ALDAMA, ¿EXPERIMENTO DEL FUTURO? / 295
En memoria de Alfredo López Austin
El tiempo pasa, implacable, y cada día es peor la situación de la gente en al menos diez comunidades tsotsiles del municipio de Aldama, en los Altos de Chiapas, ubicado entre San Andrés y Chenalhó. Otras más viven también asediadas o afectadas por los disparos diarios, incluida la cabecera municipal. Los ataques proceden siempre de Santa Martha, Chenalhó, y sus alrededores. Decenas de hombres armados, no identificados, ingresan a Santa Martha a cualquier hora, amedrentando también a la gente de este pueblo grande, y se parapetan para disparar contra Chayomte, Juxton, Stzelejpotobtik, Chivit, Yeton, San Pedro Cotzilnam, Tabac, Coco, Xuxchen y otras comunidades. De las mencionadas salieron desplazadas unas tres mil personas para refugiarse de las balas y las bombas este mes de noviembre.
Ninguna insistencia está de más. Aldama en principio no sería una excepción, un caso aislado. Pero lo que sucede en Aldama está bajo responsabilidad directa de la secretaría de Gobernación y las Fuerzas Armadas. Se supone que hay una especie de deténte entre las “partes”. El privilegiado tratamiento institucional no ha servido para nada. Más de un año de tiroteos constantes (en fechas recientes llegan a ser 30 o 40 ataques en un solo día) demuestran una inoperancia inexplicable, no obstante el sufrimiento de miles de personas en condiciones de extrema precariedad.
Distintos grupos de civiles armados, con un arsenal moderno de alto poder, mantienen bajo fuego a las comunidades de Aldama en colindancia con Chenalhó. Se alega una vieja disputa por 60 hectáreas.
El punto es que las comunidades agredidas son entidades definidas, organizadas en su representación tradicional, mientras los agresores son paramilitares anónimos pero ya públicos y beligerantes, sin liderazgo visible, sin ninguna actitud responsable, que han llegado a frenar y desarmar a las policías estatales y federales sin que pase nada.
En este contexto, el gobierno estatal sería un convidado de piedra, si no fuera escandalosa, sospechosamente omiso.
Argumentando que “se media” entre “las partes” cuidando no patear el avispero, cuando se les cuestiona sobre por qué no se detiene la acción de los paramilitares, personal de Gobernación reitera con cinismo: “es que del otro lado también disparan”. Ese argumento lo alimenta el gobierno “verde” de Chenalhó, históricamente vinculado con los paramilitares más agresivos de la zona, y una de las “partes” en la presunta negociación pacificadora.
Suponiendo sin conceder que existiera tal respuesta desde Aldama, hay algo muy raro: ¿A poco son lo mismo una agresión alevosa, de alto poder contra pueblos pacíficos, mujeres, niños y niñas, personas de edad, campesinos todos, escondidos el día entero para no recibir un disparo, y la posible y ocasional respuesta en legítima defensa? ¿No es un elemento a considerar?
Por lo visto no. La idea ¿es que se pudra? Muchos odian que se recuerde la masacre de Acteal (también Chenalhó) en 1997 y sus largas secuelas en millares de indígenas, pero lo que se cocina contra Aldama, sin una acción adecuada y con apego a la justicia por parte del Estado, puede desembocar en una tragedia de proporciones.
Por lo pronto, el objetivo de la agresión está cumpliéndose. La lluvia de balas permite ir “limpiando” el terreno, arrancado a sus pobladores legítimos. ¿Con qué fin? La versión más referida es que se trataría de un tramo estratégico para el trasiego ilegal de armas, drogas y personas, muy generalizado últimamente.
Lo que se pudre no es la situación de Aldama, es Chiapas. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) lo advirtió en septiembre: la entidad se encuentra al borde de la guerra civil. Promovida ésta, en primer lugar, por poderes políticos y grupos criminales de alcance regional.
Lo de Aldama no es más de lo mismo, ni sólo un caso más del “escenario conflictivo” en los territorios indígenas de la entidad. Es un experimento del futuro. Los paramilitares reloaded (sus predecesores de 1997 hoy parecen principiantes), nunca desarmados y por el contrario cuantiosamente armados, pinta un escenario de vaciamiento territorial facilitado por la no acción de las autoridades.
Así se abren territorios para la actividad criminal y la extractiva. No sólo en África subsahariana o Centro y Sudamérica; lo hemos visto en Guerrero, Durango, la sierra Tarahumara.
¿Se está provocando al EZLN para que rompa su tregua, cuidadosamente respetada durante casi 27 años? ¿Desde la criminalidad se reta al Estado, mientras los políticos ponen sus miras en las próximas elecciones cuando no bien acaban de salir de unas bastante feas? La gente ¿no importa? No los indígenas del discurso, sino los de carne y hueso, que pasan hambre, frío, miedo, obligados a un sacrificio interminable.
Lo de Aldama es nuevo. Todos los días pasa algo. Se trata de una estrategia sofisticada. A veces hay heridos, o muertos, pero nunca se detiene al culpable, ni siquiera se investigan las emboscadas permanentes. No pasa nada, salvo el tiempo. Un tiempo precioso e irrecuperable.