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POST RACISMOS

XUN BETAN

TSOTSIL DE MÉXICO

Papi, ¿verdad que yo no soy india? –No, hija, tú no eres india, sólo tu mamá. Además tú eres más blanquita que ella. Así respondió uno de mis tíos, mestizo, cuando la pequeña preguntó si no había nacido con esa mortal enfermedad, la de ser indígena.

Estas historias se repiten una y otra vez entre las nuevas familias construidas entre personas de un pueblo originario y personas mestizas, donde se presentan otros tipos de racismos, comúnmente silenciosos o silenciados. Aunque sí, estos vínculos familiares ya se venían dando. Un detonante fue cuando más jóvenes, procedentes de un pueblo originario, se enfilaron al magisterio. Después se fue expandiendo con los jóvenes que tenían una formación académica. No se cuestionan estos vínculos, pero sí se puede hablar de que en muchos casos guardan un conflicto identitario entre sus descendientes. Se encuentran en el dilema de reconocer a sus ancestros mesoamericanos o ubicarse en su nueva raíz mestiza o simplemente superar estas barreras que marcan la división identitaria fuertemente arraigada en el país.

Estos conflictos que se presentan en las periferias sobre las identidades raciales o clases sociales son construidas por las instituciones, que siempre han menospreciado a la población indígena por considerar sus formas de vida y cultura como un atraso a la moderna idea de las tendencias urbanas europeas o estadunidenses, donde el sentido del desarrollo se enfocaba al consumismo y la banalidad de la persona. El egocentrismo y el liberalismo gringo fue y es el sueño de muchos mexicanos que aplauden estas “democracias” excepcionales, libertadoras y “humanas”, como lo expresan en televisión, películas y los programas gringos que exaltan los estereotipos de belleza y estilos de vida.

Así vemos que muchos políticos siguen aplaudiendo las supuestas maravillas de la democracia gringa, tal como lo expresa el recalcitrante priísmo que entregó sin más la vida económica del país a los vecinos del norte, y el panismo mexicano guiado por el modelo político de sometimiento. Estos comportamientos no pueden ser más que el mismo racismo que sienten por la gente de los pueblos, que a pesar de ellos seguiremos de pie. La única certeza panista es que la mayoría está plenamente consciente de no pertenecer a un pueblo mesoamericano, y cuando lo enaltecen es sólo por hipocresía. Otro punto es que la mayoría de quienes integran dicho partido son mestizos blancos, y de clase media, media alta y burguesa, aunque existen otros que, como vulgarmente se decían entre mis compañeritos mestizos de la primaria, “comen frijoles y eructan pollo”. Aspirar no es ningún pecado, pero sí el querer formar parte de un partido clasista, racista, conservador y de doble moral.

El priísmo simplemente jugó a apoderarse de lo indio para asegurar bastiones del poder, como lo hizo por mucho tiempo con el pueblo de Chamula, en Chiapas, y en otros municipios del país, creando patriarcas de poder local. Así tenemos también los casos de los sindicatos y líderes campesinos como Antorcha Campesina. Lo indio y campesino sirvió para arremolinar el control, y los sindicatos, formados en su mayoría por mestizos y gente de clase baja. El racismo “del cloro” fue muy popular entre ellos: en tiempos de campaña había que llegar a los pueblos indígenas, saludar con la mano, abrazar y vestirse con las ropas tradicionales, y luego ya de regreso en casa darse un baño con cloro “por si a caso y se nos pegó una mugre”. Pero eran populares y visitaban a las comunidades indígenas sometidas, y todo era “armonía” con los líderes locales y los caciques de las regiones, además del poder central. Esa era la consigna, “estar unidos” mientras desviaban los recursos del país, y los otros partidos se hacían de la vista gorda, esperando sus “moches”. De la misma forma despojaban a los campesinos de sus tierras y al país de sus industrias para después privatizarlas. Así, los que siempre han sido jefes y patroncitos, panistas y priístas, pegan el grito al cielo porque un “viejo senil y sureño” llegó al poder. No soportan que gente del sur y sin pertenecer a su clase de vende patrias pueda gobernar.

