RESISTENCIA DESDE LAS SEMILLAS
ENCUENTRO CAMPESINO “LA MILPA ES SALUD Y ALEGRÍA” EN BACALAR, QUINTANA ROO
Alegría, respeto, espiritualidad y compromiso social se conjugan en el canto del Aj Men para invocar a los Yumtsilo’ob en el altar. Con un lenguaje íntimo los nombra para estar presentes en ese encuentro por la vida. Su entonación son melodías que nacen con las luces del sol al Oriente, las semillas de maíz presentes en el altar celebran su conexión con la humanidad y así entre voces silenciosas se honra con una reverencia a la madre tierra por alimentar nuestro cuerpo y alma con el sagrado maíz. Así inició el Encuentro Campesino, un espacio comunitario, autónomo, donde fue recibido este maíz en la comunidad de Guadalupe Victoria, Bacalar, y el colectivo de semillas Much’ Kanan I’inaj, organizadores de esta celebración de resistencia; un espacio donde se defiende lo propio, es decir, la organización, los modos de producción, la milpa, la salud, la educación y justo eso que muchos nombran el derecho a la libre determinación.
Cada semilla es un abuelo, una abuela con colores diversos y formas especiales, son la memoria viva que nos hablan y nos aconsejan, su mensaje es claro y fuerte para quienes escuchan. Cuenta don Cecilio: “Desde muy pequeño mi abuelo y mi papá me enseñaron que la tierra y las semillas son la fuente de vida, es lo que nos hace libres y tener una vida digna”. Durante el encuentro nombrado La Milpa es salud y alegría, don Cecilio reafirmó con su palabra: “Hoy somos los semilleros de milpa y nos sentimos orgullosos, porque nos ha dado mucha salud, alegría y una vida libre y digna, por eso creo que la mayor resistencia es seguir defendiendo la tierra que es la casa para nuestra milpa y nuestras semillas”.
La vida comunitaria es justo en ese plano, una conexión profunda con las semillas más que de producción. Por eso, un campesino o una campesina no requieren extensos cultivos para hacer la milpa: basta solamente lo necesario para la alimentación familiar, es decir, un espacio que nos dé la libertad y el tiempo de vivir con tranquilidad. Ésa es una de las grandes diferencias que se tienen frente al modelo agroindustrial o de otros megaproyectos que buscan la explotación de los recursos naturales a costa de generar recursos económicos por encima de la vida y el disfrute.
Según datos sistematizados por Sergio Madrid sobre el cambio de uso de suelo de las tierras en el estado de Quintana Roo, hay un impacto que el modelo capitalista (agroindustria, ganadería y sector turístico) está teniendo en nuestro territorio.
Cuando se despoja de las tierras a las comunidades indígenas que estaban en resguardo de los montes y la diversidad de vida de esos espacios, ocurre una transformación violenta contra esas áreas para desaparecer toda vida que en ella se encuentre. Esto se corrobora con los siguientes datos: “Del año 2000 a la fecha se han perdido unas 98 mil hectáreas de selva en Quintana Roo. La pérdida de estos ecosistemas ha implicado daños irreversibles a las especies de flora y fauna e impactos negativos para las poblaciones humanas. La actividad agrícola (monocultivos) ha contribuido en un 50% de esta deforestación, lo que se traduce en la pérdida de 2,656 hectáreas de selva al año por el avance de la frontera agrícola. En tanto 38% de la actividad ganadera ha contribuido a la deforestación lo que es equiparable a la pérdida de 2,033 hectáreas de selva al año. El otro sector que ha contribuido a la pérdida forestal es la actividad urbana en un 13% donde se pierde 670 hectáreas de selva por la expansión de las ciudades”.
