PEDAZO DE SOMBRA / ËKA’ XY — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Escritura / PEDAZO DE SOMBRA / ËKA’ XY

PEDAZO DE SOMBRA / ËKA’ XY

BENITO RAMÍREZ CRUZ

Un día de resistencia, Los Ángeles, California. ¡Amanece! Mis parpados aún se esconden entre retinas y en la penumbra de fantasías y opacidad. Mi cáscara de barro arcilloso y autóctono percibe confusión de vehículos que se deslizan con ansiedad a su destino, consternados. Las almas susurran en decadencia, alteran su paso, las banquetas inertes y desechos ignoran los ronquidos de tacones y suelas exhaustos. Interrumpo mi respiración y mis sueños con pereza, me abraza el aire cálido en paredes huecos; exaltado me aparezco detrás de la ventana que nunca ha sido reflejo de representación o figura, “Tsö’ök”.

¡Oh!, ¡Veinte cerros “E’pxyujkp”, montañas del Zempoaltepetl! Abatido en la cocina como un trapo andrajoso, hombro caído, desordenado, agazapado en una silla rota, grisáceo y moribundo, contemplando la estufa que aparenta un color blanco manchado de residuos oxidados. Cucarachas corriendo agitadas en un piso devastado disputan escondite entre grietas y bolsas de plástico, cáscara de frutas y desechos de comidas su túnel, verduras podridas transpiran un olor angustioso.

Un ratón iluso atrapado en una trampa de pegamentos, sus cuatro patas estiradas por los esfuerzos desesperados, inconsciente hace referencia a los puntos de la brújula. Lastiman su pequeño pelaje, su pequeño estómago vacío crujiendo despojos desesperados, su nariz pegajosa del cansancio. Con lentitud, me mira de reojo, mueve sus ojos dilatados en círculos pausados y agotados dictando ayuda; no soporto ver sufrimiento, no soporto chillidos de penumbra, intento sacudir el justiciero plástico cuadrado, no doy vuelta al brazo. ¡Al fin!, se despega y se desata dejando su apariencia hundida en medio de migajas. Corre como nunca jamás ha corrido, su apetito se ha desvanecido, añora su libertad, sus patas cortas se tambalean, se dirigen por debajo de la puerta de madera astillado sin rumbo del amanecer, se ha salvado, narrará a su manada la historia perversa.

Regreso mis ojos en los cuatro quemadores, con atención atiendo una flama, la exaltación del café sacude la olla dañada por el paso de los días, salpica gotas en paredes picadas por polillas que dejan caer sus tejidos, burbujas explotan al vacío, semillas tostadas y molidas atraídas en tierra de nahuales. En el techo se asoma una ventilación transparente redonda, aparenta un cielo raso sin intensidad, el rayo solar traspasa llegando a mi cabello espeso, disparejo y rebelde, asustando las canas que disimula el oscuro amanecer.

La densa espumosa, danza del café quema mi garganta, hostiga la lanza del arado. Me levanto sin dirigirme a ningún lugar, mi figura es latosa, diseminada, no existen contorno ni manchas, crujen las maderas al primer estirón de pantorrillas, mis zapatos negros devastados con agujetas amarran el cantor atrapado en las corrientes.

Me retuerzo, estimulo mis venas, sigo los pasos del ratón, mis manos se clavan en la cerradura, dando rondas temerosas, se abre la puerta con un alarido suelto, el pasillo cubierto de alfombra sucias y terribles, paneles de madera color hueso, camuflaje del pasado, fingen estar depurados y puros. Las zapatillas han incrustado su agonía, sus ecos aún flotan.

Retrocedo al hueco pasillo sin huellas que relatar, visualizo veinte escalones de madera enfadados, forrados y parchados con una pizca de hormigón. Temiendo caerme decido bajar mientras mis dedos buscan un refugio débil en el barandal, me astillan, soporto el dolor aprisa, el sol ha llegado, su saña me remata y apunta en mis párpados, mis pupilas desafían el enfado, se esconde entre nieblas. Apresuro mi pasaje con tronidos de huesos, un indigente me mira con agotadora y pesada carga, arrastrando un carrito de compras, lleno de latas, cobijas y demás chácharas ilesas, se recarga con pesadez, avanza lento como si no hubiese visto la madrugada, se aleja y se pierde, se escabulle entre el rumor.

