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RASCARSE EL MAL CON LAS UÑAS DE LA POESÍA

ÁNGEL CARLOS SÁNCHEZ

La incongruencia de las cosmovisiones dentro del complejo ideológico ha servido, según las circunstancias históricas, tanto para la defensa de los intereses de los dominados como para sostener la acción de los dominantes. Por una parte, la función cohesiva de la ideología protege a los grupos sometidos; por la otra, limita a los dominados el acceso a importantes medios de defensa y crea el mito de la necesidad de tutela.

Alfredo López Austin,

Cuerpo humano e ideología

 

Ideologías aparte, he escuchado o leído que las lenguas originarias de México y América terminarán inexorablemente por extinguirse al ser abandonadas por sus hablantes, como si no hubiese sido siempre y siguiera siendo ese el destino de todos los idiomas, en constante adaptación y cambio, diferenciándose siempre hasta terminar en derivaciones que sólo tras un análisis más o menos profundo revelan una raíz común. Esa aseveración, cuando se trata de las lenguas indígenas de nuestro país, muestra el desprecio de la sociedad que ve el mundo comunitario de los pueblos supervivientes como un estorbo para su plena entrada en el tan deseado mundo “desarrollado”. Sobre todo porque, lo acepten o no, son los pueblos originarios los dueños de casi todo el territorio que tiene aún recursos que explotar para producir riquezas. Por eso muchas comunidades son obligadas violentamente por grupos armados a abandonar sus tierras o a permanecer en calidad de siervos o esclavos para mantenerse con vida. Ha sido y es también la actitud de los gobernantes hacia las comunidades indígenas, siempre decidiendo por encima de ellas para favorecer intereses generalmente ajenos a esas poblaciones.

En estas circunstancias adversas debería comprenderse la dificultad, no sólo de crear una literatura, sino simplemente mantener un idioma y una cultura que constituyan una identidad común para entender su presencia en el mundo y permita el uso de la voluntad propia para moverse y persistir en él. Hacer poesía en un entorno así implica cierta valentía, temeridad, sobre todo si la escritura es también un ejercicio de libertad o de resistencia.

Es el caso de Istitsin ueyeatsintle/Uña mar, de Martín Tonalmeyotl, cuya voz ha comenzado a dejar de lado (sin abandonarla del todo) la intención tradicionalista de la poesía en lenguas originarias, escrita en ámbitos de segregación, violencia y despojo. Desde el primer inicio, el autor revela una faceta cercana a la poética contemplativa del haikú japones: “Gritan con otras golondrinas y el eco de su canto/se multiplica sobre los labios del río Tepila”. Esa resonancia de la naturaleza, sin ser la misma que hizo decir a Basho: “Se extingue el día/pero no el canto/de la alondra”, no va a la zaga para demostrar que la pertenencia a la contradictoria especie humana nos permite percibir la maravilla que es este mundo.

No faltan poemas con una malicia casi tierna de erotismo apenas sugerido (y por eso mismo provocador): “Esposa mía/no barras de noche/te necesito hasta el último suspiro/ no mereces ser abandonada antes de tiempo”. Sin olvidar la posibilidad de la trascendencia de la miseria mundana con la ayuda del amor carnal y de aquel que persiste en el tiempo y la distancia: “en esa crueldad de la avispa roja/en ese instante no esperado/encuentro la luz de tu presencia”.

La sociedad global que aplasta casi todo obliga a los pueblos autóctonos a intentar comprender los mecanismos de la alienación. Tonalmeyotl nos muestra que un poeta no puede ignorar los entornos en los que intenta sobrevivir: “Rascarse las tristezas y los corajes/Tratar de abandonar los vicios del whatsapp y el facebook/[…]/apresurar el jodido internet”. Por eso también le resulta importante no olvidar la realidad profunda, sino definirla claramente: “Aquí en nuestra casa/sólo somos gusanos de tierra/espejo estrellado a los ojos del sol/raíz que se nos fue enseñando a despreciar/un no progreso en el medio científico y de las letras”.

Si, como explica Searle, “hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta [...] gobernada por reglas”, hacerlo incluyendo el contexto estético inherente al territorio y la cultura de un pueblo constantemente amenazado por la miseria y la violencia, es también adoptar una postura de resistencia que se convierte en columna principal de la persistencia del idioma y la cultura. En estas condiciones, muchos versos de Tonalmeyotl van más allá de la significación polisémica y se convierten en expresión de algo tangible, volviéndolo etéreo, casi inexplicable para quien no comparte la experiencia del arraigo a la tierra y la cultura, ero con una claridad que hace estética una situación del ser: “Esta es mi casa/pedazo de mi carne enterrado bajo tierra”.

Toda esta búsqueda poética y esta aparente “inclusión” de los pueblos originarios ocurre en un contexto de guerra mal disimulada. El ansia neoliberal de hacerse con todos los recursos transformables en plusvalía quiere incluir (explícitamente o no) los territorios habitados y conservados por las poblaciones ancestrales del mundo. El autor no es ajeno a esa problemática. Al contrario, al hacerla consciente, aún a riesgo de ser considerado un “revoltoso”, como a veces llaman despectivamente a quienes no se pueden callar, logra un sentido para su poética que parece serlo también para su propia existencia: “Abogar por la alegría/por los que caminan detrás de nosotros”.

No hay duda: se es y se vive con la tierra y no únicamente sobre ella o de ella. La casa, y el país que cohabitamos, no es sólo una estructura que se transformará en ruina; es un espacio donde confluyen nuestro tiempo y el de quienes amamos: “Esta es mi casa/tierna vereda pintada por los pies de mi padre/semilla viva sembrada en la raíz de nuestra memoria”. Al contrario, la tierra que ha sido privada de su esencia vital (volviéndola sitio de explotación, despojo y violencia) se convierte en sinónimo del caos: “un cielo acribillado por el miedo/un arcoiris manchado de rojo”. No estamos necesariamente ante un libro esperanzado. Muchos han hablado ya del riesgo de depender de la esperanza. En Istitsin ueyeatsintle hay una realidad que no oculta sus sombras, pero que puede apreciarse en su crudeza, gracias a sus no pocos destellos casi cegadores.

Sobre todo en la segunda parte, “Trenzas de mi pueblo”, dedicada a mujeres significativas que pueblan el tiempo de estos poemas (y toda la vida del pueblo en lucha por su pervivencia). Desde la Mujer de barro que hace cantar “esa jícara mágica/sobre el cuerpo de las cazuelas y los comales”, pasando por la “de manos delicadas que toma sus maíces hervidos y los lava”, hasta la madre del poeta, buena “porque sus abrazos dan fortaleza de vida/siembran en la memoria de los hombres/pequeñas semillas parecidas a las ideas”. El lado restaurador de la existencia humana.

El tlacatécatl Temilotzin (del que habla Miguel León Portilla en uno de sus libros más famosos) intenta resistir, él solo, el embate de los españoles invasores de Tenochtitlan y tiene que retirarse cuando descubre la inutilidad de su gesto. Así este libro, junto a algunos más en náhuatl u otros idiomas, nos llama a estar con él y con las comunidades que quieren seguir siéndolo. El autor sabe que sólo una colectividad con sentido comunitario podrá construir posibilidades no violentas para los días por venir. Y lo dice del mejor modo: con una poesía clara, intensa y propositiva.

[Istitsin ueyeatsintle/Uña mar, Martín Tonalmeyotl, Cisnegro, México, 2019.

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