NASA DE COLOMBIA. PORQUE NO SEREMOS LOS MISMOS, HAY QUE LIBERAR
NASA DE COLOMBIA
No somos los mismos desde que esto empezó. No seremos los mismos cuando acabe. A pesar de los que fantasean con una vuelta a la normalidad, sabemos que no hay mucho de normal en las formas en las que vivimos, producimos, nos alimentamos, habitamos y nos relacionamos dentro de este sistema capitalista, patriarcal y colonial. Nuestra casa común está en llamas y pareciera que la humanidad se ha sentado en la sala con un café en la mano a observar cómo las llamas lo consumen todo. Hasta ahora. Este breve, imposible y tormentoso ahora. Y es desde ahora que necesitamos más que nunca volver la mirada y el corazón hacia otros ejemplos de humanidad, otras rebeldías, otras narrativas no sólo de futuro, sino también de presente.
“Acá, para nosotras y nosotros ni el confinamiento, ni el hambre ni el virus son algo nuevo, llevamos cinco siglos soportando enfermedades traídas que arrasaron con nuestro pueblo nasa. Somos el resto, sobrevivientes de los virus y las guerras. Llevamos tres siglos enjaulados en rincones llamados resguardos mientras en la tierra plana la agroindustria colma de privilegios la caña de azúcar. Hemos soportado largos periodos de hambruna mientras los ricos en la ciudad viven en medio del derroche y nos tiran migajas y dicen: Ahí están sus derechos.”1
Ésta es la palabra del Proceso de Liberación de la Madre Tierra del norte del Cauca, Colombia, en el comunicado que lanzaron para acompañar la tercera Marcha de la Comida. Acciones colectivas que este movimiento, este proceso del pueblo nasa emprende para compartir alimentos cosechados en tierra liberada con barrios empobrecidos en ciudades de Colombia. La Marcha de la Comida se hizo en este momento de confinamiento que ha causado aún más pobreza, aún más hambre entre los cientos de miles de personas de por sí hacinadas por la guerra y la miseria. Llevar alimentos cosechados a pesar de todo, romper el cerco, el estado de sitio que vivimos y compartir la esperanza son actos profundamente políticos y vinculantes.
Frente a un cañaveral uno se siente pequeño. Así deben sentirse los saltamontes cuando andan entre el pasto alto, tupido. La sensación de pequeñez aumenta cuando se trata de uno de los monocultivos de caña más grande de América Latina. La caña alta y el sol agobian. Escuchar los machetes y la recocha (burla, guasa, como le dicen por acá) da ánimo. Ésta es una minga de corte de caña de la Liberación, es decir, cuando liberadores y liberadoras entran a las fincas asentadas en su territorio ancestral en el Cauca. Lo que fuera un bosque seco tropical, a punta de robo, despojo y violencia, fue convertido en un desierto verde. Y los pueblos originarios, como en el resto de este continente, fueron confinados a resguardos, reservaciones o lugares en donde la vida es difícil. Herederos de un largo camino de lucha y resistencia, se han propuesto liberar la Madre Tierra. Ni más ni menos.
“Un día decidimos recuperar las tierras. A estas alturas vemos de frente los frutos del capitalismo: calentamiento global, extinción, hambre, dolor. En este país, 0.4% de los propietarios es dueño de 41% de la tierra; 25 millones de hectáreas son solicitadas para minería; los glaciares han perdido 85% de su hielo; el bosque seco tropical, el bosque andino y el bosque alto andino están en extinción. La caña ocupa 330 mil hectáreas de suelo en el valle del río Cauca y gasta 25 millones de litros de agua por segundo. Por eso decimos: nuestra madre no es libre para la vida. Lo será cuando vuelva a ser suelo y hogar colectivo de los pueblos que la cuidan, la respetan y viven con ella… Todos los pueblos somos esclavos, junto con los animales y los seres de la vida, mientras no consigamos que nuestra madre recupere su libertad.”2
Por eso entran a las fincas y organizan mingas (tequios, trabajo colectivo) de corte de caña. Esto es una parte de la Liberación. También continúan en ejercicios en minga de largo aliento: siembra de maíz, yuca, plátano, frijol, huertas y pastoreo de ganado, que ayuda arrancando las raíces recias de la caña para que no vuelvan a brotar con la siguiente lluvia. Cultivar alimentos, hacer que vuelva a brotar el agua de los manantiales, aplacar el calor en donde no queda ni una sombra, no son tareas fáciles. La tierra está cansada, erosionada después de tantos años de recibir todos los paquetes tecnológicos de la Revolución Verde. Ante las fumigaciones, los polinizadores naturales, las abejitas nativas que quedaron en estos territorios de devastación se fueron a resguardar, junto con otros animalitos, a las quebradas de los ríos y a los caseríos.
Éstos no son los retos más fuertes que enfrenta la Liberación. Desde diciembre de 2014, cuando entraron a la primera finca en Corinto, han recibido más de 320 ataques de la pléyade de actores armados en estos territorios: el ejército, los paramilitares, la guerrilla, guardias privados y la policía militarizada conocida como el ESMAD.