Mi borrosa sombra con contorno de montañas, me custodia hasta la 52nd & San Pedro Street, giro a la izquierda y al llegar a Main Street, mi silueta me encamina, acelera y me guía para no cometer ningún desacierto. Se confunden voces, canto de pajarracos, vehículos rugiendo su ingenio, vecinos murmurando cuentos del día pospuesto, leve vientecillo envuelto en mi cáscara. Acelero mis pasos, apretando y desarrugando mi puño derecho, mis dedos y uñas se clavan en mi prenda de vestir izquierdo, comprimo mis labios deshidratados, muerdo las encías.

Entre rejas, una escuela, sitio de aprendizaje, mujeres intentan buscar y enseñar a los alumnos, ¡sin encontrarlos!, se han perdido como si estuviesen jugando a las escondidas. De frente hallo una iglesia vacía de almas. No encuentro lo que busco. Me dirijo a Vernon Av. ¡Curioso!, veo otras dos iglesias en la lejanía sin aliento, sin nada de latidos. Un extraviado del amanecer quiere fumar, sujetando un cigarrillo hacia sus labios desérticos, busca entre sus bolsillos perforados un encendedor. Mi penumbra se hace a un lado, solo observa. Dijo: mis zapatos, ¡detente ahí! Parpadeo de luces rojas, y espero para cruzar, solo cruzar y sentir el cambio de armonía. Llegó a 48th y Main Street, las manchas ahí están, ¡migran!, y el sol repliega su furia en mi espalda curvada. Los pájaros revolotean sus alas en el árbol, algunos juegan con mis pasos, se alejan con sus cantos. Una paloma vuela al llano del solado, como si fuese a clavar su pico en mi pecho. ¿Se habrá dado cuenta de mi búsqueda? Otra picotea los arbustos, trayendo en su pico ramas secas para su nido, se asusta con mi respiración y compone su vuelo.

Mi corazón ensangrentado se habría detenido, el ruido de una podadora me estremece, suelta la quietud, no soy el único que agoniza, se ve que el sujeto no está vivo, jorobado por la carga pesada, no voltea ni se asoma, sólo ve dar vueltas al instrumento destructor.

La primavera en su apogeo, flores brillantes, pájaros con notas espléndidas, el sol compone su manoseo. Llego a Broadway Street. El día reluce. Sombras de edificios, escondite de desconocidos, vagabundos con miradas extraviadas erigen escombros de lienzos y fierros torcidos. Al otro lado de la calle “la casa de los Ositos Gigantes”, un almacén de felpas y pelusas frondosas y de alturas inmensas. Me llama. Me resisto. No veo “mi búsqueda”. Llego a Vernon Av., el viento ha quedado inmóvil, sólo me falta cruzar la calle.

Todos patean el asfalto con apremio, cruzan las calles al ritmo de los semáforos que parpadean en colores difusos. Mentes y cuerpos destinados a actuar parecen mecanizados por exóticas criaturas, observan sin cruzar la vista. ¡Se detienen! y todo es vacío. Llegan a su destino. Empiezan con alteraciones similares, actúan agachados, ¡todos callan!, ¡no oyen!, ¡no miran!, sólo concentrados en su pereza y faena, soportan exigencias y temperaturas que incineran, se protegen y se esconden entre las nubes artificiales, los ruidos de artefactos espían sus leves movimientos. ¡Hablan y actúan! Se han sensibilizado con eso.

Terminan la jornada cubiertos de sudor y rastros de quemaduras. Por fin llega el silencio. Retornan arrastrando las rodillas, los hombros rendidos y adoloridos. Al separarse se extrañan y se pierden en el bostezo de la noche y de las sombras.

__________

Benito Ramírez Cruz es de Tamazulápam de Espiritu Santo Mixe, Oaxaca.

comentarios de blog provistos por Disqus