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CHILE: PUEBLOS INDÍGENAS Y NUEVA CONSTITUCIÓN MIRADA POÉTICA Y DE SENTIDO

GRACIELA HUINAO

En la enseñanza y aprendizaje de la vida, sin lugar a dudas, desde el primer sonido que fue atrapado en un signo petroglifo, ha manifestado sus primeros asomos la poesía; al parecer, fue creciendo y evolucionando con el raciocinio humano, porque siempre ha estado presente en los procesos de los pueblos; ésa es la apreciación que sostengo del arte más simple y sublime que he ido manifestando a través de mis años: el arte de la palabra.

En los pueblos originarios, desde niños se nos enseña que el sonido es la máxima expresión de todo lo que transita por el Universo. Y mi aprendizaje mapuche me hizo saber que no es de exclusividad humana, también hemos escuchado el eco de las montañas, el canto de los charcos, el murmullo de las hojas mecidas por la brisa en otoño, esas manifestaciones son las voces de la madre tierra. Y qué decir de los miles de sonidos que tienen las aves y los animales al comunicarse. Estos sonidos, cada uno tiene una pertenencia, una característica propia, es decir: la tierra diseña esas particularidades, las cuales nos hacen ser diversos; políticamente hablando, esa sería la raíz cultural de un pueblo, determinada por una zona geográfica.

Quizás no sea un discernimiento erudito lo que nos enseñaron nuestros abuelos, podría interpretarse como una educación rústica y salvaje, pero era la forma más bella e inteligente de enseñarnos poesía.

A veces, nos encontramos con abruptos cambios en la historia de los pueblos, que van en contra de lo más esencial que poseen: su cultura. Y hace más de cinco siglos que los pueblos originarios de América han sufrido un genocidio sistémico, avalado por grandes poderes políticos, religiosos y empresariales. Estas calamidades, históricamente, en conjunto, han tramado la desarticulación de los pueblos, a sabiendas de que la separación debilita a los grupos y que de esa manera es más fácil la desaparición de culturas milenarias.

Mi tierra no ha estado ajena a estas invasiones y es de público conocimiento cómo, en desventaja bélica, se ha defendido de los distintos genocidios que la hicieron mermar, en todos sus aspectos. En primer lugar, le hizo frente al más poderoso ejército enviado por la Corona española. Luego vino la más letal y traicionera de las invasiones: la chilena, a la cual seguimos resistiendo desde distintas trincheras, y les puedo asegurar que para los pueblos originarios y en particular para los mapuche, no es grato convivir en la misma tierra (casa) con el enemigo.

Esta resistencia originaria es histórica. Si al principio fue a piedra y palo, hoy podemos decir que hemos creado nuestras propias armas para luchar, y la palabra, bien manejada, es la mejor arma que posee todo pueblo para defenderse y atacar. Y hoy es indiscutible que en distintos pueblos se están levantando voces nativas, sonidos que estuvieron, en algunos casos, a punto de la extinción. Y con impotencia, también debo señalar que existieron otros pueblos cuya historia se cortó por el genocidio y me niego a que la palabra enmudezca frente a la existencia de esos pueblos, que sólo dejaron su huella en la oralidad. Hay que denunciar que los nombres de sus asesinos, por su “hazaña”, hoy engalanan las calles de las principales ciudades donde cometieron esos homicidios. Y de estos pueblos se ha perdido el aroma de sus cuerpos, el ritmo de sus pasos por la tierra y otras cualidades que nunca llegaremos a conocer; y con este corazón porfiado de poeta que me sustenta digo: el espíritu de esos pueblos no debe pasar al olvido, y hago hincapié en que las calles donde habitaron esos pueblos no pueden llevar los nombres de sus asesinos. Y pongo un ejemplo: si a la chilenidad le dolía tener una calle nombrada 11 de septiembre y lo erradicaron, ¿acaso sólo a los chilenos les duelen los atropellos humanos?

