LAS TRES MIRADAS DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS / 285
En el año 2-Covid 19, o Veintiuno-Caña del siglo en curso, las brújulas parecen haberse perdido en muchas partes, en muchos ámbitos. La semiparalización por la pandemia sirvió objetivamente para que el Estado diera una nueva vuelta de tuerca a la imparable militarización del país. Con los mejores pretextos, como es siempre. Desde que el Ejército federal salió de sus cuarteles desde 1994, y sobre todo 1995, no ha hecho sino aumentar su número en las plazas, ciudades, caminos y regiones campesinas e indígenas en todo México. Uno hasta se pregunta si todavía quedan tropas en los cuarteles.
A partir de entonces se inventaron toda clase de policías especiales, semi-militarizadas, primero para combatir las subversiones indígenas en Chiapas, Oaxaca y Guerrero; luego, para hacerle la guerra al crimen organizado. Y a la población, con frecuencia. El tema de seguridad devino el sambenito favorito del poder, que ahora busca centralizar hasta las identidades, a través de una cédula única, a la china; no es un proyecto nuevo, lo intentaron anteriores gobiernos. Quizás antes éramos aún conscientes de los espionajes, las intervenciones telefónicas, la cola que se le ponía a los sospechosos de algo. Hoy a nadie le importa ser espiado, o no lo evita (porque no puede). El Estado tendrá así un file para cada uno, parejo según esto, en cumplimiento cibernético del viejo sueño liberal del México mestizo: uniformar a los mexicanos, bajo la divisa liberal de “Igualdad” que la sensibilidad posmoderna ha llenado de matices y reparos sólidos. Para los pueblos originarios en particular, implica desindianizarlos antes que reconocerles soberanías locales, derechos a la diversidad de gobierno, producción agrícola y modos de vida comunitaria que, por ser indomables, han sobrevivido siglos y sexenios de exterminio fallido, muchas veces “benévolo” pero sin darles tregua.
Se equivocan quienes creen que ahora es diferente. Retóricas ha habido muchas, la independentista, la juarista, la porfirista, la maderista, la de la casta posrevolucionaria, la nacionalista, la neoliberal (de salinista a calderonista), y hoy la lopezobradorista. Desde el punto de vista de los pueblos, los cambios discursivos no cambian las cosas: llevan un siglo comiendo promesas, de partido en partido, de iglesia en iglesia. En tanto, sus territorios se estrechan, sitiados por urbanizaciones, carreteras, trenes, minas, pozos, agroindustrias, turismo, a la vez que derechos de propiedad ya ganados se volatilizan, y otros se les siguen negando. El concepto “autonomía indígena” no existe en el léxico de ningún presidente.
Como siempre, la diversidad, la pluriculturalidad, la identidad de raíz, aunque las aplaudan, son un estorbo para el Estado nacional y una buena parte de la sociedad mayoritaria que vive en el carril del consumo y el individualismo. Han pasado 27 años del alzamiento indígena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y desde entonces no cesan los desafíos indígenas al control del Estado. En 2021, en medio de la adversidad pandémica, ese mismo EZLN que ha construido una autonomía verdadera sin permiso, pero con eficiencia y legitimidad, hace un planteamiento internacional que de alguna manera rompe el cerco de autismo nacionalista en que está atrapado el gobierno. Como otras veces, parece una aventura, una propuesta inesperada y a contracorriente, un cambio de juego. Independientemente de su éxito o no, sobre todo nos refresca, en México y en muchas partes del mundo, la realidad de los pueblos originarios, su importancia para que el futuro no sea una mierda, el valor de su defensa del territorio, las aguas y la comunalidad autogobernada.
Las palabras del Viejo Antonio, citado en “La misión”, comunicado reciente del subcomandante Galeano del EZLN (diciembre de 2020) que da seguimiento a la “Declaración por la vida” dada a conocer este enero, ponen de nuevo las cosas claras desde y por la mirada de los pueblos:
“Pero las tormentas no respetan nada: lo mismo en mar y en tierra, en cielo y suelo. Hasta las tripas de la tierra se retuercen y sufren humanos, plantas y animales. No importan su color, su tamaño, su modo.
“Las mujeres y los hombres ven de guarecerse de vientos, lluvias y suelos rotos, y esperan a que pase para ver qué quedó y qué no. Pero la tierra hace más porque se prepara para después, para lo que sigue. Y en su guardarse empieza ya a cambiar. La madre tierra no espera a que termine la tormenta para ver qué hacer, sino que desde antes empieza a construir. Por eso dicen los más sabedores que la mañana no llega así nomás y aparece de pronto, sino que está ya acechando entre las sombras y, quien sabe mirar, la encuentra en las grietas de la noche. Por eso los hombres y mujeres de maíz, cuando siembran, sueñan con la tortilla, el atole, el pozol, el tamale y el marquesote. No hay todavía, pero saben que habrá y es lo que manda su trabajo. Miran su trabajadero y miran el fruto incluso antes de que la semilla toque el suelo.
”Los hombres y mujeres de maíz, cuando miran este mundo y sus dolores, miran también el mundo que habrá que levantar y se hacen un su camino. Tres miradas tienen: una para lo anterior; la otra para lo de ahora, y otra una para lo que sigue. Así saben que siembran un tesoro: la mirada”.
No sólo la pandemia. Inundaciones y sequías a gran escala, envenenamiento de ríos y suelos, arrasamiento de selvas, destrucción de litorales, construcciones invasivas en territorios naturales, incluso vírgenes, son parte de la tormenta. Peligran pueblos antiguos y sus regiones, peligran los jaguares y los manglares. A la pugna por despojarlos de la tierra se viene sumando, ahora torrencialmente, la pugna por el agua. Ya puja en las bolsas de valores, su despojo se multiplica. Pronto será causa de guerras.
Ese tesoro de los hombres y mujeres de maíz que es la mirada sirve para mantenerse en el mundo, no marear la brújula ni perder el rumbo. En el verano fértil y en las adversidades, los pueblos miran hacia lo que viene con una persistencia campesina de eficacia milenaria. Son los únicos que piensan que la tierra no es para ellos, sino para sus hijos y más allá. En la duración está su lucha. **
En una continuación del dossier sobre el agua en la cuenca del río Grijalva publicado por Ojarasca en diciembre de 2020, este mes ofrecemos nuevos textos sobre el tema, algunos de ellos proporcionados por Fermín Ledesma Domínguez, y otros enviados directamente por sus autores.