonizador, que  como el castellano, sirve como lingua franca para los distintos  pueblos. En la antología aquí comentada de “novísimos” (parafraseando  a Carlos Barral), sólo Margaret Noodin escribe en  su lengua chipewa y Gwen Nell Westerman lo hace en lakota.  Otros más insertan versos en su idioma, como lo han venido  haciendo muchos poetas nativos de las Américas.

Erdrich lo expone así: “En Estados Unidos existen más de  566 naciones originarias y aún así no existe una ‘poesía nativa’”.  Y no tiene nada que ver con esa estupidez racista de “la  cantidad de ‘sangre’ indígena, la base oficial para reconocer  como tales a los indios estadunidenses”. Tampoco la geografía.  Muchos de ellos son multirraciales, o tienen extensiones  familiares en México (como Natalie Diaz) o Canadá. Y si nos  vamos a Alaska, las extensiones familiares alcanzan Siberia.

Explica que eligió datar su rigurosa selección en 2000,  “no porque defina un movimiento literario o una generación,  sino que es una mojonera a partir de la cual los poetas  nativos comenzaron a publicar en mucho mayor número  que antes”. Algo no muy distinto a lo que está ocurriendo  en México (como demuestra Insurreccion de las palabras,  Ediciones Ítaca, México, 2018.) Heid. E. Erdrich subraya factores  favorables: la solidaridad entre los autores, el resurgimiento  cultural, la participación en asociaciones literarias,  las mejores opciones educativas, las becas, la creciente  consciencia ambiental, la crisis de la sociedad estadunidense,  las redes sociales.

Lamenta, con Dan Reader (2017), que no existan antologías  amplias desde 1988, y testimonia como editora y jurado  de premios la incomprensión generalizada del establishment  ante la escritura nativa en el contexto de la poesía estadunidense.  Nuevamente, como en México. “Se ha dicho que  los habitantes originales del hemisferio occidental son los  pueblos sobre los que más se ha escrito en la Tierra”, lo cual  de ninguna manera implica que sus propias voces sean reconocidas  en un contexto “contemporáneo” o “nuevo”. En consecuencia,  añade la compiladora, “esta antología pretende llevar a los poetas nativos a un público más amplio, tanto de  los propios pueblos como del abundante público que sigue  la conversación de la poesía estadunidense”.

Erdrich sostiene, con razón, que algunos de los poetas  seleccionados se cuentan “entre los mejores publicando  hoy en día”. Aspira a dejar asentado que la novedad no  está reñida con su trascendencia. Los poetas reunidos son  diversos en muchos sentidos. No sólo por su pertenencia a  tribus, bandas, naciones o grupos identitarios de todo tipo,  sino en sus acentos y riquezas. Tommy Pico, kumeyaay, es gay,  urbano y hasta pop; Jenifer Elise Foester, creek de Oklahoma,  habla de la tradición desde la modernidad, sin abdicar  a su lengua materna; Natalie Díaz (ver Ojarasca jornada.com.  mx/2012/11/10/oja-azteca.html) transparenta la degradación  violenta de los jóvenes indios que regresan trastornados de  las guerras imperiales; Cedar Sigo es un heredero divergente  de los beat californianos. La sutileza y profundidad de la inuit  de Alaska dg nanouk okpik para hablar de las distintas manifestaciones  del hielo ártico o de las ballenas muertas brilla  especialmente.

Erdrich abre el espectro como no lo habían hecho anteriores  compilaciones. Así que incluye a la hawaina Brady Nalani  McDougall. Caig Santos Perez, nativo chamoru de Guam,  lejana isla del oceáno Pacífico que pertenece a Estados Unidos,  recurre a técnicas experimentales que remiten a Apollinaire  y la poesía concreta brasileña.

El valor de tales nuevas (y nuevos) poetas de naciones  nativas deja atrás lo testimonial y el folclor para internarse  con inspirado arrojo en territorios literarios de reciente  cuño, las luchas de resistencia moldeadas por las guerras  imperiales del siglo XXI y la experiencia de Standing Rock,  imborrable y trascendente a pesar de la aparente derrota  infligida por los secuaces de Donald Trump. La voz originaria  de la otrora Isla Tortuga llega a la era digital con inusitado  brío.

