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EL JAGUAR

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ (AYUUK)

Mi niñez transcurrió entre la lluvia y las nubes porque en aquella época vivíamos a unos pasos del lugar sagrado El Colibrí en Tamazulápam mixe y cuando el cielo estaba despejado veía el cerro de las Veinte Divinidades e imaginaba al personaje mítico que había luchado incansablemente en defensa de los pueblos mixes. También aprendí desde muy pequeña cómo mi mamá moldeaba el barro para hacer ollas y comales. Mientras mi papá se dedicaba a cortar leña y armaba moldes de madera donde colocábamos los comales. Pero una tarde él nos dijo: “¡Dormiré y no quiero que nadie me moleste!”. Yo no sabía por cuánto tiempo dormía y para saber la hora, mi mamá leía el cielo. Después, despertaba muy contento e iba donde estábamos: “Acabamos de tener una reunión: primero lloverá en Mitla; después, en la región mixe”. Mi papá veía a través de los sueños todo lo que le podría suceder.

Hacíamos lumbre a un lado del patio para cocer los comales con leña de encino y roble. Al día siguiente, cada quien cargaba en el molde de madera un montón de comales para venderlos a Cotzocón y a Puxmetacán. La caminata duraba entre tres y cuatro días. Generalmente, me quedaba a cuidar la carga a la orilla del camino principal, mientras mi papá ofrecía casa en casa y algunos pedían fiado. Al atardecer decía: “Será mejor que regresemos pronto porque ya acabé de vender; llegaremos a descansar donde hay muchas piñas. ¡Sí, allá iremos! La gente se enojó porque no di fiado”. Regresábamos y luego de cruzar un puente colgante encontrábamos el lugar para dormir. Allí cerca había un manantial donde yo iba a traer agua. “Lloverá muy fuerte y estoy seguro que la gente me está siguiendo. ¡Sí, me están siguiendo los naguales de ellos! Busca leña y allí hay ocotes para hacer lumbre; yo iré a arrancar zacate y cortaré algún palo para hacer una enramada. No tengas miedo, hija”, decía mi papá. }

Enseguida, el rayo se asomaba y estallaba el trueno cuando yo terminaba de hacer la lumbre. Se veían muy alborotados, al igual que el viento, pero me gustaba que las ráfagas de viento acariciaran mis cachetes. “Duerme y cubre bien tu cara”, decía. Me acostaba e inmediatamente el sueño me atrapaba y era como si muriese un instante porque no sentía la lluvia hasta que él me despertaba: “¡Ya dejó de llover! ¡Ya se fue y sí le tocó!”. Luego, hacía café y calentaba unas tortillas para cenar. Pero yo no sabía que el jaguar y el trueno eran el nagual de mi papá. Salíamos de madrugada del lugar de descanso y ya faltaba poco para llegar a casa. “Por allá abajo se ve el rayo e incluso se escucha el trueno. La gente nos volvió a seguir. ¡Caminaremos muy rápido!”, dijo mi papá. En tanto nos secábamos a un lado del fogón, veía como si alguien hiciera explotar algo dentro de la casa y era el rayo. Segundos después, un gallo con las plumas alborotadas se detuvo por unos instantes sobre la puerta y convirtió a las mazorcas y a los guajolotes en polvo. El gallo era el trueno y mi papá continuaba peleando en el patio con el nagual contrincante.

Volvieron a ir a Cotzocón y a Puxmetacán a vender más comales porque donde vivíamos sólo comíamos papas. Entonces buscaban algo de dinero para comprar maíz y, al llegar allá, escucharon que el señor que había pedido fiado ya había muerto. Cuando ya regresaban, los naguales volvieron a seguirlos y pernoctaban después de pasar el puente colgante. Enseguida, le dijo a su hijo: “Irás a traer agua; mientras yo arranco zacate para hacer una enramada. Los naguales nos están siguiendo porque no di fiado los comales. ¡Sí, nos están siguiendo y yo lo puedo sentir!”. Mi hermano estaba llenando el cántaro cuando vio que los árboles comenzaron a temblar por el rugido de unos jaguares y eran los naguales que estaban peleando. Uno de ellos estaba decidido en devorar a mi hermano. Entonces allí dejó el cántaro y corrió: “Papá, allá abajo están peleando unos jaguares”. Éste respondió: “Tú no te preocupes y duerme. Allá está el petate; mientras yo termino de hacer la enramada. Qué bueno que ya hay lumbre porque yo gano en las peleas cuando estoy parado cerca de ella”. Mi hermano se acostó, pero no podía dormir. A cada momento alzaba la cobija hasta que vio cómo mi papá se convertía en un jaguar y nuevamente peleó.

En tanto la noche avanzaba, mi hermano preguntó: “Papá, ¿qué eres? ¿Tú te conviertes en un jaguar?”. Él contestó: “Te dije que cubrieras tu cara y tus ojos. ¿No estabas dormido?”. Mi hermano tuvo miedo que le pegaran y se enrolló bien, cubriendo la cabeza, cara y ojos. Al terminar el combate, los jaguares desaparecieron entre la oscuridad, pero uno de ellos murió como ya había ocurrido con el otro nagual. “¡Ya regresó y yo gané en esta pelea! Yo no hablo por hablar de que mi nagual es el jaguar”, le dijo a su hijo. Al día siguiente muy temprano subieron a San Pedrito y llegaron a Atitlán. Pasó el tiempo y fuimos a Jaltepec de Candayoc. Habían preparado caldo de pescado cuando llegamos en la casa de un amigo de mi papá y comimos. Ellos no sólo se conocían físicamente, sino también había amistad entre sus naguales porque el señor dijo: “Ustedes tienen un lugar sagrado llamado El Colibrí y allá hemos brindado”. Años después, todavía mi papá pronunció con dificultad “Mi nagual es el jaguar y el trueno”, cuando estaba muriendo.

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Juventino Santiago Jiménez, narrador ayuuk.

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