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SER NEGRO Y… NO SERLO

LAMBERTO ROQUE HERNÁNDEZ

Mis andares como educador en el estado de California me llevaron por algún tiempo a la ciudad de Oakland, a la que por cierto tengo un gran respeto y cariño. Por su vibra, por su gente, por su resistencia histórica. Cuna de los Black Panthers, iniciadores del programa free breakfast en las escuelas. La ciudad, incómoda y malcriada como muchos de sus habitantes, donde se recita y destila resistencia a través de voces que los toques de queda en estos días calman pero no acallan.

Cuando era nuevo en este sistema educativo, enfrenté una dinámica cabrona en las escuelas públicas. De repente me daba miedo. No la gente sino cómo eran tratados muchos estudiantes. Empecé a observar las divisiones existentes entre la comunidad estudiantil. Cada grupo étnico, raza, como mal le llaman aquí, hacía tribu. Y cada grupo estaba clasificado de acuerdo a los estereotipos creados por la sociedad. Los asiáticos callados y estudiosos, buenos para las matemáticas y la ciencia. Los latinos problemáticos en términos medios. Los negros conflictivos y desmadrosos, bruscos, ruidosos y con malos hábitos. Y claro, todo avalado por el sistema, porque desde que se llena la solicitud de ingreso al kindergarten se tiene que marcar en una cajita la raza a la que los hacen pertenecer. Ahí empieza la separación de acuerdo a las características físicas o identidad cultural que cada uno pretende reclamar.

Lo que más llamó mi atención fue la rivalidad entre los latinos y los negros. En la comunidad y por supuesto transmutado a las escuelas. Dos grupos en desventaja que se peleaban (¿aún pelean?) entre ellos en vez de unirse para tratar de erradicar la opresión. Me había metido al patio de los perros que la historia hizo bravos. No estaba con los negros intelectuales, educados, con maestrías o doctorados, ya conscientes de que hay que unir fuerzas para luchar juntos. Estaba en la madriguera de los vendedores de droga. En la calle de las putas. En el vecindario en el que el desempleo empuja a los chavos, hombres y mujeres, a hacer lo que sea para alcanzar a consumir lo que el capitalismo les casi exige tener. El barrio del welfare, sistema de ayuda social que causa dependencia entre los habitantes de bajos recursos. Un día, un colega afroamericano me hizo la observación de que la división entre latinos y negros era posiblemente because these two ethnic groups were fighting for the leftovers being given to them by the social assistance system. El mismo modo de control social que se estableció para los indígenas. Estira la mano y te damos las sobras. Y por ellas hay que pelear. En un área copada de latinos pobres y negros marginados era obvio que había división. Brutal. Fucking divide and conquest.

Los estudiantes negros llegaban a la escuela de mal humor. Y a la primera provocación se defendían y tiraban frustración y encabronamiento contra los maestros hacia sus compañeros. Sobre mí. O quien fuera. Ya de por sí existe el estereotipo del negro bravo. Enojón. Violento. Ratero. Con esas imágenes crecemos. Así nos los han vendido en los medios. Nos enseñaron que entre más oscuro de piel se es, más feo. Y que hay que tener miedo. Lo negro da miedo. La oscuridad. Al principio, al ver a los estudiantes reaccionar así, honestamente de una u otra forma se me reafirmaban los estereotipos que había mamado desde México. Me daban una actitud bien cabrona. Sin embargo, como estaba convencido de mi función y lo que había decidido hacer con mi vida en Estados Unidos, le entré al toro bravo. Me deshice de las partes de filosofías enseñadas en la Universidad donde estudié pedagogía, la cual irónicamente está en las periferias de uno de los barrios bravos de Oakland. Y aprendí a coexistir en mi nuevo mundo. Pedí ayuda y uno de mis colegas, nativo del área, grandote y oscuro como mis noches de esos días, me adoptó. Me modeló cómo dirigirme a esos chavos que ni en él confiaban. Me entrenó para enfrentarlos con respeto. Me dio instrucciones de cómo dirigirme a los padres. Y me humanizó. Un día durante el descanso, me dio una analogía muy sabia. Dijo: “Tú y tu gente son descendientes de edificadores de imperios, de gente en resistencia. Organizada. Saben sus orígenes y saben hacia dónde van. Mi gente son descendientes de esclavos que fueron abandonados/liberados por cuestiones políticas a su suerte. Huérfanos. Nos desbandamos y estamos aún en busca de la tierra prometida”.

