EL SISTEMA ALIMENTARIO VIGENTE: ENEMIGO DE LA SALUD
SANIDAD AGROPECUARIA Y POLÍTICAS ANTICAMPESINAS EN AMÉRICA LATINA
Esta pandemia ratificó el gran fracaso del sistema alimentario industrial que afecta permanentemente a los territorios y a los cuerpos; deja gravísimos lastres en la salud y el ambiente; debilita nuestro sistema inmunológico, la calidad, la vastedad y la variedad de la alimentación que hasta hace no muchos años se apegaba a los ciclos campesinos de temporada y se comercializaba e intercambiaba por canales de confianza. Podía llegar a los mercados de abastos y otros mercados exigentes.
Han surgido múltiples maneras de controlar, uniformizar y monopolizar la alimentación desde la semilla hasta el producto final. Ahora, los estándares de “sanidad” o “inocuidad”, parte del libre comercio, favorecen la industrialización de los alimentos y el control monopólico corporativo. Tales estándares encierran un sinfín de contradicciones e injusticias y no obstante se volverán más agresivas con las regulaciones por la pandemia de Covid-19.
En junio de 2019 se realizaron las “jornadas contra las políticas anticampesinas en Ecuador”. Participó la Red Agroecológica de Loja con la presencia de un miembro de la Red en Defensa del Maíz de México, que denunció los daños provocados por el TLCAN (hoy T-MEC) sobre el agro mexicano.
El objetivo era mirar la destrucción de la vida campesina que instaura el libre comercio por los territorios y por el mercado interno en Ecuador y en América Latina, y su relación con tratados internacionales que amenazan la supervivencia de los pueblos.
“Uno de los ejes centrales fue analizar las legislaciones de sanidad e inocuidad, que anidan los intereses de las transnacionales agroalimentarias, el capital financiero y la sociedad de mercado. Así se tornan nuevas políticas públicas para la dominación y despojo de los pueblos.”
A inicios del siglo XX, la agricultura sufrió una bifurcación. Hasta entonces radicaba en los pueblos originarios y en el mestizaje que da origen a las poblaciones campesinas. Su base era la biodiversidad de semillas, la integración entre cultivos y animales, y el respeto a los ciclos estacionales y cósmicos. Las nociones de equilibrio dentro del ecosistema eran fundamentales. En los bosques nativos tropicales no existe la idea de las plagas, sino interrelaciones biológicas complejas desarrolladas en procesos de evolución milenaria. Del mismo modo, en los sistemas de cultivos, sea la milpa mesoamericana o la chacra andina, los pueblos han forjado estas relaciones, así que las “plagas” y los insectos benéficos son un asunto muy diferente en la agricultura campesina o en la industrializada.
En este mismo periodo, la agricultura empresarial capitalista tomó un giro radical, se desmarcó de la agricultura tradicional y tomó impulso con la energía fósil propia de la civilización petrolera.
La agricultura industrial responde a la acumulación de riquezas de las corporaciones transnacionales y se orienta, con disfraces como las políticas sanitaristas y el control de semillas, a destruir a la madre, a la agricultura originaria, a la fuente de semillas y sustento de los pueblos.
Los monocultivos se expanden con el uso de semillas híbridas o transgénicas donde todas las relaciones de equilibrio quedan destruidas. En el campo, estas semillas requieren fertilizantes químicos. Al crecer son completamente vulnerables al ataque de plagas y enfermedades, requiriendo la aplicación de pesticidas que son venenos para nuestros cuerpos y tóxicos para nuestro cuerpo ampliado, llámese éste territorio, ambiente o naturaleza.
Las leyes sanitaristas se basan en esta lógica y multiplican el uso de pesticidas para combatir plagas y enfermedades creadas por esta forma deformada de la agricultura. Los equilibrios se rompen. Y se necesitarán más venenos, pesticidas y medicamentos, abriendo un mercado de venta de químicos y multiplicando las ganancias.
¿Están de verdad preocupados por lo sano quienes promueven las leyes de inocuidad y sanidad animal o vegetal? Vemos más un modo de legitimar la necedad tecnológica de la Revolución Verde para producir alimentos y volverla una normalidad. El sistema de sanidad argumenta la prevención, el control y la erradicación de plagas y enfermedades y es eso exactamente lo que provocan.
La concepción sanitarista está estrechamente asociada al monocultivo y a las monocrianzas, a la reducción de la biodiversidad y la conversión de alimentos en productos o mercancías, atiborradas con químicos, pesticidas, conservadores, hormonas, antibióticos, vacunas. Están desprovistas de riqueza nutricional.
La concepción de la inocuidad está asociada a una asepsia bacteriana, y a alimentos refinados, inertes, que contradictoriamente al ingerirlos son causa de enfermedades y muertes, al alterar y extinguir la macrobiota intestinal. Afectan el funcionamiento de todos los órganos del cuerpo humano, debilitan nuestro sistema inmunológico y, en este tiempo pandémico, nos hacen más vulnerables al ataque de nuevas enfermedades.
En el periodo de la pandemia se han manifestado expresiones de los gobiernos que alarman por el ataque a la alimentación de la gente. En Ecuador, Brasil, Honduras, Colombia, Perú, Bolivia y México, lejos de aliarse con el campesinado nacional, se pretende suplir la demanda con importación de alimentos, reduciendo los aranceles y flexibilizando las políticas de calidad y cuidado del medio ambiente. Promueven y destinan los recursos a la agroindustria global y profundizan el despojo de comunidades campesinas e indígenas, como sucede en las selvas habitadas por pueblos mayas o amazónicos.
En plena pandemia el gobierno de facto de Bolivia aprobó el decreto supremo 4232, autorizando semillas transgénicas en los cultivos de maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya. Alineándose todos a la política de UPOV 91 de privatización y propiedad de las semillas.
Para documentar la desconexión oficial, en el estado de Jalisco, en México, en mayo inició operaciones la Agencia de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (ASICA) y se elaboró el Plan de Resiliencia ante la Pandemia, cuyos objetivos en lo agropecuario son: “Aprovechar las oportunidades para la exportación que se están generando a nivel internacional, garantizar las condiciones fitozoosanitarias en las semillas, insumos agrícolas, pecuarios y acuícolas; implementar los estándares de bioseguridad internacional; incrementar la infraestructura para el manejo sanitario y la logística de exportación, certificación de cadenas productivas sustentables (ejemplo: agave-tequila, carne y aguacate), y promover el control de cambio de uso de suelo y descargas contaminantes a cuerpos de agua para el cumplimiento de estándares internacionales”.
¿Dónde está la población en sus propuestas? ¿Por qué no mencionan al campesinado y el comercio local como estrategia de sobrevivencia? ¿Priorizar la exportación es viable? ¿Dónde queda la soberanía alimentaria?
Los gobiernos quieren aprovechar la oportunidad para robustecer a sus aliados transnacionales ignorando la crisis ambiental y de salud planetaria. Es increíble que para solucionar la posible carencia pretendan eliminar las eficientes maneras milenarias de darnos de comer a todos.
Lo más grave es que estos sistemas sanitarios en el campo agropecuario y en el procesamiento de alimentos sirven muy poco para proteger la salud pública.
En el campo de las alternativas, requerimos retomar una mirada de lo alimentario ligado a los sistemas locales de base comunitaria y a la defensa de la soberanía alimentaria. Las redes campesinas han sido gestoras históricas de una fecunda biodiversidad, cuidadores de las semillas y de la calidad integral de los alimentos y los ecosistemas.