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SOLDADO (UN JORNALERO PELIGROSO)

RAÚL GATICA

A Filipino lo maltrataban tanto que a todos nos dolía.

–¡El mánager es un racista de mierda! —decíamos todos.

Es más, llamarlo hijo de la chingada era generosidad. Sin embargo Filipino nunca se quejó de él.

Filipino era maya y apenas hablaba español. Quizás por eso, callado. Su mutismo y observar sin mover las pestañas intentaban entenderlo todo.

¿Temía que al parpadear huyera la indicación correcta? Cada que Nelson Calabaza ladraba, le clavaba sus rasgados ojos sin que sus pestañas aplaudieran. Quizás por quedarse mirando serio, serio nomás, a Nelson, éste le daba con todo.

–Llegué vistiendo talla treinta y dos, pero en tres meses uso talla 28. Los pantalones me bailan. Le hice más hoyos al cinturón —me contó a la hora de tirarnos en los catres viejos, apestosos y sucios que nos dieron por cama.

–Y cómo no, si el capataz te trata de la chingada. Además, catorce horas diarias bajo el calorón pizcando duraznos no es mamada. El único descanso, para comer, apenas si lo sentimos —dijo el Pantera sobándose los huesos.

–Y cuidado nos tardamos tantito, porque Mr. Calabaza trepado al tractor comienza a tirarnos la madre por aquí y por allá. Pobre nuestra madrecita toda manchada de insultos y nosotros sin poder rezongar. A ese cabrón nomás le falta el látigo para pegarnos —exhalaba Erasmo Izquierda mal disimulando su rabia.

La pasaba tan mal Filipino que sabíamos su pena kilómetros adentro del alma cuando hablaba dormido.

–Mejor comer frijoles… pueblo con burritos y chivos.

Otras veces distinguíamos entre sus ronquidos:

–Regreso a milpa… los chamacos.

En el infernal verano, Mr. Calabaza manejaba más rápido y Filipino atrás del tractor completaba el trabajo sin quejarse. Eso sí, mientras dormía sobre los colchones podridos y con chinches hablaba, qué digo, suplicaba:

–¡Amarren al tractor!… ¡Amarren al tractor!

Su silencio nos desesperaba. ¿Por qué demonios no se quejaba? Nelson Calabaza lo menos que merecía era una putiza. Pero Filipino callaba.

Un sábado de septiembre, durante la fiesta de las independencias, Filipino hasta reguetón bailó. A la hora del grito, cuando se mencionó a las mujeres, curas y militares que murieron para lograr romper las cadenas españolas, nos cayó la idea para terminar su tormento. Con ese pensamiento le hicimos rueda. Él bailando nos agradeció́ con el brillo de su dentadura.

El siguiente lunes, en uno de sus clásicos conciertos de ladridos, Mr. Calabaza se ensañaba con Filipino. Entonces Erasmo Izquierda se le acercó al capataz por la derecha y, como al descuido, le arrastró en voz viperina:

–¿Te das cuenta de cómo te mira Filipino cada que lo regañas?

–Sí. Como pendejo encabronado.

–¿Has visto que todos lo tratan con respeto?

–A mí qué putas me importa cómo me mira y si ustedes lo respetan o no. A trabajar o te descuento una hora

—escupió́ Mr. Calabaza su inexplicable rabia hacia los trabajadores migrantes.

–Tienes razón, qué me importa. Pero soy tu amigo y quería prevenirte —soltó́ con la intención de inocular veneno.

–Yo no sé por qué pierdo mi tiempo queriendo salvarte

—susurró Erasmo Izquierda y simuló retirarse.

El bravucón mánager lo había notado desde la primera ocasión y, aunque le pareció́ extraño, nunca le dio importancia.

Ahora éste diciéndose su amigo quería prevenirlo.

¿Prevenirlo de qué?

–¿Qué pasa? —preguntó impaciente y sin perder el tono mandón.

–Mira —dijo Erasmo Izquierda y alargó la pausa de silencio. Luego, como quien dice grandes secretos,

terminó:

–Filipino fue soldado y ha matado a muchos. A varios en la casa les consta que con menos de lo que tú le has hecho, más de uno amaneció muerto. Te lo digo porque ahora está más callado que antes, y eso puede ser por algo.

Erasmo Izquierda nos contó después que Nelson Calabaza no dijo nada. Pero vio su rostro palidecer. Se acomodó el turbante y con mirada recia para esconder el miedo le dijo:

–Apúrate a terminar tu línea que ya va siendo hora del almuerzo.

Desde el siguiente día, ni a Filipino ni a nadie más le volvieron a gritar. Claro, Filipino se preocupó.

–¿Estará enojado Nelson conmigo? Ahora nomás me ve y se aparta, como si viera a un coralillo que le va a picar.

Reíamos y le contamos que la ayuda mutua de la organización de verdad funciona.

–La protección de los demás es la protección de nosotros mismos, ¿qué no? —le decíamos.

–¡Son a toda madre, tigres! —nos dijo ese chaparrito de pelos necios, manos duras y hábiles de campesino, quien ni siquiera el servicio militar hizo.

 

Keremeos, Baja California

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