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LA ESPIRITUALIDAD WIXÁRIKA EN NUESTROS DÍAS / 283

EDUARDO GUZMÁN CHÁVEZ

El pueblo wixárika proviene de muy lejos en el tiempo Los estudiosos se afanan en los archivos coloniales de los misioneros que los encontraron en el siglo XVII y rescatan los testimonios onomatopéyicos que merodean la voz wixárika para describir un pueblo que durante la conquista de la Sierra Madre Occidental no sobresalía por su fuerza política ni por su poderío militar entre los vecinos coras y tepehuanos, pero que se distinguía ya entonces como baluarte espiritual de una estirpe remota.

La conquista de los españoles se consumó relativamente fácil e imprimió algunos rasgos católicos que los wixaritari o huicholes supieron honrar sin que perturbara la prístina resonancia de su propia cosmovisión.

En la actualidad, si tuviéramos la suerte de asistir a la festividad católica del viacrucis de la Semana Santa en alguna de las comunidades nucleares, quedaríamos admirados de presenciar una profundidad y devoción dignas del cristianismo primitivo.

Pero el pueblo wixárika proviene de mucho más lejos en el tiempo. Es un lugar común al hablar sobre ellos aplicarles la calificación que los eleva como una de las culturas indígenas más puras en el mundo. Lo anterior no sería cierto si la pureza se refiere a una cultura, en este caso prehispánica, libre de rasgos propios de otros modelos civilizatorios. En la cultura wixárika no sólo hallamos huellas de la religión católica; podría levantarse una lista de soberbias apropiaciones que resultaron del impacto con el exterior desde la conquista hasta nuestros días. Las velas, el punto de cruz de sus bordados y el toro esencial en sus sacrificios ceremoniales son herencias hispanas. La chaquira misma y el estambre o la lana de borrego, elementos con los que traducen de manera sublime sus visiones oníricas y chamánicas, provienen de Europa por más que su uso haya enraizado hasta formar parte de la identidad viva. Sin embargo, el lugar común, en este caso, tiene validez.

La pureza del pueblo wixárika tiene que ver con la fidelidad y la nitidez con las que recuerdan y viven su origen que trasciende la especie humana hasta llegar a la chispa de fuego que enciende el universo. Decimos recuerdan y añadimos viven pues su memoria no los detiene en la posesión del dato de un acontecimiento para que lo guarden en la alacena de su orgullo identitario. La memoria de la epopeya en la que se abre paso la vida implica un compromiso imposible de evadir. El pueblo wixárika proviene de muy lejos y su origen lo emparenta genealógicamente en el árbol donde el fuego, el viento, la tierra, el mar, la lluvia, los venados, las tortugas, la piedra, las abejas, el tlacuache, e incluso los mestizos, somos ramas-frutos-flores de ese milagro energético que nunca se acaba.

El concepto les queda corto. La consanguinidad con el Sol, con el venado o con la tierra, por ejemplo, no se limita en su caso a la inequívoca interrelación de todo con el todo como nos lo afirma la física cuántica. En la alta alcurnia de esta sofisticada cultura milenaria sobreviven las maneras finas para dialogar con las distintas manifestaciones de la naturaleza como personificaciones específicas con carácter, voluntad y conciencia propia; y como resultado de tal cercanía comunicativa pueden acomodar su actos para garantizar la fertilidad, la salud y el equilibrio de todos los seres vivos.

El pueblo wixárika practica el idioma de la familia naturaleza y participa en su manifestación. La lluvia, por ejemplo, es un acontecimiento con una serie de factores naturales: los movimientos del planeta, el viento, el sol, el mar, los bosques, son su fundamento. Sin transgredir la función de ninguno de estos ancestros vivos, la cultura wixárika sabe honrarlos seductoramente y propiciar que la lluvia manifieste su regalo en las parcelas comunitarias del colectivo que las pide. Obtener tales privilegios para su manutención los obliga en una compleja relación de reciprocidad a la que llaman El Costumbre tradicional del pueblo wixárika.

