LA REVOLUCIÓN PERMANENTE DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS / 270
En memoria y honor del magisterio extraordinario de Miguel León Portilla (1926-2019), hoy que los “vencidos” definitivamente han despertado
En octubre de 1989, hace 30 años, bajo el nombre de México Indígena, apareció el primer número de lo que pronto se llamaría Ojarasca, y que sorprendentemente sigue en pie y rodando, inspirándose en la fuerza cada día más pública y contundente de los pueblos originarios de México en primer lugar, y también del resto del continente llamado América.
Mucho se ha transformado el horizonte de los pueblos que de por sí vivían acá, convertidos en sombras de sí mismos, negados por los Estados nacionales que hasta hoy los guerrean de diversos modos y los mantienen históricamente sitiados. No hay Estado que los represente, ni gobierno que no les haga daño. Por eso el único camino que abrazan ahora es el de la soberanía interna, la autonomía pacífica pero decidida. La resistencia se les ha vuelto inherente, sin ella hubieran desaparecido. Nunca habrían alcanzado la relevancia política, social y cultural que tienen en el siglo XXI, y que bien podrían salvar al planeta de los desastres climáticos. Más allá de las frases epatantes del ambientalismo New Age, los indígenas del mundo parecen tener la clave al ser los únicos que no han perdido el vínculo con las tierras de esta Tierra, con los elementos que la constituyen. Son los defensores del agua, los defensores del viento. Y junto con los demás campesinos del mundo, siguen alimentando al 70 por ciento de la humanidad.
También ponen los muertos. Defensoras y defensores indígenas son asesinados continuamente en México, Guatemala, Colombia, Perú, Brasil, Chile. Los persiguen la saña y el desprecio en Argentina y Estados Unidos, o con miedo, como le sucede hoy al gobierno de Ecuador. Son (lo serían aún más de no resistir) los primeros exilados, despojados, expuestos a la represión, los desastres ambientales, las enfermedades del imparable capitalismo descarnadamente neoliberal. Basta ver quiénes gobiernan en las Américas. En el fondo no es distinto lo que sucede bajo los gobiernos que, más que ser progresistas, ensayan un capitalismo “de rostro humano” pero se confrontan con los indígenas, quienes defienden sus territorios y desautorizan los discursos de bienaventuranza que les endilga el poder.
Le sucede a López Obrador en México, como les ocurrió a Correa, Lula, los Kirchner, Bachelet y al mismísimo Hugo Chávez. Evo Morales ha chocado fuertemente con los pueblos de la selva. En el resto del hemisferio los pueblos originarios son vistos como verdaderos enemigos del progreso en los términos del Estado y el capital financiero. Ello en países cuya soberanía está comprometida con las metrópolis, esencialmente Washington. Algunos, buscando alternativas, prefieren hipotecarse a China. Pero los males son los mismos: minería, agroindustria transgénica, desarrollos turísticos de gran envergadura, óleo y gasoductos, hidroeléctricas, eólicas, autopistas, trenes, aeropuertos, urbanizaciones. La lista de arrasamientos la conocemos. Lo notable es que se repita bajo los gobiernos que discursivamente dan importancia a la “cuestión indígena”.
Los pueblos han experimentado cambios profundos, generadas tanto por ellos como por actores externos, casi siempre lesivos y amenazantes, que desde la llegada de los primeros invasores no deja de operar por la destrucción, la asimilación (lento genocidio) y el olvido del conglomerado de pueblos que habitan el único hemisferio que Europa no conocía a finales del siglo XV. Al cruzarse el “nuevo mundo” en las rutas marítimas, los navegantes españoles y portugueses dieron en atribuirse, con la complicidad del papa romano (en la tradición de las Cruzadas), un “descubrimiento” al que pronto se montarían los comerciantes, piratas, misioneros y traficantes de esclavos franceses, ingleses y holandeses a nombre de sus reyes. Todos dieron en apropiarse de los territorios encontrados para extraer las riquezas y financiar el esplendor renacentista, barroco e ilustrado con oro ensangrentado mediante el saqueo más prolongado de un continente en la historia de la humanidad. Cinco siglos, y contando.
No obstante, durante las décadas recientes, los pueblos originarios de América desanduvieron los caminos de la colonización, con notables logros. Estos días vemos nuevamente en Ecuador al valeroso movimiento de los indígenas plantarle cara al inepto presidente en turno y ser determinantes para la situación política nacional. Lenin Moreno no es el primer presidente que los traiciona. Hasta ahora los traidores no se han salido con la suya, pero ésta podría resultar la resistencia más sangrienta en el Ecuador contemporáneo.
En el extremo de la ignominia tenemos a los presidentes vergonzosos de Estados Unidos, Brasil, Honduras, Nicaragua y Argentina, pero no hay país de América donde los pueblos originarios no estén bajo sitio, así sea edulcorado autoritariamente como en México, Canadá y Bolivia.
Las tres décadas de Ojarasca nos han permitido conocer, acompañar, documentar y admirar el histórico resurgimiento de los pueblos originarios. Pasaron de la invisibilidad a la inevitabilidad mediática. Del arrinconamiento a la ofensiva política en favor de la autonomía, la autodeterminación, las formas propias de justicia y salud, la reivindicación creativa de sus lenguas y sus expresiones artísticas. Quizás nunca antes hubo más intelectuales, maestros y científicos indígenas con altos estudios como ahora. Mujeres indígenas echadas para adelante: activistas, deportistas, actrices, poetas.
Hay que desconfiar de las modas y las demagogias. Que Vogue y las Naciones Unidas se llenen la boca de tolerancia e inclusión es sólo la cara amable de un sistema de dominación racista, patriarcal y por ende autoritario cuando de indígenas se trata. Sí, quizá nunca tuvieron mayor prestigio social, así sea culposo o frívolo. No quita que se encuentren especialmente amenazados. La migración, la descomposición familiar y luego criminal de las comunidades (reflejo de la descomposición social en países como el nuestro), la manipulación política (antes el corporativismo tipo PRI, ahora consultas a modo y contrainsurgencia apenas maquillada) y sobre todo la avidez del capital por extraer las riquezas y explotar los territorios de los pueblos originarios. Todo esto plantea a nuestros pueblos enormes desafíos.
La lección de los mapuche, los zapatistas, los kichwas, los shuar, los mayas de Guatemala y la península de Yucatán, los ngöbe, los lakota, los inuit, los me’phaa, los wixaritari, los aymara, los pure’pecha y tantos más es indeleble. Y no ha terminado, para fortuna de las naciones de las cuales forman parte, aunque los poderes y las sociedades dominantes se nieguen a aceptarlos en condiciones de igualdad.