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FASCINACIÓN DEL MITO / 270

JUSTINE MONTER CID

Hace 25 años se publicó el primer libro escrito originalmente en Ojarasca. Sigue siendo nuestro mayor orgullo editorial. Además, con el paso del tiempo El conejo en la cara de la luna devino un clásico. Para acompañar nuestro 30 aniversario, ofrecemos una fresca relectura de esta pequeña gran obra del maestro Alfredo López Austin, aparecido inicialmente bajo el sello del Instituto Nacional Indigenista en 1994.

En este libro de ensayos, escrito en un lenguaje sencillo e informal muy alejado de lo académico, Alfredo López Austin nos traslada en retroceso al tiempo de los sistemas míticos de las culturas mesoamericanas. No se necesita de un orden para comenzar a leer el libro. En palabras del autor, incluye un orden de pensamiento y un análisis que no requiere regirse por ninguna fuerza que no sea la de la fascinación. Partimos de encontrarnos con estos sistemas de lógica y razón, somos cómplices de las tradiciones del mundo prehispánico que se nos muestran como fuentes de miles de pensamientos que los humanos usaron para explicarse el mundo.

Es en el tiempo primigenio cuando los humanos y su Diluvio, en el mito mesoamericano, el de Noé, el del Corán, el de Gilgamesh, todos con sus orígenes variados, encuentran respuestas que son distantes e infinitas, y que los humanos emplearon para dar origen a su cultura. En lo mítico, el mundo indígena actual se constituye envolviéndose en sus facilidades y en su día a día. El historiador dice que el mito forma parte ya de nuestra vida, que camina con nosotros como un guía, forjándose más y más con las vivencias cotidianas. Tenemos para demostrarlo el mito de la Madre Tierra, que con el calendario cíclico de los agricultores rige las relaciones con la naturaleza, y los campesinos crean a partir de esta ocupación un diálogo que les permite sembrar la milpa y evitar cultivos extraños, como el de la caña de azúcar que, en la tradición indígena, se dice que hace mal, que es un diablo, la figura opuesta al maíz. También los dichos, como un ejemplo especial, surgen de las anécdotas de esta cotidianidad, con cierta malicia son exhortaciones y tienen su función didáctica, y simultáneamente proyectan sus orígenes prehispánicos.

Es la mitología tlacuachera —con las extraordinarias aportaciones del maestro, quien se consideró él mismo tlacuachólogo— de las más maravillosas del libro. Las peculiares metamorfosis de este fantástico personaje y sus maneras maliciosas de enfrentar a la gente hacen del tlacuache un animal merecedor de narraciones. Cuando se transforma en un nagual cuya dieta es exquisita: pulque y maíz, nos hace pensar por un instante que todos conocemos a algún nagual-tlacuache o que, en el mejor de los casos, somos nosotros. Así, en voz del maestro, este animal de milenaria historia toma el significado de símbolo, y se le añade a sus cualidades y hazañas la esencia de ladrón. La fuerza tlacuache ha sido el motor de los ladrones que se disfrazan con ese encanto.

Otro fuerte elemento en la narración es la concepción dual en los mitos y que López Austin nos ilustra con las llamadas sinonimias: categorías con frecuencia intercambiables como lo masculino y lo femenino, la oscuridad y la luz, el cielo y el inframundo, todos elementos que dividen en dos el universo en la tradición mesoamericana. López Austin también nos dice que la dualidad existe en otros ámbitos: en la comida, en las enfermedades, en la medicina, en el cuerpo. Toda esta práctica prehispánica de la dualidad sobrevive. Muestra de ello es la medicina tradicional indígena, donde se designan enfermedades como malos aires o males calientes, dando a la naturaleza el atributo de frío o caliente, no como temperatura, sino como cualidad. Hay que resaltar en estas formas de contrariedades el uso de los populares difrasismos que en la lengua náhuatl son muy abundantes. Los complementos, inamic en la traducción del autor, son otro ejemplo de esta dualidad en la tradición mesoamericana. El uso de los inamic es una forma de compensación, de equilibrio. Entendemos así que las medicinas son el complemento de las enfermedades, que la mujer es el complemento de hombre y que la salsa es el complemento del taco.

El autor nos lleva al mito más dulce, el fruto corazón, sangre, dígase el cacao, que hoy se consume en todo el mundo. Sirvió en las antiguas civilizaciones mesoamericanas como moneda y regía las relaciones entre los humanos. En alguna de mis vivencias diarias me encontré con la sorpresa de que este fruto llegaba incluso a falsificarse con huesos de aguacate pintados y si alguien era descubierto se le condenaba con el sacrificio. Pero son, además de su valor por encima de los metales preciosos, como el maestro lo dice, las cualidades nutritivas y medicinales del fruto las que asombraron a los conquistadores. Los españoles sacaron sus propias conclusiones sobre el cacao apuntando que mal comido y sin tueste podía ocasionar estreñimiento, provocar ansias e hinchazones y saltos del corazón, pero si se consumía tostado y molido engordaba, sanaba a la persona, ayudaba a la digestión y ponía alegre a quien lo comía. Todas las manifestaciones míticas que nos regala El conejo en la cara de la luna se entrelazan. Su evocación de la lógica y la belleza mitológica servía para ver una realidad que trascendía en un diálogo, en una conversación con los dioses, pues posee propósitos y un lenguaje. En el sentido de la cosmovisión mesoamericana, cimentada en las creencias, los mitos expresan una historia de la transformación, del movimiento, de las carencias. López Austin dice que el mito no es una creación libre, que tiene una composición y elementos obligatorios, un antes y un después que da como producto una construcción humana que explica los misterios más profundos de la vida en la Tierra y pertenece sólo a los humanos, no a los dioses. Las divinidades son reflejo del ser humano y se crean a partir de los mitos que a su vez crean el otro mundo, y para entenderlo se analiza en la razón y en la belleza de esta narrativa: aunque esconda maravillas, mantiene lo extraordinario de la creación. No podemos separar la mitología mesoamericana de la forma del rito que tenían los humanos. Es esta autenticidad de cada elemento la que vuelve rígida la relación del humano y sus figuras míticas, y que va dando origen con libertad un producto propio que no es meramente único o puro, pero se asimila y se adapta a la cultura de cada pueblo, emitiendo sentido a un pensamiento en varias regiones del mundo. En el mito germinan las percepciones de la realidad humana, y las similitudes fundacionales entre culturas se han vuelto un símbolo, una fórmula compleja que con su fermentación profunda en el ingenio da sentido al mundo y a cada persona.

Entendamos pues que los mitos se nos alojan en lo más profundo de la conciencia y nos han determinado en el mundo como lo que somos (o creemos ser). ¿Por qué enviar los pajes con los encargos se remonta a tiempos del mítico Quetzalcóatl? ¿Por qué sabemos que los tlacuaches tienen la cola pelona por robarse el fuego? ¿Por qué si uno come cacao mal tostado le da el mal de la madre? Estas manifestaciones de nuestra cultura conservan las formas tradicionales y mantienen vigente el corazón de la sabiduría prehispánica, que siendo la fuente de nuestra historia nos da, a manera de privilegio, la dicha de poder mirar al conejo en la cara de la luna.

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Alfredo López Austin El conejo en la cara de la luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana. Ediciones Era, México. 179 pp.

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