Es importante aclarar que en la microrregión poniente de Bacalar la tenencia de la tierra aún se mantiene bajo el esquema de ejido, las comunidades se organizan a través de asambleas para tomar acuerdos relacionados al uso de las tierras, pero también para acordar normas para el centro de población. Pero las instancias gubernamentales, como la Procuraduría Agraria (PA), están manipulando estas asambleas. Así ocurre en el ejido Paraíso. Ahí, aunque la PA tiene como primer mandato garantizar el cumplimiento de la ley agraria, ha sido omisa en el proceso para la cesión de derechos ejidales. Ha permitido que en una misma asamblea se autorice a un “avecindado” y a la vez que a la misma persona se le reconozca como titular de un derecho ejidal, sabiendo que el proceso no cumple con las medidas establecidas en los acuerdos ejidales internos que dicen: “para ser avecindado se requiere formar parte de la comunidad, vivir en ella, demostrar a cabalidad sus principios para el cuidado de la tierra, y de esa manera tener el derecho para ser titular del derecho ejidal”. Se perpetra entonces una violación sistemática de los acuerdos internos. Ésta es una de las causas para que el ejido Paraíso haya perdido el 50% del total de sus tierras por un proceso manipulado. Actualmente esas tierras son deforestadas por la agroindustria. Las grandes extensiones de cultivo de sorgo y maíz de las empresas transnacionales están dañando severamente la vida comunitaria y los medios de vida.
No suficiente con este ecocidio que se vive en Quintana Roo, se suma a ello el otro megaproyecto denominado Tren Maya, un proyecto obsesivo del actual presidente de nuestro país por querer imponer los rieles de su tren por encima de los derechos fundamentales que se tienen como comunidad indígena: el derecho al territorio. Este megaproyecto, como lo he señalado en otros momentos, no es una propuesta del pueblo maya, no es un proyecto que sume al proceso del buen vivir comunitario, no es un proyecto que fortalezca las semillas nativas, no es un proyecto que promueva la autonomía, no es un proyecto que fortalezca nuestra lengua maya o que proteja la organización comunitaria, no es un proyecto que conviva en armonía con los yumtsilo’ob o que cuide y abrace al monte, no es un proyecto que le cante a los vientos para pedir por las lluvias. En cambio, busca despojarnos la vida digna, la libertad que nos da tener la tierra y la alegría de alimentarnos con las semillas nativas.
En días recientes las comunidades indígenas del estado de Campeche denunciaron la violencia que están viviendo por parte de la Firma Barrientos y Asociados, S.A. de C.V, contratada por el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) para llevar a cabo la negociación para liberar los derechos de vía para el proyecto denominado Tren Maya. Entre los señalamientos denunciados está que la Firma Barrientos y Asociados “les pedía a los ejidatarios que se le regresara la mayor parte del dinero en efectivo, una vez cobrados los cheques, argumentando que era lo correspondiente al pago por las gestiones y servicios profesionales de la empresa”. Estas prácticas ya son recurrentes en la mayoría de las regiones donde se desarrollará el proyecto Tren Maya, debido a que por su naturaleza el proyecto busca imponerse con violencia y desacreditar a los movimientos organizados que se han pronunciado en contra, principalmente por exigir mayor información del megaproyecto. Estos hechos ejemplifican la forma de operar de este proyecto que pretende desarrollar el gobierno en la península de Yucatán.
Los contrastes son evidentes. Por un lado, las comunidades indígenas mantienen sus prácticas ancestrales, políticas, espirituales, organizativas con plena autonomía. En ese marco es que se da la celebración del Encuentro Campesino porque es la afirmación de nuestra identidad, donde lo colectivo es la esencia, el corazón pues, la libertad y seguridad de intercambiar las semillas y saberes en torno al cultivo, pero también donde se reflexiona y acuerda acciones para el buen vivir. Así como entretejemos la vida comunitaria, a través de relaciones profundas con el territorio donde se comparte un espacio y un proyecto de vida común en lo colectivo, los megaproyectos llamados eólicos, fotovoltaicos, agroindustria, el Tren Maya, entre otros, atentan contra los principios colectivos y comunitarios donde se cuida y respeta a la madre tierra.