Mención aparte merece el hecho de que, en las fincas liberadas, el ejército se ha posicionado definitivamente en las casas hacienda de las fincas, dejando muy claro que las fuerzas del Estado sirven para resguardar la santísima propiedad privada. Diez liberadores han sido asesinados en estos ataques y seiscientos han sido heridos, algunos de gravedad.
El confinamiento y la obsesión mediática con la pandemia generan las condiciones perfectas para la represión y el asesinato. Aunque la actual táctica la vienen ensayando desde enero de este año, en marzo han aumentado los disparos disfrazados de fuego cruzado entre la guerrilla y el ejército hacia los asentamientos de la Liberación. Han lanzado bombas a menos de 100 metros de un asentamiento en Corinto y se sabe que hay una recompensa por cada liberador muerto. Han envenenado al ganado que pastorean y existen temores de que estén envenenando el agua. Incauca y Asocaña culpan a la Liberación de un atentado reciente, generando un ambiente de linchamiento en un contexto en el que el Cauca es el epicentro del asesinato de líderes en toda Colombia. Como dice la propia Liberación, le están apretando al acicate y romper el cerco comunicativo se vuelve un tema de vida o muerte.
¿Por qué les tienen tanta rabia? Porque desde que inició la Liberación, no ha parado, no se ha detenido, y porque no negociará la libertad de la Madre Tierra. Aguantando arremetidas que ya han costado sangre, a la fecha se han liberado 4 mil hectáreas de tierra. No es poco si de erradicar la industrialización que nos enferma globalmente se trata. Ahí, de a pocos, van encontrando refugio aves, reptiles, mamíferos e insectos que representan la esperanza de que el bosque seco tropical no muera y tampoco los nasa.
De raíces profundas, la Liberación camina ligera abrevando en la memoria colectiva viva de todas las rebeliones y estrategias que han hecho posible que los nasa sigan siendo lo que son hasta llegar a este siglo. Desde el levantamiento de La Gaitana y sus guerreros que lucharon contra los conquistadores, hasta la rebeldía de Manuel Quintín Lame y las primeras recuperaciones del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Pero los estados se han vuelto muy finos para controlar a los movimientos a través de diversos mecanismos. Y la necesidad de liberar se vuelve imperiosa. “Veníamos de un largo descanso (¿letargo?) después de las recuperaciones triunfantes de los años 1970 y 1980 y del intento de recuperación de la hacienda El Nilo, reprimido con la masacre de veinte hermanos y hermanas nuestros el 16 de diciembre de 1991. El gobierno fue obligado por una instancia internacional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a reparar al pueblo nasa del norte del Cauca. Los años pasaron y no cumplió y hasta ahora no cumple. Por eso, ante el descaro del Estado colombiano, ante el abuso del poder para manipular y poner trampas y ante el sufrimiento de nuestra Madre Tierra, decidimos levantarnos y volver a gritar.
El 14 de diciembre de 2014 las comunidades indígenas de Corinto reanudamos la liberación de la Madre Tierra. Esta vez entramos en cuatro fincas habitadas en tiempos pasados por nuestros abuelos y abuelas que ahora son de propietarios privados, entre ellos el Ingenio del Cauca, Incauca, es decir, de Carlos Ardila Lulle. Este pobre viejecito, sin nadita que comer, es dueño de empresas de gaseosas, de bancos, de canales de televisión y radio y miles de hectáreas de tierra en toda Colombia. Así que la cosa está peluda. En el pasado, las recuperaciones de tierras las hacíamos a terratenientes locales. Ahora nos metimos en la boca del lobo, en las tierras que son nuestras pero que figuran a nombre de un hacendado poderoso, de tamaño nacional y encadenado con el sistema financiero mundial. Ha mandado a decir don Ardila Lulle que él no cede estas tierras ni por el más ni por el menos, que prefiere financiar ataúdes a poner en oferta las fincas.”3
En esa normalidad a la que quieren que regresemos y que generó éste y otros males, tiene que haber más opciones que la esclavitud o el ataúd, para nosotros y para el resto de los seres de la Madre Tierra. Esas opciones, esas liberaciones son justamente lo que tendremos que crear colectivamente ahora que no seremos los mismos.
Cauca, 25 de abril de 2020
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1. Proceso de Liberación de la Madre Tierra. Tercera Marcha de la Comida: tres toneladas de afecto para Comunidades de Agua Blanca en Cali. https://liberaciondelamadretierra. org/tercera-marcha-de-la-comida-tres-toneladas-de-afectopara- comunidades-de-agua-blanca-en-cali/
2. Proceso de Liberación de la Madre Tierra, 2015, Libertad y Alegría con Uma Kiwe. https://liberaciondelamadretierra.org/ libertad-y-alegria-con-uma-kiwe/
3. Proceso de Liberación de la Madre Tierra, 2015, Libertad y Alegría con Uma Kiwe, op.cit