Desde antes le auguraron calamidades apocalípticas, y hasta juraron y perjuraron irse del país si ganaba (lo que seguimos esperando) o que nos volveríamos como Venezuela, otra muestra más del racismo en que están instalados. Este tiempo he estado leyendo muchos comentarios en redes sociales, donde han desbordado los discursos de odio. Facebook y Twitter están llenos de expresiones clasistas y de odio racial. La mayoría provienen de cuentas reales o falsas (bots), que suponemos que vienen de gente de clase media o alta con mayor conexión a internet. Muchas de esas cuentas dicen ser de la Ciudad de México, Zapopan, Jalisco y la ciudad de Puebla. Exponen su odio a lo indígena, como muchas veces es catalogado Andrés Manuel López Obrador: indio, naco inculto. De la misma forma le sucedió a Marichuy, que estando en campaña fue denostada como india analfabeta, o a Yalitza Aparicio, como india con suerte. El discurso de los internautas anti-AMLO va en torno a una región geográfica, el sur, en la forma de hablar, el color de la piel, aspecto físico; a ridiculizar gestos y actividades, muchas de ellas vinculadas a rituales indígenas. Se busca identificar al aspecto “indio, prieto, sureño o pobre” como un algo que es sinónimo de la inutilidad de la persona.

Con el actual gobierno, que ha integrado a personas de los pueblos originarios en espacios públicos, las reacciones del racismo no dejan de expresarse. No soportan ver que los que trataban de “empleados” ahora ocupan espacios de dirección o coordinación de algo, son senadores o diputados. Ahora los ven como “indios alzados” o “manipulados”, como sugieren también muchos académicos e izquierdosos blancos, que se veían como los protectores o promotores de los pobres “inditos”. Tampoco soportan ver que estos indios estén en espacios mediáticos, y al igual que como lo hacen los panistas, terminan denostando su capacidad intelectual. Estos indios creídos llegaron al poder sin el permiso de ellos, que nos dan la voz y la palabra en los medios. Como que los inditos no pueden tomar decisiones, como que no pueden aceptar o rechazar proyectos o programas ni pueden pensar ni opinar sobre sí mismos, porque la academia y el liderazgo de los luchadores sociales blancos tienen la exclusividad.

Y no, no creo que un sexenio logre cambiar o combatir tanta porquería que han dejado los gobiernos priístas y panistas, además de que el actual dejará impunes a políticos, como ya se empieza a vislumbrar al dejar libre de auditoría al exgobernador de Chiapas y eximir de su responsabilidad al actual por los actos de violencia hacia los estudiantes de la Normal Rural Mactumactzá y los padres de los estudiantes de Ayotzinapa. Lo mismo podemos decir de los feminicidios, que no cesan, y los conflictos de intereses con la ya anunciada construcción de la Autopista Palenque-San Cristóbal. Se suman también los ataques a periodistas y luchadores ecologistas. Aunque pareciera que estas violencias son creadas para generar un ambiente de “pánico y desastre”, viniendo de los medios que ahora sí “ven” lo que no veían y de los que hacen las notas del día y las primeras planas de sus diarios que siempre callaron.

Finalmente, las críticas en redes sociales de muchos panistas y anti-AMLO terminan con simples adjetivos como decirle a alguien “naco, feo”, “gorda” o “esa gorda engreída”, “india naca”, “viejo payaso”, “viejo inculto”, “no sabe hablar”, “indio”, “indio maricón”, “vieja naca y ridícula”, “mariguana”, “loca”, “ignorante”. Esto y más es lo que podemos encontrar en las cuentas. Puras simplezas, no hay argumentos concretos y su fuerte es ridiculizar, crear noticias falsas o “tendencias” que hacen parecer como opinión pública, utilizando vulgares adjetivos clasistas.

Como diría mi tío panista: Tú no eres india, tu mamá sí. La idea del mestizaje mexicano: no reconocer sus orígenes, avergonzarse o negarlos es resultado de la polarización económica y social creada por la estructura política de antaño, que ojalá ya cambie de rumbo.

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