Coda: algunas compi laci ones ant eriores A pesar de la persistente invisibilidad social (o negación)  de los pueblos originarios en Norteamérica, mal  que bien sus autores reciben hoy mayor atención editorial  que nunca. Lo mismo viene ocurriendo desde Canadá y Alaska  hasta la Araucanía, con una gran carga hacia la escritura  poética en México y Chile, y al abundante hervidero de pensamiento  crítico indígena en Bolivia. El despertar continental  de estos pueblos no deja de crecer. Del Idle No More canadiense  y la resistencia en Standing Rock hasta las luchas de  liberación en Chiapas y Chile, el renacer de la resistencia en  Guatemala, así como las luchas autonómicas en Panamá y los  países andinos donde el empuje político y social es considerable,  han obligado a los Estados nacionales a concederles  una consideración inusual, así sea por populismo, ornato o  demagogia.

Estados Unidos no es excepción, a pesar de la horrenda  actitud del actual gobierno republicano protonazi que  extiende su desprecio a los pueblos nativos cada que se le  presenta la oportunidad. Además, y de manera particular, la  segunda mitad del siglo XX vimos florecer una pléyade de  narradores, poetas y activistas-escritores que salieron de las  reservaciones y la anomia urbana a través de la escritura literaria.  Con fines meramente informativos se ofrece aquí una  breve, y no exhaustiva, relación de antologías estadunidenses  más o menos recientes.

En las décadas pasadas se reeditaron viejas colecciones  de orden más etnológico que estrictamente literario: o cantos,  cuentos folclóricos y testimonios de la tragedia colonial  de los siglos XIX y XX, “literaturizados” por lingüistas y antropólogos.  Se trata de antologías generales, históricas. Dos  volúmenes relevantes son Native American Poetry, compilado  por George W. Cronyn (1918) reeditado en 2016, y la muy  apreciada selección American Indian Myths and Legends, de  Richard Erdoes y Alfonso Ortiz (1984).

En esta línea de lo tradicional existen numerosas recolecciones  decorativas, tanto en inglés como en traducciones al  castellano, sobre todo en España, que suelen estar bastante  manoseadas por los editores. En México destaca la calidad  poética de He llegado al centro de la Tierra (traducción  y recopilación de Elisa Ramírez Castañeda, Cien del Mundo,  Conaculta, 2013). Masterpieces of American Indian Literature,  compilado por Willis G. Reginer (1993), reúne un puñado de  piezas canónicas aparecidas entre 1847 y 1950.

Como sucede en México, la escritura de autores en Norteamérica  se ha decantado por la poesía. Las ediciones de  nuevos y no tan nuevos poetas se suceden con cierta regularidad,  al grado de que se puede hablar de “estrellas” como  Joy Harjo, Sherman Alexie, Linda Hogan, Simon Ortiz o Louise  Erdrich.

Como puntos de partida cabe mencionar Voices of the  Rainbow, de Kenneth Rosen, (1975) y Word In The Blood, de  autores indígenas estadunidenses compilados por Jameke  Highwater (1984), libro que curiosamente abren unos “cantares  mexicanos” antiguos y cierra con textos de Vallejo, Neruda,  Asturias, Paz y Rulfo, sin ningún autor indígena moderno  latinoamericano. Mejor definida, Nothing But The Truth, de  John L. Purdy y James Ruppert (2001) es una amplia antología  de no ficción, ficción, poesía y teatro.

En los albores del siglo, demostrando que la poesía autoidentificada  como nativa está en auge, igual que en otras  partes del continente, tenemos Genocide of the Mind (MariJo  Moore, 2003) y la impresionante colección de escritoras nativas  Through the Eye of the Deer (1999) de Carolyn Dunn y Carol  Comfort.

En castellano contamos con una excelente muestra de  la poesía indígena moderna de Estados Unidos: En esa roja  nacion de sangre, de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez  Nuñez, (La Cabra Ediciones, 2011).

New Poets of Native Nations, de Heid E. Erdrich, representa  una actualización y un refrendo que nos revela cómo van las  creaciones más brillantes de los cada vez más numerosos jóvenes  poetas indígenas en el siglo XXI. En esta ocasión, Ojarasca ofrece algunas versiones en castellano de este volumen  imprescindible.

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