POPULISMO Y PUEBLOS INDÍGENAS / 274
Cuando hablamos de populismo, es inevitable pensar: ¿cuál populismo? Definir y establecer características de un fenómeno es hacerlo en relación con los actores que adscribimos al llamado “populismo”, porque de esta manera podemos, igualmente, establecer los conflictos que se desprenden de un concepto tan inasible, movedizo y diluido. La reflexión que comparto proviene de las múltiples dudas que se desprenden de los términos “populismo”, “pueblo”, “nación” y “país” cuando los que intervienen son los pueblos originarios, cuyos propósitos ponen en juego dichos conceptos. Así, al preguntarnos qué es el pueblo y quiénes conforman la nación, la respuesta no se encuentra en los libros de texto ni en los discursos oficiales del Estado, sino en las personas a las que se intenta clasificar en este o aquel grupo; por ello, ¿qué implicaciones tiene el que un pueblo o comunidad indígena colabore en un movimiento populista, o qué efectos tiene la participación individual de indígenas en manifestaciones de corte social, proletaria o nacional?
El filósofo Horacio Cerutti ya ha mostrado la dificultad que provoca el concepto a través del tiempo y del lugar en que es expresado, ni siquiera en Latinoamérica se puede hablar de un mismo tipo de populismo; el caso del peronismo es un ejemplo claro, pues propiamente debemos hablar de peronismos, incluso de un peronismo sin Perón. En México, con el gobierno de López Obrador, también se pone de manifiesto que éste no responde a otros que se han dado en el país, menos en los movimientos nuestroamericanos —por emplear el concepto de Cerutti—, aunque nos parezcan que hay pinceladas del cardenismo o del mismo peronismo. Hay que recordar que el “populismo” se ha empleado lo mismo para atacar que defender un movimiento: todo depende del cristal con el que se le mire. Tampoco es lo mismo el movimiento populista que emerge para contrarrestar al status quo, que un gobierno que lo mantiene.
Si se define al “populismo” a partir de la noción de “pueblo”, debemos detenernos en conocer quiénes participan de tal categoría. Igualmente, cuando se pretende equiparar la soberanía de la Nación a los intereses del pueblo hay que detenerse con mayor esmero. Entendemos que en un movimiento populista pueden converger diferentes necesidades en una demanda articulada, pero podemos examinar si en lugar de varios sectores, lo que convergen son diferentes pueblos cuyos intereses imposibilitan la articulación “nacional” y, con todo, funcionan para que cada uno obtenga sus propios objetivos.
Al señalar a los grupos indígenas como “pueblos”, ¿no se hace funcionar una especie de memoria histórica en donde los nacionalistas clasifican a los que no se han integrado a la Nación y, por otro lado, a los indígenas que pretenden seguir fuera de la Nación? El problema del populismo es reducirlo a “pueblo” o, por lo menos, a un único pueblo. ¿Quién no es pueblo? ¿Qué sucede con los que no están representados en una narrativa populista?
Como cada comunidad indígena ha debido tomar su postura respecto a los Estadosnación, en tono colaborativo, fragmentado o en confrontación, se puede entender que haya pueblos en desacuerdo con las políticas en turno, mientras otros las respaldan. Y aquí está el conflicto que encierran los discursos. Resulta sencillo establecer la igualdad o el respeto a la dignidad de las personas en el papel, mientras los hechos los traicionan. ¿Qué sucede con los pueblos que enfrentan las decisiones gubernamentales ligadas a los intereses transnacionales? Estos pueblos desafían al poder político, económico y militar (o paramilitar), y casi siempre terminan haciéndolo en solitario.
Con soltura se acusa a los pueblos de estar manipulados, en un discurso discriminatorio y racista, pues sugiere que tienen poca capacidad racional para decidir por sí mismos. En todo caso no son más vulnerables que sectores hispanohablantes, citadinos, pues existe la estupidez intelectual y la ceguera nacional. Debemos fijarnos primero en nosotros, “comunidad”, “sociedad” o sector poblacional: cómo somos manipulados por el discurso de la democracia para sostener un sistema podrido, o la mercadotecnia que nos incita al consumismo (causa del despojo territorial a los indígenas), o los profesionistas que reclaman mayores privilegios sobre quienes aprendieron un oficio (que también merecen salarios dignos), a veces con mofa, sólo porque fueron a la escuela. Todos estamos expuestos al engaño.
Sí, los pueblos pueden decidir sobre sus formas de vida, nos gusten o no, y no tiene por qué estar detrás de ellos algún partido u organización extranjera. Pensar que sabemos qué es lo que les conviene en su territorio, cultura o lengua es un acto de pretensión colonizadora: cuidado con creernos infalibles para suponer lo que es mejor para ellos.
¿Los pueblos que colaboran en un movimiento de corte populista son parte constitutiva de éste? Recordemos que algunos pueblos mapuche participaron del movimiento de Perón, que en el cardenismo o zapatismo hubo diferentes pueblos originarios, o que hoy día AMLO tiene apoyo de algunos nahuas o zapotecos, o que en los diferentes movimientos sociales a lo largo de la conformación latinoamericana han estado presentes las comunidades. Podemos responder que momentáneamente lo son. Es el peligro. Por lo menos, de no comprender las razones para su participación. Si se cree erróneamente que sus intereses están alineados toparemos pared. Es importante aprender a escuchar y respetar a los pueblos. Sólo así llegaremos a mejor puerto.
¿Por qué los indígenas participan de un movimiento populista? Pues porque saben lo que desean para su pueblo, y aquí están en clara desventaja otros sectores poblacionales que caminan en el vaivén de los intereses de grupos económicos que ni siquiera los contemplan para sus beneficios. Los sectores sociales no adheridos a una comunidad están a merced de los partidos políticos y de los objetivos de las empresas, que no buscan el bienestar de los empleados sino enriquecerse a su costa: es bueno para ellos poseer ciudadanos contentos de su esclavitud y que terminen siendo paleros de sus intereses. El sector de los trabajadores, hispanohablantes y nacionales, tiene sus propias demandas, pero por la jerarquía socioeconómica que los atraviesa tampoco se pueden ver como parte de una misma comunidad: las clases están confrontadas. Este “pueblo mexicano” que vemos tan idílicamente como una masa uniforme es tan diverso que resulta lícito decir que su “confrontación interna” no es resultado del último año, sino un producto de larga data.
¿Cómo hablar de un populismo que “reúne” las diferentes demandas de sectores, cuando existen pueblos que pretenden la autonomía y autodeterminación política frente a la nación hegemónica? Cierto es que varios pueblos indígenas pueden ver en una persona el medio para que les restituyan las tierras o evitar el despojo, la aplicación de la justicia o el respeto a la anhelada autonomía, pero este hilo es tan delgado que en cuanto se tense podría quebrarse, y seguirá la vuelta al caos. Cuando hablamos de “populismo” con sectores poblacionales tan diversos y los diferentes pueblos indígenas, ¿se puede aspirar a una articulación de demandas? ¿Es posible una vinculación de intereses en común? Estaremos condenados a las confrontaciones, con populismo o sin él, si somos incapaces de respetarnos y encontrar, no una meta en común, sino vías para caminar de forma paralela sin perjudicar a otros —y de paso expulsando intereses ajenos que nos perjudican.