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HABLAN LOS VIEJOS

JUSTINE MONTER-CID

Aunque la historia de El eterno retorno pudo suceder hace 300 años, también puede suceder mañana. Francisco León Cuervo, escritor mazahua, nos enseña en su novela bilingüe parte de esa narrativa prehispánica de las comunidades mazahuas del Estado de México. Nuestro territorio ha sido escenario para variedad de creaciones míticas. Tenemos un catálogo abundante de estas criaturas nada benignas. Los brujos nahuales en todo el país, las brujas devorando niños no bautizados en San Luis Potosí o los chaneques perdiendo caminantes en los bosques neblinosos son las criaturas más mencionadas en las historias que se cuentan. Más fantásticos aún, tenemos al dzulum en el territorio maya, felino que atrae víctimas femeninas a sus garras, y más frívolo y poco creativo, al chupacabras que succiona ganado ajeno. Todos estos seres fueron creados en tiempos primigenios, cuando el cacao era moneda. Algunas de estas criaturas míticas tomaron el nombre de deidades para atemorizar y controlar a la población en sus comportamientos. Hoy no es exactamente lo mismo.

Así como a los relatos antiguos mazahuas, El eterno retorno remite a las antiguas palabras de los viejos (huehuetlatolli en la cultura nahua). Esos discursos de los sabios guardados por Bernardino de Sahagún funcionaban como meras exhortaciones y reglas de vida: del padre al hijo varón, de las parteras a las madres, de las madres a las hijas. Estas palabras fueron el cimiento de las antiguas civilizaciones de Mesoamérica antes y después de la conquista.

Con la llegada de los españoles y el mestizaje religioso se intentó refutarlos, pero los misioneros prefirieron modificarlos a gusto de su dios y se difundieron bajo el nombre del cristianismo. Las amonestaciones de estos relatos orales constituían la parte medular de las familias. Los discursos de los viejos en las antiguas culturas determinaban la filosofía moral y la parte de su retórica más rica. Ante ellos se debía mostrar respeto. Eran palabras de autoridad. Los discursos procuraban el buen linaje, evitaban la lujuria y educaban para ser discretos en la sociedad. Estas y otras enseñanzas se guardaron de memoria de generación en generación, colectivamente.

Encontramos en la historia una de tantas amonestaciones y un escarmiento por corromper esas virtudes. Nuestro personaje, Xuba, se emborracha y comete adulterio. Pronto se lamenta el no hacer caso a esas historias. La prudencia queda del lado cuando prueba el pulque —nos queda claro— y la tragedia sucede. El exceso es parte de la naturaleza humana. Los deseos carnales e impuros transforman al hombre en animal. Se le borra la vergüenza y la razón desaparece. Queda desnudo y vulnerable.

Pronto llega la cultura occidental e invade la historia de los indios antiguos. Las sirenas aparecen producto de una metamorfosis en el agua turbia de la que son huéspedes estos animales. Pero anterior a la conquista hubo en nuestro pasado prehispánico un animal mítico de la cultura mexica a la que se le debe la creación de la tierra: el Cipactli, mitad cocodrilo y mitad pez, animal del tiempo primigenio, se partió en dos para crear la tierra y el cielo.

Hombre, mujer, animal o cosa, la sirena de El eterno retorno pervierte a los indios y en su carácter de némesis penetra en el alma de los desdichados hasta agotarla. Los chiles, las tortillas y el pulque dejan de saber. El trabajo del zacatón ya no rinde. Pronto queda uno con la barriga llena de animalejos. El olvido es ese escarmiento. Tener cuidado de estas criaturas es prioridad para los borrachos, dicen los viejos. Así como la sirena de León Cuervo, La Llorona que, aunque de origen hispanoamericano, se intima con el inframundo, la lujuria y la muerte y pasa a ser anécdota de cualquiera que madrugue o padezca insomnio, volviéndose un personaje de carácter popular y hasta folclórico.

La forma en espiral en que está contada la historia de Xuba es producto de la concepción filosófica occidental de los estoicos y el tiempo. El pasado, el presente y el futuro giran infinitamente hacia un destino trágico. Las casualidades que a nuestro personaje le acontecen al amanecer, al trabajar o al beber sus buenas jícaras de pulque son advertencias de las que los viejos sabios mazahuas hablaron y no los escuchó. En ese sin retorno se mezcla el mundo mestizo y el mundo prehispánico. Los trece niveles del cielo y los nueve escalones del inframundo de la cosmovisión mesoamericana hacen presencia junto al cielo cristiano y sus ángeles percudidos. Es un vaivén de creencias, mundos superpuestos e intercalados. La historia de El eterno retorno conmueve a cualquiera que no quiera perderse ni perder sus raíces, su color o su tierra.

La vigencia del relato recae en la cercanía que tenemos con estas criaturas míticas de la vieja escuela. Estas historias en los pueblos y en la gran urbe no tienen fecha de caducidad. Son relatos que se pierden hasta que los olvidamos y nosotros no queremos olvidar. Llevan en nuestra historia más de mil años y contando.

La historia interminable, la sabiduría ancestral de los pueblos mazahuas y la mezcla de límites culturales hacen de esta novela una hazaña del autor con la lengua jnatrjo y el español. Es El eterno retorno a ojos del lector conocedor y del extraño un recordatorio para escuchar a los viejos cuando hablan y extrañarnos si el gallo no canta al amanecer.

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Francisco Antonio León Cuervo, El eterno retorno/Nu pama pama Nzhogû, Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, Universidad de Guadalajara, 2019, 174 pp.

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