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DEL CORONAVIRUS EN EL ABYA YALA / 277

CAMILO SALVADÓ

Se proponen aquí algunas pinceladas sobre la coyuntura regional para los primeros cuatro meses del año. Se intentó, sin mucho éxito, abstraernos del tema de la pandemia generada por el coronavirus, Covid-19 o SARS-2. Abstraernos en el sentido de ver o imaginar un “más allá”, un “después” de la pandemia, no en el sentido de cerrar los ojos ante su realidad concreta, biológica, en el peor estilo de Trump o Bolsonaro.

Por ahora, mencionemos lo que ya es o ya debería ser obvio: del anunciado fin del capitalismo, nada. Ni señas. Al menos no por el momento. Por el contrario, lo que se ha visto es más de lo mismo, incluso un reforzamiento de las bases del capitalismo: la explotación y la represión. Por ejemplo, en el Abya Yala (América Latina), según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), se han visto respuestas gubernamentales diversas ante el coronavirus, aunque también algunas constantes.

Una de las constantes observadas por el CELAG es que los gobiernos de ideología más conservadora o que enfrentaron recientemente protestas (como Brasil, Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia) se han decantado por medidas autoritarias y militaristas, como toques de queda, estados de excepción, suspensión de elecciones u otras votaciones, y otras medidas similares, tendientes sin duda a controlar el virus, pero también a mantener el control sobre la población.

Políticas sanitarias, más o menos acertadas, para controlar el peligro real, biológico del virus, se confunden con políticas más orientadas a combatir lo que hemos llamado el “fantasma biopolítico” del coronavirus. En otras palabras, el uso del virus, o más bien del miedo al virus, como excusa para el control social y la represión. Políticas con poca o mucha pertinencia sanitaria, pero orientadas a “recrudecer los ataques a la oposición, para desvanecer la protesta popular y para mostrar músculo represivo” (CELAG).

En ese sentido se pueden interpretar la suspensión de las elecciones, el toque de queda y los ataques en medios a periodistas y opositores por parte del actual gobierno de Bolivia. O el toque de queda y la vigilancia militar y policiaca decretados por el gobierno de Ecuador (eficaces como medidas de control social, ineficaces para frenar la pandemia). O los previsibles toques de queda y suspensión del plebiscito constituyente pactado hace unos meses, decretados por el gobierno de Chile.

Para Colombia y Brasil también hay diferencias y similitudes. El gobierno de Brasil, siguiendo el ejemplo del gobierno de Estados Unidos, optó por abstraerse a la realidad del coronavirus, en el peor sentido de la expresión: primero negar, y luego restarle importancia (a diferencia del gobierno de Colombia, que tomó medidas sanitarias tempranas). Ambos son similares en cuanto a sus políticas económicas que sólo favorecieron a las élites, y en su insistencia en no cooperar con Venezuela, con quien ambos comparten fronteras, siguiendo, como ya se sugirió, los dictados del “emperador”.

A la fecha, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el continente americano concentra alrededor del 40% de los contagios mundiales, ubicándose un 4% en América Latina o Abya Yala, siendo los más afectados Brasil, Chile, Ecuador y México (en ese orden). Si bien es un porcentaje aún bajo, no deja de ser preocupante, conociendo que la región invierte, en promedio, 2% del PIB en salud (la OMS recomienda un 6%).

Se pronostica una grave recesión regional, con una caída del PIB de hasta 4%, dependiendo de cómo cada gobierno afronte la crisis. En palabras de la CEPAL, “aplanar la curva de contagios requiere medidas que reduzcan los contactos interpersonales, lo que generará contracción económica, paralizará actividades productivas y destruirá la demanda agregada/sectorial”.

Por su parte, el Anawak —Centroamérica, o si se quiere, Mesoamérica— no es inmune a ninguna de las dinámicas mencionadas. No es inmune al virus en términos concretos, biológicos. Tampoco es inmune al “fantasma biopolítico”*, el miedo al contagio y su uso como pretexto para la represión. Y desde luego, no es inmune a las otras dinámicas ya mencionadas, como la escasa inversión en salud o las medidas económicas que sólo beneficiaron a los más ricos.

Un detalle interesante señalado por el CELAG es que el grado de rechazo o apoyo de la población hacia los distintos gobiernos de la región parece estar marcado por la rapidez con que actuaron frente al coronavirus. Así, el gobierno populista de México es criticado por su aparente lentitud e inacción, pese a haber seguido al pie de la letra y a tiempo las recomendaciones de la OMS, además de contar con capacidad farmacológica y sanitaria comprobadas.

El populista y autoritario gobierno de Nicaragua, que ha recurrido con frecuencia a la represión contra opositores, en esta ocasión no ha decretado cuarentena ni toque de queda. Justo es decirlo, en años anteriores ha enfrentado con éxito otras pandemias (como el dengue). Sin embargo, las pocas medidas que implementa actualmente, como la preparación de más de 200 mil brigadistas de salud, han sido criticadas por su aparente improvisación y predecible ineficacia.

En el campo de los populismos de derecha, encontramos por ejemplo al gobierno de El Salvador, que goza de apoyo por sus medidas tempranas, aunque no todas con orientación sanitaria (cierre total de fronteras, cuarentena obligatoria, restricciones a la movilidad interna, incluso un posible pacto no oficial con las maras).

Dicho gobierno al menos ha tomado algunas medidas económicas de alivio a los más pobres, contrario a los gobiernos de Honduras, Panamá y Guatemala, no sólo aliados y beneficiarios de los grupos empresariales, sino también afectos a las medidas autoritarias y militarizadas de control social (como los estados de excepción), las cuales se aplicarán previsiblemente sin mayor oposición o resistencia, debido a la pandemia.

*Elegimos hablar de un “fantasma biopolítico” en este sentido: no tiene una realidad concreta y biológica como el coronavirus.

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Por el contrario, este “fantasma biopolítico” está conformado de vagos temores al “enemigo interno”, de un nebuloso racismo reciclado para el siglo XXI y de una pizca de anticomunismo —o, en otros casos, de sentimiento “anti yanqui”— de mediados del siglo XX.

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