Desde su ser comunitario, el pueblo wixárika, unido como un mandala, distribuye entre sus distintas comunida- des el ejercicio exhaustivo de acompañar las fases de la danza terrestre alrededor del gran padre Sol. El maíz, como referente principal entre sus cultivos (frijol, calabaza, amaranto), va marcando el ritmo de las distintas fases por celebrar. En la época de seca, que ellos llaman el día, nace el maíz tierno (septiembre) y se cosecha maduro (octubre-noviembre); luego salen los peregrinos que conforman los centros ceremoniales a su peregrinación a Wirikuta (entre noviembre y febrero); retornan y se mantienen concentrados para cumplir la etapas de cacería del venado y preparación de la milpa (febrero- abril); hasta culminar en mayo con la celebración del cierre de la época solar, o masculina, con la fiesta que llaman jícuri neixa, en la que desvisten a la serpiente de peregrinos que han mantenido de noviembre a mayo una férrea disciplina con ayunos de ciertos alimentos y de relaciones sexuales, con larguísimas jornadas de trabajo espiritual y físico. Tales sacrificios para llegar merecedores a la noche, la época femenina durante la cual no paran las ceremonias para festejar la humedad, la lluvia, el maíz (entre junio y septiembre). Le dimos la vuelta al año de la mano del calendario agrícola y no hay resquicio sin celebrar. El costumbre tradicional del pueblo wixárika no descansa. El oficio de agradar a los diosesnaturaleza como lo practica este pueblo es una empresa colosal que deja a los encargados de los centros ceremoniales sin oportunidad de generar recursos económicos para sostenerse. La presencia del dinero como forma de intercambio y de satisfactores foráneos cada vez más abundantes por los que tienen que pagar provoca la gran paradoja de la cultura wixárika: siendo excelentes productores de abundancia, cumplen su compromiso ritual en condiciones muy precarias. El abultado calendario ceremonial implica por lo menos 4 peregrinaciones anuales a la constelación de sus lugares sagrados (una con todos los miembros del centro ceremonial, entre 35-40 miembros; y tres en comisiones de 8-14 peregrinos); muchísimas ceremonias con gastos de alimentos para todo el pueblo. Es muy costoso el Costumbre tradicional de este pueblo. En ciertas comunidades, los jóvenes rehuyen al nombramiento que los compromete en un ciclo de 5 años a representar una jícara sagrada. Dentro del Centro Ceremonial hay alrededor de 35 jícaras, cada una de las cuales representa una fuerza de la naturaleza (el sol, el fuego, el mar, el venado, el lobo, etcétera). Al cumplir el ciclo los jicareros por lo regular terminan muy endeudados con la mira puesta en salir a trabajar fuera de su territorio para pagar y equilibrar sus finanzas. Es preciso decir: aunque vapuleados en la economía, los peregrinos jicareros concluyen plenos, fuertes, felices y titulados en una vía de conocimiento práctica que los capacita para habitar con dignidad el mundo.

A John Lilly, uno de los grandes conocedores de esta cultura, le gustaba llamar a la peregrinación huichola a Wirikuta “la Universidad portátil”, y le fascinaba que entre los alumnos hubiera una combinación intergeneracional gracias a la cual una persona madura fuera condiscípulo de un adolescente y que ambos compartieran la experiencia de abrevar en el misterio del libro corazón río de luz. ¿Para qué franqueó la cortina de milenios? ¿Cuál es el mensaje para la actual humanidad de este pueblo que proviene desde el paleolítico hasta nuestros días con un cuerpo de conocimientos bastante robusto, por más que nuestra idea de progreso no cesa de hostigar pavimentando sus altares? Sería lamentable que sólo nos alcanzara la energía para fatigar la veta turística y folclórica que también posee esta cultura. Más profundo que esas tentaciones que encandilan hay un mensaje urgente que el pueblo wixárika transmite sin hacer alarde. En México y en el mundo sobreviven tradiciones que no olvidaron saberse nietos tataranietos de una red familiar luminosa donde todo está vivo y entrelazado. No son los únicos. Por fortuna. Su singularidad es que la transmisión de este legado aún está fuerte y es comunitaria. Desde esa humildad en la que se es integrante servidor dichoso, sin ninguna pretensión protagónica ni de dominio, el pueblo wixárika se despliega en creatividad sin límite para cantar pintar danzar agradecido y en comunidad la oportunidad de estar vivos.