Le mencioné que gracias a la lucha de los derechos civiles en los sesentas hubo grandes logros. Que habían mostrado al país de lo que son capaces. Terminó diciendo que el sistema por eso les tiene miedo y busca la forma de reprimirlos infectando sus barrios con drogas, con armas, comprando a sus líderes y metiendo a sus mejores jóvenes a las cárceles. Aun así, su lucha sigue.

Los estudiantes veían en mí a un hombre que quería guiarlos por los caminos de una realidad que para muchos de ellos parecía inalcanzable. Además, la mayoría no tiene el modelo del hombre en casa. Crecen con la madre. Con la Grandma. En casos, el papá jamás ha aparecido en la foto familiar o lo que es peor, fue asesinado o está preso. ¿Quién era yo para decirles qué hacer? Me atreví a inspirarlos a que se aferraran a las posibilidades de las que yo me había cogido y que la educación nos haría libres. Lo que en ese momento yo no alcanzaba a entender es que ellos eran negros y yo no.

Yo no era ni soy blanco o negro. Era inmigrante, hombre mexicano, indígena oaxaqueño. Nada como ellos. ¿Por qué tendrían que escucharme? Era del bando opuesto. Sus modelos a seguir eran otros. El jugador de basquetbol. El hiphopero. El mejor beisbolista. Las curvilíneas cantantes del momento. El padrote. El drug dealer. You fucking name it. En su momento, madres vinieron a decirme que sus hijos serían jugadores de béisbol o futbol americano porque ahí estaba el dinero. Y tenían razón.

En esta sociedad, y en la mayoría de las escuelas, a los negros se les quiere cuando son pequeños porque they are cute, y cuando han tenido éxito. Muchos jóvenes blancos adoran la música negra, especialmente el rap. Se idolatra a los deportistas negros que en casi todas las disciplinas dominan. Son los mejores. Se les quiere aunque desde lejos cuando ya han sobrepasado todos los obstáculos y tenido éxito. En el cine. En las artes plásticas. En la ciencia. Aunque en la calle a los ojos de la policía, y de noche, todos los negros son sospechosos y se les puede fabricar el delito que sea, de acuerdo a las palabras del comediante negro Dave Chappelle.

Pero ¿qué ocurre cuando esos niños no llegan al éxito, no logran pasar a través del harinero social? Se les teme porque son negros. Se les evita en las aceras. Se les saca de los salones de clase. La policía los detiene y los revisa hasta casi desnudarlos. Se les discrimina. Se les encarcela. Se les asfixia. Se les dispara por la espalda. Crean resentimientos justificados.

Siendo maestro observé en los pasillos a niños negros parados fuera de sus aulas. Los maestros los sacaban y sacan de clase por no poner atención. Por contestones. En vez de ayudarlos, entendiendo o indagando el porqué de su comportamiento, se les castiga. Así, se les confirmaba que eran malos. Y que en el lugar, la escuela en este caso, donde deberían estar seguros, no lo estaban. Con frecuencia eran los más negros los parados fuera de los salones o esperando en la oficina su turno para ser reprendidos por el director. Seguí el patrón, me di cuenta de que entre más negros, cargaban más bagaje. Y concluí que la mayoría de sus problemas radicaban precisamente en el color de su piel. En su apariencia física.

Aprendí que también entre ellos tienen sus propios pedos. Hay los light skin with the good hair, y los de bad —nappy— hair. Los de ojos claros. Los de ojos de color. Estaba más complicado de lo que pensaba. La discriminación no sólo viene de los blancos. Asenté en mi mente que casi todos los males de los humanos estaban basados en el color de la piel. Como indígena oaxaqueño, yo ya había enfrentado discriminación entre los güeros del D.F., de otras partes de México y en Estados Unidos. Pero no soy negro. La experiencia de ellos es incomparable.

Los negros cargan con más problemas que otros desde temprana edad. Las madres y los padres, a cierto tiempo, tienen que sentarse a hablar con sus hijos y explicarles lo que es ser hombre o mujer negro en este país. Cómo comportarse en las calles y principalmente cuando son detenidos por la policía. En las escuelas muchas veces no hay interés de hablar a profundidad con ellos y enseñarles la historia real de este país. Se les sigue mintiendo. En mayor parte, se les castiga, victimiza y margina desde temprana edad. Se perpetúa de manera inconsciente el racismo.

Hoy en día su lucha sigue. Están cansados de que los mate la policía, hartos de ser tratados como ciudadanos de tercera, y se han salido a las calles a protestar de manera pacífica y, como suele suceder, provocados por la policía para tener suficientes razones para garrotearlos y desacreditar un movimiento que crece.

Ya se cansaron de que continúen sacándolos de los salones de clase. Se hartaron de que los estén asfixiando.

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