Sin ese sentir (razón–corazón) de poeta y narradora, perteneciente a un pueblo milenario, mi deber, para seguir avanzando (no lo puedo dejar de mencionar, aunque sea cliché́) es eso de estar siempre refregándole en la cara nuestras heridas a una sociedad insensible, como es la chilena, en la que me tocó nacer, desarrollarme y enfrentar.

Ahora, este borrador que presento para la puesta en escena de un libro de “carácter didáctico” no sé si irá a contribuir al debate sobre pueblos indígenas y la nueva Constitución, aunque íntimamente me gustaría que fuera así́, pero por memoria y todo lo vivido, pienso que será́ como hacer una raya en el agua. Y no es que no tenga fe, es que la realidad política y religiosa siempre ha sido un muro donde chocan todas las ideas que van en “favor” de los pueblos originarios. Además, si hablamos de una “Nueva Constitución”, basada en la que dejó un dictador, debo suponer que sólo se le están cambiando algunos sinónimos para disfrazarla de “nueva”, porque por debajo sigue escribiendo la misma mano empresarial de este país.

Los derechos indígenas en Chile siempre se han vulnerado (y los de los pobres). ¿Por qué́ esta vez sería distinto? Si históricamente sabemos que el papel puede decir mucho, el problema es que, cuando esos escritos se llevan a la práctica, siempre habrá una “letra chica” que borrará con el codo lo que se escribió con la mano. Y muchas veces también, como mapuche nos engañamos cuando nos aferramos a una determinada línea política, y si ésta es la que está llevando adelante algún tipo de proyecto, creemos lo que se nos está prometiendo, por uno u otro motivo que nos convenga. Pareciera que dentro del ejercicio político, la valla de la ética es muy fácil de saltar, porque ahora es una carrera de acomodos personales, y pareciera que el político honesto (que los hay) es invisible para la sociedad chilena, por ser minoría.

La visión que tiene el mapuche “moderno”, de la que tuvieron nuestros abuelos, creo que no difiere mucho, porque cada generación ha escuchado las falsas promesas socio-culturales del Estado chileno, las cuales han pavimentado el camino de nuestra historia de norte a sur y de mar a cordillera. Y no es que sea una mirada pesimista, es la realidad, una que hemos vivido más de cinco siglos. Entonces ¿por qué hoy debemos creerle al Estado chileno? ¿O es sólo porque quedará un reconocimiento escrito dentro de la nueva Constitución? El meollo de este asunto apunta a la aplicación de esas leyes: cuando éstas van en contra del pueblo mapuche u otro nativo (también los pobres), se aplican de inmediato con todo su poderío. Y si es que alguna vez estas leyes van a favor del oprimido (casi nunca), se dilatan.

Y si hoy están en el tapete de los organismos estatales estas demandas de los pueblos originarios, no es que sea generosidad del gobierno, sino que existe un grupo de hombres y mujeres que han exigido “por la razón y la fuerza” que jurídicamente estos derechos ancestrales sean tomados en cuenta con seriedad para la recreación de la nueva Constitución. Los pueblos originarios conocemos esa legalidad y no queremos que siga siendo un puñal de doble filo, porque como mapuche hemos caminado por el lado más cortante; así lo dice nuestra historia que está llena de heridas, las cuales aún no han cicatrizado. Quizás sea esa mi desconfianza, ya que en la Ley Indígena (IV) en relación a la Cultura y Educación Indígena, nos prometieron un cabal reconocimiento, respeto y protección de nuestras culturas. Ahora pareciera que, como en otros casos, no nos queda otra alternativa que aceptar, porque pienso que ya todo está sacramentado en las leyes a promulgar.

Y vuelvo a reiterar: lamentablemente, los pueblos originarios no tienen involucración directa en estos procesos legales, y por lo vivido; sólo a veces se nos llama para una “consulta indígena”, sólo para engrosar la parafernalia política.