Está claro su mensaje? ¿Es importante para la civilización occidental la pervivencia de este tesoro milenario vigente? ¿Valdría la pena conjuntar esfuerzos para escuchar su palabra y respetar el territorio donde siembran la flecha de su energía sagrada? A pesar de numerosos estudios y reconocimientos que prometen respeto, consideramos pobre, muy inculta, la relación de dominio que nuestra civilización establece con esta cultura. Por más que el audio difunde respeto, en el video se practica avasallamiento mediante la expansión de un modelo de consumo que amenaza con engullirlos. Amenaza con liquidar su cultura y el espacio —los abuelos vivos—, donde tal cultura se recrea.

Comenzamos este escrito resaltando la vocación pacífica del pueblo wixárika como un nutriente que ha garantizado su tránsito por los siglos de los siglos. Ellos saben que la voracidad de una visión delirante de una parte de la humanidad que ahora controla los hilos políticos del mundo trastabilla hacia la autodestrucción. Ellos lloran este cansancio del Sol para seguir iluminando. Ellos sufren esta caída de las velas de la vida en los puntos cardinales que permiten la danza del planeta alrededor del Astro Rey. Pero el pueblo wixárika proviene de muy lejos en el tiempo. Río de luz sin principio ni final le llaman a la serpiente de vida dentro de la cual viajamos todos y al frente de la cual la intuición y el corazón abierto de un venado conduce con cantos la travesía. Una serpiente cuyo destino irreversible es emplumarse de libertad sin condición. En esa confianza, el pueblo wixárika se concentra en el cumplimiento de su cargo como sembradores, peregrinos, cantadores, curanderos que celebran la vida. Ante la adversidad lastimosa de cárteles del narco que invaden sus paraísos en la Sierra Madre Occidental; ante el trazado de carreteras que abren las puertas a la chatarra alimentaria que confunde su sabiduría sencilla e inaugura enfermedades antes desconocidas como la diabetes; ante los megaproyectos que amenazan el equilibrio de sus altares dentro y fuera de su territorio, ellos no tiran la toalla rindiéndose ni se atoran en la nebulosa de la contienda política. Sus acuerdos los firman con su vida en el consejo de ancestros. En su diálogo con el Sol y con la lumbre y la madre naturaleza ellos depositan su confianza. Pero su esfuerzo es insuficiente pues su mundo no es un mundo aparte. Poseen una manera de leer distinta a la manera de leer que tiene la civilización occidental; pero el libro es el mismo. Paraíso natural con deshielos y calentamiento global sobreindustrializado, amanecer esperanzador con tribus enteras de nubes prometiendo lluvia y deforestación insaciable al mismo tiempo de los pulmones boscosos y selváticos del organismo íntimo de nuestra inconmensurable madre hermosa. En ese contexto esquizofrénico el pueblo wixárika nos recuerda: Wirikuta es un templo natural principal del mundo. Es el Tíbet espiritual donde se fragua la fertilidad y se garantiza la creatividad saludable de la humanidad. Está lleno de minerales su subsuelo. Es un alhajero íntimo donde palpita la matriz fecunda de la naturaleza. Detengamos la instalación insaciable de nuestro delirio extractivista. Es el corazón. Relacionémonos de manera diferente con la naturaleza. Ella lo agradecerá. Será la renovación del mundo. Un nuevo acuerdo. Cuidar la naturaleza nos dará de comer. Acuerdo de Vida en Wirikuta. Acuerdo de Vida en Wirikuta. Gracias.

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Eduardo Guzmán Chávez, poeta y ejidatario de Las Margaritas, municipio de Wadley, San Luis Potosí. Se ha destacado en la defensa del desierto de Wirikuta contra las mineras canadienses.

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