RACISMOS / 279 — ojarasca Ojarasca
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RACISMOS / 279

No existen las razas, ni las etnias en el sentido que se aplica convencionalmente a los pueblos originarios. Sin embargo, la creencia de que existen alimenta un racismo arraigado y extendido en México, como en muchas naciones del mundo. La anexión de Palestina a la nación israelí es un caso extremo de racismo al que ningún gobierno del mundo se atreve a llamar por su nombre. Lo mismo el sistema electoral estadunidense. A mediados de la crisis de pandemia, Estados Unidos vivió una explosión de protestas antirracistas, tras el asesinato policial del afroestadounidense George Floyd, que lograron sacudir al mundo. En México también se habló con largueza del supremacismo blanco, de la discriminación por el color de piel, de las bellaquerías de la Casa Blanca. Ello sin reconocernos en ese espejo, como si aquellos “negros” no tuvieran nada que ver con nosotros, como si los connacionales allá fueran otro tipo de mexicanos al que eran acá antes de migrar. Son expresiones de la “blanquitud” en los términos que empleaba Bolívar Echeverría para referirse a esa “apariencia blanca” que demanda la identidad humana según el capitalismo.

Ignorándolo con frecuencia, muchos países enfrentan hoy un incremento de actitudes y acciones abiertamente racistas bajo eufemismos cobardes como “ley y orden”, “son vándalos, enemigos del Estado, infiltrados, manipulados, comprados”. La fobia al “otro” se extiende. Pueblos originarios (o sea invadidos), migrantes o ciudadanos de aspecto “africano”, “árabe”, “chino”. Todos son blanco del repudio del hombre “blanco” (algo bastante subjetivo). Y siempre será peor para los descendientes de aquellos africanos desarraigados hace tres y cuatro siglos para ser sometidos a una esclavitud atroz, animalizada, del espécimen oscuro que se daba en abundancia en el África subsahariana: fácil de transportar y tan lucrativo como el oro. Ahora que son ciudadanos en las metrópolis (aunque de segunda), representan sólo un problema.

En un análisis sobre el caso de George Floyd y el racismo en la educación superior latinoamericana, Daniel Mato, de la UNESCO, ofrece definiciones útiles:

“El racismo es una ideología según la cual los seres humanos seríamos clasificables en razas, algunas de las cuales serían superiores a otras, que serían moral e intelectualmente inferiores. Esta ideología sirvió de sustento al despliegue colonial protagonizado por coaliciones compuestas por algunas monarquías europeas, sus ejércitos y funcionariados, grupos de poder económico y dirigentes de religiones institucionalizadas, que subyugaron no sólo a pueblos de otros continentes, sino también europeos. En esta parte del mundo significativamente nombrada América Latina (denominación que afirma su ‘herencia’ europea), los nuevos Estados republicanos lejos de acabar con esta ideología se constituyeron a partir de ella y la reprodujeron a través de políticas y prácticas racistas. Por ejemplo, para acabar con ‘la barbarie’ y asegurar el avance de ‘la civilización’, sucesivos gobiernos continuaron el avance sobre los territorios de pueblos indígenas, distribuyeron sus tierras entre los grupos de poder político y económico de los que formaban parte, y encargaron a la Iglesia Católica la ‘salvación de las almas’ de los sobrevivientes de esos pueblos despojados de territorios; a los que también se les prohibió hablar sus lenguas, practicar sus formas de espiritualidad y sostener sus sistemas de alimentación y salud.” (http://www.iesalc.unesco.org/2020/06/24/ el-caso-george-floyd-y-el-racismo-en-los-sistemase- instituciones-de-educacion-superior/).

El pasado colonial vive en el futuro. Ni siquiera los gobiernos “progresistas” que hubo recientemente en Brasil, Ecuador, Bolivia o Nicaragua evitaron dar continuidad al colonialismo interno de sus predecesores, que asumen con radicalismo los actuales gobiernos de ultraderecha que los sucedieron. Colonialismo es racismo. Así sea en buena onda como lo fue en dichos gobiernos o como lo es en el México “nuevamente” indigenista de hoy. Dado que el racismo no da la cara, tiene muchos nombres; se enmascara detrás del “humor”, la “libertad de expresión”, el “realismo práctico” de la burguesía, el marketing, los miedos inconscientes y las fobias de la población amestizada. Campea por todas partes, en los medios y redes de comunicación, en las escuelas, el mercado laboral. Define a terratenientes, hoteleros, mandos policiacos, presidentes municipales, gerentes, capataces.

Desde tal perspectiva resulta fácil justificar los autoritarios y anacrónicos planes de “progreso” y “desarrollo” que nunca paran. A ojos de la sociedad dominante urbana, incluida una parte de la autoproclamada izquierda, se encuentran justificadas las razones de Estado en que se basan, casi siempre solapadas. Consideran que en manos de indígenas, o en irritantes reservas ecológicas, el territorio explotable que aún queda en México se encuentra desperdiciado y hay que “aprovecharlo”. Nos hacen creer que “es de todos” pero en los hechos se estatiza y/o privatiza. Sin el hondo racismo imperante estos abusos no serían posibles.

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