En ocasiones me pregunto, ¿existirá alguna vez la posibilidad de tener algún representante con la convicción de pertenencia y representación cabal de ser originario, ante un Senado o en la Cámara de Diputados, y que no termine aliándose con el enemigo? Esperanzada, me niego a pensar que ya nacemos infectados por la política y la religión.

Es de esperar que el Programa de Derechos Indígenas aborde la realidad de la ramificación que han sufrido en los últimos años los pueblos originarios, donde la mayoría de la gente emigró del campo, y sus descendientes (segunda y más generación) siguen viviendo hacinados en la periferia de las grandes ciudades y son el grueso de la mano obrera, igual que la primera generación. Sin embargo, en su transitar del campo a la ciudad han llevado consigo sus costumbres, aquellas que hicieron enriquecer la cultura “mayoritaria chilensis” y que ha hecho de este país un territorio pluricultural.

Hoy en Chile, el aporte no es de exclusividad de los nueve pueblos originarios que registra la CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena), también están los descendiente de africanos, chinos (norte) y, en los últimos años, una variada gama de colonias de pueblos originarios de América que han aportado sus sabores, colores y olores a esta tierra... así se va construyendo la pluriculturalidad.

Mi deseo también es aportar al debate de esta nueva Constitución, y como mapuche anhelo que algún día los pueblos originarios tengamos un día de celebración (festivo) para nuestro año nuevo mapuche, el cual cae en el solsticio de invierno, pero que sea el que impone la naturaleza, el que nuestros ancestros celebraban desde tiempos inmemoriales; no el que impuso la iglesia católica (24 de junio, para recordar la efeméride de San Juan). Si nuestros antiguos, sin calendario oficial en mano y sin equivocaciones, sabían la fecha exacta y hora del solsticio en el hemisferio Sur, nosotros debemos respetar y hacer cumplir esos conocimientos y no doblegarnos a lo que nos imponen. Y si lo hacemos, estamos negando nuestro conocimiento ancestral.

Un tema “duro” para los mapuche es lo que ocurre con las leyes que aplica el Estado de Chile en contra de nuestros hermanos que están privados de la libertad y que el Estado opresor ha denominado “presos políticos”. A diario vemos la aplicación de estas aberrantes medidas, y la zona de la “Araucanía” está militarizada. En este lugar es donde se vulneran todos los Derechos Humanos en democracia, especialmente de niños y ancianos.

Puede ser mi ignorancia, pero pienso que en esta parte, a la “nueva Constitución” no se le cambiará ni una coma con respecto a las leyes antiterroristas, las cuales fueron creadas sólo para los mapuche, porque son leyes que, a la vista, tienen un origen de poder empresarial sobre la tierra mapuche.

Así de dura también es la “deuda histórica” que mantiene el Estado chileno con los pueblos originarios, una guerra de genocidio, más conocida como la “Pacificación de la Araucanía”, la cual fue una guerra de usurpación del territorio mapuche. Ninguna muestra benéfica como becas o compra de terreno por la CONADI o algún respaldo para un proyecto cultural saldará esa deuda, porque la usurpación territorial fue a través de una planificada estrategia de exterminio gubernamental, donde el enemigo masacró a comunidades indefensas, y la vida, no tiene precio.

Quisiera tener una mirada más optimista frente a estos acuerdos, pero son demasiados los años de mentira que me cobijan y que me obligan a seguir viviendo en un país de mentira, en el que se nos dice (a todos) que somos jaguares, tigres... y los que deberían conducir este rico país empobrecido son unos kiltros moviéndole la cola a un pequeño y mafioso grupo empresarial.

Si la actual Constitución fue creada bajo un régimen dictatorial, sin consulta del pueblo, esta nueva, por obligación, debe recoger opiniones diversas, de toda la gente que sostiene este país.

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Graciela Huinao, poeta y narradora williche. El texto apareció originalmente en Nueva constitución y pueblos indígenas (Pensamiento mapuche contemporáneo, Pehuén Editores, Santiago, Chile, 2016).

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