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IRMA PINEDA O LA POESÍA COMO PROTESTA

FRANCISCO LÓPEZ BÁRCENAS

Como no podía hablar tuvo que aprender a escribir. Irma Pineda Santiago nació un 30 de julio de 1974 y ella y su familia se preparaban para festejar sus cuatro años de vida cuando un comando del onceavo batallón del ejército federal secuestró a su padre, el profesor Víctor Pineda Henestrosa —Víctor Yodo—, llevándoselo con rumbo desconocido, sin que a la fecha se sepa su paradero. Los sucesos de aquel 11 de julio de 1978 marcaron su vida para siempre; la tristeza la sumió en un silencio que espantó a sus familiares y conocidos, la ausencia de su padre le quitó las ganar de hablar y ya no se comunicó con nadie. No era para menos; antes de su secuestro, cuando su padre no estaba impartiendo clases u organizando campesinos, se acostaba con ella en la hamaca y al vaivén de ella le leía poemas que le gustaban mucho, más por la cadencia con que los pronunciaba y el ritmo de la escritura que porque entendiera su significado. Así conoció a los españoles Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rafael Alberti, que marcarían su vida.

Para sobrellevar su silencio, Na Cándida, su madre, y su abuelo Antonio le leían poesía y le contaban cuentos regionales. Por su abuelo conoció la obra poética de Francisco de Quevedo, igual que historias de nahuales y cuentos que él heredó de sus ancestros. Eso y su aislamiento alimentaron su imaginación. En las noches de su niñez subía a los techos de las casas y se acostaba a mirar el cielo estrellado, ahí se pasaba horas y horas pensando en cuantas cosas puede pensar una niña. Así comenzaron a brotar sus primeros escritos, en español, porque era la lengua que conocía. Sus maestros, los profesores Enedino Jiménez y Víctor Terán, poetas ellos mismos, la guiaron por los vericuetos de las artes poéticas. Así nació “La espera”, un poema donde plasmó lo que sentía mientras esperaba que su padre volviera. Su madre lo entregó a Amnistía internacional, quien lo publicó en Londres. Una poeta estaba naciendo.

Después de cursar la primaria y secundaría en Juchitán, Irma Pineda se fue a Toluca a buscar su futuro, donde el frío y una sociedad que no entendía volvieron a hacer presa de ella. Otra vez, volvió a la poesía para protegerse, pero esta vez se atrincheró en su cultura y comenzó a escribir en zapoteco. A los dieciocho años ya publicaba en periódicos universitarios, muchas veces con seudónimo.

En su obra de esa época todavía se notaba la influencia de su ímpetu juvenil y de los poetas que había leído, “eran unos poemas románticos, cursis”, ha dicho ella misma. Conforme el tiempo pasaba fue construyendo su propio estilo y su obra comenzó a ser aceptada. Le llovieron invitaciones: las revistas la invitaban a escribir y los cafés a leer su obra; conoció al poeta Antonio Valle quien le abrió el espacio de “Hojas de Utopía”, la revista que dirigía, para que sus poemas se publicaran con su nombre y de manera bilingüe: en español y binnizá. Irma Pineda se había convertido en la primera mujer poeta de su natal Juchitán.

La poesía de Irma Pineda es una poesía comprometida con su pueblo y de protesta por las injusticias cometidas por el poder contra los pueblos indígenas. Entre las primeras podemos ubicar libros como Ndaani’ Gueela’ “En el vientre de la noche”, y Doo yoo ne ga’ bia’ “De la casa del ombligo a las nueve cuartas”; en ellas recoge manifestaciones de la cultura zapoteca del istmo. Entre los segundos se encuentra Xilase qui rié di’ sicasi rié nisa guiigu’ “La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos” y Guie’ ni zinebé “La flor que se llevó”; el primero sobre la migración y el segundo sobre la violencia desatada por la guerra que desangra al país. Un libro imprescindible en su obra es Naxiña’ rului’ ladxe’ “Rojo deseo”, una obra magistral sobre el erotismo entre los zapotecos. Esto sin contar las compilaciones donde ha participado y obras colectivas como 43 poetas por Ayotzinapa.

Ahora acaba de presentar Nasiá racaladxe’ “Azul anhelo”, donde retrata el dolor que produce la violencia contra las mujeres indígenas. Para realizar su obra Irma Pineda investiga, platica con las personas afectadas, siente su dolor como propio y después lo transforma en obra de arte, como para aligerar su peso. Es su manera de acompañar a las víctimas. El contenido de su obra poética es ratificado con sus acciones. En silencio, movida por sus convicciones personales, participa de la lucha magisterial, gremio al que pertenece como profesora y se da tiempo para luchar, junto con otros hijos y familiares de desaparecidos, por su presentación con vida y que se castigue a los culpables. Su nombramiento como representante de América Latina y el Caribe como miembro del Foro Permanente Sobre Cuestiones Indígenas de la ONU lo ha usado para dar voz a los indígenas, no para alabar al gobierno, lo que la distingue de otras personas que han ocupado ese espacio.

Su obra reivindica el valor de las lenguas indígenas y sus expresiones de la belleza, al tiempo que las transforma en armas de protesta por las injusticias cometidas contra los pueblos indígenas. Por eso su poesía es imprescindible. Por eso vale la pena leerla.

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