VOCES Y SUSURROS / 276 — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Veredas / VOCES Y SUSURROS / 276

VOCES Y SUSURROS / 276

JAIME SA’AKÄSMÄ

Breve y tornasol es el vuelo del colibrí; breve e intenso, ése su sueño que llaman vida: así lo hacen saber, no con la razón sino esencialmente con los sentidos, los poetas chiapanecos que, a cuatro voces y en cinco lenguas, recrean Los sueños del colibrí:

Äjn naka kujpyäre y ajpyäre,
te’ wo’kyajpapä myapasyäjyajpä suksuramnte.

En mi piel de corteza y hojas,
los capullos se sueñan colibríes (p. 37)

Tal parece que, a pesar del ruido de la violencia y de las diversas estrategias de exterminio, exclusión y acallamiento, en medio del bosque insurrecto (esa nueva literatura multilingüe mexicana), las cuatrocientas voces de los pueblos originarios florecen y maduran con fuerza renovada. Y, a veces, en un ejercicio colectivo de resistencia, cantan a la naturaleza y a sus criaturas. Aquí, por ejemplo, en poemas breves (muy pocos superan los cuatro versos), cantan distintas facetas del colibrí: del murmullo de su vuelo a la belleza de sus sueños.

Confeccionado con múltiples anhelos y sonoridades, este ensueño multicolor de colibrí se reviste y se regocija en cuatro formas de sentir al mundo, en cuatro colores: ch’ol, tsotsil, tseltal y zoque. Los responsables: Canario de la Cruz, Mikel Ruiz, Antonio Guzmán y Lyz Sáenz. El vuelo de su palabra trae consigo un discurrir transparente, una chispa gozosa, un paso persistente, una caricia grata.

Cada uno de los poetas revela su propia voz amparado en un elemento natural: agua, fuego, tierra y viento. Sin embargo, ningún elemento permanece solo, está en relación con los otros: ahí, donde abunda el agua, está la tierra conteniéndola; ahí, donde se pasea el viento, el fuego trasparenta su movimiento, se incendia; ahí, donde el fuego murmura y crepita, la tierra muestra su rostro; ahí, donde la tierra contiene, el fuego espera.

Del mismo modo, en una mixtura de elementos y opiniones, en diálogo con otros, se fraguó y pulió este libro. Se nota, tanto porque las cuatro secciones que lo conforman intentan construir una unidad conceptual literaria, como porque las imágenes establecen cierta continuidad y correspondencia. Se busca la unidad a partir de lo múltiple, de que cada parte mantenga su propio encanto y belleza.

A modo de invitación, añadiré que en la sección ch’ol “Iñajaltyak ja’. Sueños del agua”, Canario de la Cruz consiente la fluidez de sus poemas a partir de metáforas del agua, de su plateada transparencia. De este modo, cada poema tiende hacia lo reflexivo. En sus versos se reflejan los movimientos del agua y también se reflejan los ensueños que recolecta en sus movimientos: “Luna de río: niña con aretes de piedra, / pies con son de tambor y labios escarlata”. Aún más: “El río lleva la tarde a su casa de plata”. O bien: “Con su garganta de rocas y tumbos, / el río, anciano de transparente voz, / aviva su danza hacia el sol”.

El agua no sólo transparenta a los otros, también esculpe el paso del tiempo, moldea entes, es un símbolo del cambio, de la transformación de los paisajes: “El tiempo / esculpe grutas, piedras, ríos / con su frágil cincel de agua”. Asimismo, establece subidas y bajadas, que dejan oír una voz cada vez más límpida: “Voy abriendo cauces entre las piedras, / y con mi canoa calmo la sed de cada lengua. / Serpeo raíces y valles hasta besar el mar”. A su paso se despiertan consciencias y una cierta añoranza de otros ritmos, los cambios rítmicos: “A mi paso las verdes hojas danzan en peñascos, / despertando cascadas que recuerdan el mar”. Porque sí, aunque a los otros les cueste aceptarlo, “en mi corazón cantan pájaros”.

