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CON EL FUTURO MUY PRESENTE / 294

El embarque rumbo a Europa de un numeroso contingente de indígenas zapatistas de Chiapas para realizar una caravana política desde abajo pero internacional, simboliza que las manecillas del reloj de la Historia dieron la vuelta completa desde octubre de 1992 o enero de 1994. No sólo por los zapatistas; el reloj del futuro se aceleró hace unas tres décadas para los pueblos originarios de México y el resto de América. Que les pregunten si no a padres y madres, hijos, hijas y nietos de los pueblos mexicanos. El mundo estalló en muchas direcciones y hoy ser indígena posee gran importancia ética y política. Sin ellos, la legitimidad de los Estados nacionales hoy queda mocha, aun bajo gobiernos nacionalistas, progresistas y hasta “indigenistas”, como ya sucedió en el Ecuador de Rafael Correa y la Bolivia de Evo Morales, y hoy estamos viendo en México, Argentina, y a ver de a cómo se pone Perú.

El sentido de autodeterminación de los pueblos de México, su autonomía conquistada, nunca concedida, se experimenta y consolida actualmente en sus propios territorios. De ahí al mundo, es el mensaje de los rebeldes chiapanecos. Como se sabe, los zapatistas siempre van un poco más lejos, y son inigualables en su proyección simbólica, pero muestran que los indígenas mexicanos nunca fueron más cosmopolitas, y valga la exageración, más contemporáneos de la humanidad.

Autores, editores y lectores de Ojarasca hemos compartido una vista amplia y privilegiada del desarrollo de los pueblos originarios y sus movimientos desde los años ochenta, con el punto de inflexión continental del 12 de octubre de 1992, el famoso e infame Quinto Centenario del, se decía entonces, “encuentro de dos mundos”, un eufemismo del desastre de las civilizaciones en Mesoamérica y los Andes, pero también el Caribe, la Amazonia, la Araucanía, Tierra del Fuego y las vastas cordilleras, costas y praderas del norte americano.

Desde octubre de 1989, esta publicación mensual ha seguido, en lo posible, decenas, quizá cientos de luchas, pequeñas y grandes historias, tragedias, creaciones plásticas y literarias, logros agrícolas independientes del castrante mercado trasnacional, alzamientos, triunfos y derrotas. Autores independientes han escrito desde la academia y desde la trinchera, como protagonistas, reporteros, acompanantes, analistas y hasta cómplices de los pueblos en efervescencia.

Ante el escenario de un planeta en peligro, sobre todo por el avanzado deterioro ambiental causado por el capitalismo, los pueblos originarios de toda América se yerguen, desde la debilidad y también desde la fuerza, como defensores y guardianes de lo que le queda de vivo a la Madre Tierra. Más que celebrarnos como equipo editorial de Ojarasca en La Jornada, celebramos a los pueblos y testigos, fotógrafos, artistas plásticos, antropólogos, periodistas, defensores del medio ambiente, los derechos humanos, la autosuficiencia alimentaria, la seguridad, la justicia y la igualdad entre mujeres y hombres.

El maíz y la milpa, por ejemplo, han encontrado siempre en Ojarasca un espacio aliado y atento. Las cooperativas, organizaciones y comunidades que por todo México han defendido la integridad natural del maíz y sus siete flores, tuvieron y tienen aquí un lugar suyo.

Las construcciones de gobierno propio, de educación y pensamiento, la creación en lenguas originarias, los experimentos sociales más audaces del México moderno los debemos a los pueblos (mal llamados “etnias”) herederos de la civilización negada de “los más primeros”: sin ellos la Nación no tiene futuro. Un gobierno tras otro, hasta llegar al actual, creen que sin la Nación los pueblos no tienen futuro, siendo las cosas al revés. Si de esto tuvieran conciencia los gobernantes actuales, evitarían los desfiguros “neoindigenistas”, las parcialidades ideológicas de la Historia y la conversión en tópicos de los mitos.

El equipo de Ojarasca no podría estar más agradecido con quienes han hecho posible este viaje siempre iniciático, con el respaldo infatigable de La Jornada y la constancia, a veces heroica, de quienes escriben, declaran e ilustran cada mes en nuestras páginas.

Si hace 32 años no sabíamos a dónde iba todo esto, ni cuánto iba a durar, hoy lo sabemos aún menos, pero tras todo lo ocurrido y lo que ocurre en los pueblos originarios del continente, lo único que podemos decir es: gracias. Y seguimos.

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