LA INTERMINABLE DESTRUCCIÓN DE ANÁHUAC / 291 — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Umbral / LA INTERMINABLE DESTRUCCIÓN DE ANÁHUAC / 291

LA INTERMINABLE DESTRUCCIÓN DE ANÁHUAC / 291

El nuevo “quinto centenario” del calendario cívico toca más de lo que sus promotores de oficio  quisieran asumir. Pone a discusión no tanto que si la “noche triste” fue en realidad una alegría militar (aunque la última) del imperio derrumbándose con trágico heroísmo, sino si esa conquista brutal ya terminó.  Más bien sigue ocurriendo en la hoy opaca “región más transparente del aire” que celebraba el barón  Von Humboldt, con ecos en José María Velasco, Alfonso Reyes y Carlos Fuentes. Una destrucción constante  y sostenida que medio milenio después sigue ocurriendo en estas ruinas que ves.

Con entusiasmo, el historiador Enrique Semo reconstruye de manera sucinta los últimos días de la capital del imperio Azteca en 1521 en 500 años de la batalla por México-Tenochtitlan (UNAM-Ítaca, México, 2021): “Una maravilla del ingenio humano: una ciudad de 300 mil habitantes, la más grande de su época, anfibia como Venecia. Fue construida inicialmente en una zona pantanosa, en dos islas: Tenochtitlan y Tlatelolco. Los esforzados habitantes  supieron aprovechar los pantanos para ganar territorio al lago y los núcleos de población se fueron uniendo mediante la construcción de chinampas, las que  no sólo servían como áreas de cultivo sino también como base para la edificación de viviendas”.

Aquel altépetl, unión única en el mundo de campo y ciudad (y lago), es recordado como un lugar que  dejó de existir por completo. Una maravilla soñada  sólo en la memoria, como Troya, Cartago, la biblioteca de Alejandría. En su destrucción apocalíptica se  encuentra la raíz del racismo, el desprecio, el paternalismo en el menos malo de los casos, con que la  sociedad mayoritaria trata en México a los pueblos originarios.

La Ciudad de México se construyó desde cero, y esa práctica marca hasta la fecha la forma en que  la urbe del Valle de Anáhuac se destruye cada día. Quinientos años de arrasamiento, desde el hundimiento  de los dioses y las chinampas a la degradación capitalista que se ejemplifica ahora mismo en la fatídica  Torre Mítika, cuyo cáncer destruye un pequeño rincón más del valle (total qué tanto es tantito), el barrio de Xoco, a nombre de una “modernidad” que sólo fabrica dinero para los patrones y cuenta con la complicidad  continuada de los gobiernos delegacionales, capitalinos y federales.

Lo increíble es que 500 años después, siempre quede alguna comunidad originaria o tradicional que destruir. Viene ocurriendo en Xochimilco, Tlalpan, Cuajimalpa, Coyoacán, a nombre de la gentrificación que encuentra su origen en la tierra arrasada de los españoles y la cándida ayuda de sus aliados iniciales.  Tal es la maldición de este inacabable pequeño cuerno de la abundancia.

También es un signo mayor de que la resistencia no cesa, y su proyección es nacional, como  reconoce Semo: “La derrota de los mexicas sólo fue  posible gracias a la formación de una Gran Alianza Antiazteca de pueblos sometidos o amenazados por el imperio y la participación sobresaliente de una  hueste española dirigida por Hernán Cortés portadora de la ambición colonialista. Después de ocho  meses de guerra contra los aztecas y tres meses del cruento sitio de México-Tenochtitlan, la gran ciudad valientemente defendida cayó el 13 de agosto de 1521. Pero su defensa sigue siendo un símbolo válido de la resistencia a la imposición del sistema colonial, una lucha que habían de repetir muchos pueblos indígenas de lo que hoy es México”.

La efeméride es conflictiva. Admite dudas, no se somete fácilmente a la nueva historiografía oficial, que alimenta una mistificación reciclada de viejos lugares comunes e interpretaciones discutibles. Otros  importantes estudiosos del imperio azteca y las culturas nahuas anteriores al cataclismo de 1521, como  Alfredo López Austin y Eduardo Matos Moctezuma,  declinaron desde el principio participar en la conmemoración, tan oficial como inevitable.

Los nahuas de Ostula, los rebeldes de Chiapas, los  zapotecos y mixes del Istmo, los mayas de la península, los rarámuri, los yaqui, los purépechas de la meseta, los guardabosques de Milpa Alta, los defensores  del agua en Puebla y Morelos, las trabajadoras otomíes que ocuparon el INPI en demanda de vivienda  y justicia, los zoques que se oponen al extractivismo, prolongan esa lucha que va más allá del aplastamiento de hace 500 años. Eso es lo que se debería conmemorar (y celebrar), ahora y siempre.

comentarios de blog provistos por Disqus