A continuación crepita la sección tsotsil. Llega Mikel Ruiz con “Skulkunel k’ok’. Los murmullos del fuego”. Llega como le corresponde al fuego: más travieso, más inquieto. Gira y gira sobre la luz, como un trompo: “Como un trompo danzo en medio de la casa/ las llamas de mi cuerpo / se agitan en el aire”. En efecto, sus poemas tienen una llama luminosa y festiva: “Soy un rescoldo / que despierta bajo
su blanca cobija: / me soplas y abro y los ojos”. Luego, en una insinuación sensual, agrega: “Sóplame lentamente, / tu aliento hará que mis brazos / iluminen tu rostro”. Y aún con mayor claridad: “Rojo como las rosas / juego con los deseos, / enciendo sonrisas”.

En ocasiones, incluso se muestra como una presencia incendiaria, más corporal: “Soy el rey de la luz / y ella la reina de la oscuridad / [...] / bailemos juntos, con nuestros cuerpos redondos, / una canción compuesta por el mar”. Si bien, no se olvida de la luz del cielo y de su ser (siempre) juguetón: “como un niño me gusta tocar todo al alcance de mis manos”; ni de la luz cotidiana, más íntima: “Soy la luz de una vela que parpadea / con los latidos de la noche, / dándole vida a las sombras de la casa”.

El zoque de Lyz Sáenz se anuncia cual “Najspä junhkuwitz. Arcoíris de la tierra”. Su imaginación forja metáforas policromas con el barro de su lengua. En efecto, los colores de la tierra brotan de estos poemas: “Arcoíris de tierra / esparces colores, / vistiendo la primavera / de pájaros y flores”. La poeta deja que crezcan las palabras sobre la tierra, para nombrar las cosas, para volverlas etéreas: “la tierra te nombra / en huesos de arcilla, / corolas de versos en alto cielo”. Entonces, la tierra no es sino la entraña en que se gestan los otros: “Cántaro de barro, / ríe con voz de semilla / en el corazón de la tierra” o en que se gesta una metamorfosis alegre: “y las mariposas, niñas con alas, / juegan a ser estrellas”.

Otras veces, el barro une casa y rostro, flores y frutos: “Soy de barro y agua, / cabello de lombriz, / techo de majagua”. Cada poema es, pues, un hijo autónomo, una “petición de vida” que “honra la tierra” e incluso un motivo para cuestionarse, cuestionarnos: “Hormiga color de tierra, / ¿verdad que en tu casa / no cabe la guerra?”.

En la sección última, se manifiesta el tseltal de Antonio Guzmán en forma de un “K’unk’un ik’. Viento de seda”. Se manifiesta con aires de travesura, juguetón: “Corazoncito, / latido acelerado, niño que corre / tras el viento travieso / hasta llegar al cielo”. Por eso, a ratos, hasta resulta erótico y sensual: “Caminé por la vereda / y el aire me acariciaba / con sus manos de seda”. Con todo, no pierde su esencia etérea, inalcanzable: “soy libre, y a nada y nadie me entrego”; huidiza e intangible: “¿A dónde fue el viento, / lo sabes tú? / Nadie sabe, / sólo sé que huyó”. La brevedad de los poemas de este autor exhibe una inteligencia inquieta, que se mueve siempre hacia distintos temas, aunque siempre con gracia: “Juega que juega mi niño, / ríe con el viento juguetón / que te trae su canción”, e inocencia: “Mi niño dulce soñaba / sobre el gajo de una espiga / y el viento le cantaba”. Es quizá la sección que mejor roza el tema infantil, tanto por su ritmo, gracia, dulzura, como por su ‘cándida’ crueldad: “Por seguir la mariposa / en su aire de algodón, / la hierba peligrosa / la ató sin compasión”.

En definitiva, la belleza múltiple y multicolor de este poemario es una rareza en el contexto literario chiapaneco. Y un ejemplo de cómo hacer algo único en la pluralidad de voces de esta nueva literatura multilingüe mexicana que ya madura.

comentarios de blog provistos por Disqus