LEVANTAR UNA CASA EN DERRUMBES — ojarasca Ojarasca
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LEVANTAR UNA CASA EN DERRUMBES

MARIO CRUZ

AUTO-ADSCRIPCIÓN, LENGUA E IDENTIDAD COMUNAL

Tiene sentido afirmar que la comunalidad se encuentra ligada a la pertenencia étnica. Los primeros escritos de Floriberto Díaz son puntuales en ese sentido, por ejemplo, otorgando el valor de su lengua como una dimensión importante del ser comunal. Actualmente, la lengua no figura ya de manera formal dentro de los llamados cuatro pilares de la comunalidad contemporánea. Especialmente porque se entiende que históricamente el aparato estatal ha desplegado una serie de políticas públicas en contra de las lenguas originarias. Irónicamente, el Estado cuantifica la identidad “indígena” con el ser hablante de una lengua no hegemónica, lo que también condiciona los programas sociales y las estadísticas identitarias.

De esta dinámica se ha desplegado una correlación entre identidad y lengua, no del todo equivocada, pero que hemos comprendido a estas alturas que no es definitoria. A la inversa, esta dinámica también provocó un retorno a la lengua en las generaciones contemporáneas de jóvenes que hemos sido orillados y orilladas a migrar de nuestra comunidad de origen, o que no hemos heredado la casa que habitaron las abuelas y abuelos. Lo que no deja de lado el juego perverso del Estado, que es provocar el derrumbe de la casa y luego condenar a quienes no hemos podido habitarla. Especialmente cuando interiorizamos una culpa corporal, un extrañamiento de nuestra propia identidad que hace imposible definirnos étnicamente por no habitar la lengua de la comunidad.

Ante este panorama el debate se centró en la auto-adscripción, de modo que otras dimensiones de la identidad cobraron tanta relevancia como lo hizo la lengua en su momento. La pertenencia a un grupo étnico ya no se definía por el indigenómetro gubernamental, sino que pasaba por un proceso de revisión histórica individual y comunitaria, por el reconocimiento de los usos y formas de organización comunitaria e incluso también de los vestigios de la lengua materna que se hacen presentes en formas de nombrar y relacionarse con la realidad. El resultado de este proceso se contrasta todavía ante el cuestionamiento de los “servidores

públicos” que cuestionan mediante un instrumento estadístico al que primero le interesa saber si te consideras parte de un grupo “indígena”,1 y luego te pregunta si eres hablante de una lengua “indígena”.2

La auto-adscripción vino a resolver, en gran medida, los conflictos identitarios de una generación que apenas descubría que no encajaba del todo, que reconocía elementos identitarios de los que había sido despojados. Pero que se encontraba ante una crisis de pertenencia porque no podría definirse del todo como dizà, ayuujk o ñuu savi, principalmente por el tema de la lengua. Sin embargo, todo esto quedó rebasado en las pasadas elecciones, cuando se evidenció con claridad que el uso identitario-político de la auto-adscripción también podría ser utilizado arbitrariamente para fines personales ajenos a las comunidades étnicas: el caso del candidato a una diputación federal por el PAN, Daniel Martínez Terrazas, es el más representativo: sobre todo esto Yásnaya Aguilar ha escrito reflexiones profundas.

La cuestión sigue siendo cuál es la relevancia de legitimar la pertenencia a un grupo étnico de los denominados “indígenas”, y la respuesta va orientada en el posicionamiento que se desprende de una serie de visiones particulares del mundo que pueden no encajar con el uso del planeta en torno a fines de mercado. En otro plano más particular, tiene que ver también con una mayor proyección de las actividades individuales. Sería ingenuo pensar que ahora se están graduando las primeras personas “indígenas” de universidades prestigiosas, o que son los y las primeras en obtener premios importantes. Para los periódicos vale la pena convertir esto en una nota, y para las universidades autónomas e instituciones públicas significa un signo de inclusión de la diversidad. Sin mencionar las acciones afirmativas que se condicionan a las identidades de grupos no hegemónicos.

Aquí está el tema que en verdad me preocupa. Tiene que ver con una de las formas de vivir la pertenencia a un grupo “indígena”. La primera vez que me lo cuestioné en serio fue cuando fui considerado para un seminario importante sobre identidades indígenas. Además de la auto-adscripción, había que respaldar la palabra con un documento escrito por la comunidad en la cual se me reconocía como integrante. La manera en que esto podía resolverse es apelar a la agencia municipal de mi comunidad de origen y ser muy específicos en la redacción, de modo que se expresara que en el pueblo habitan personas hablantes del zapoteco, porque explícitamente la comunidad no se auto-adscribe como pueblo indígena, y que lo que llaman “lengua” o “dialecto” es zapoteco. Aun consiguiendo el documento, tenía que autonombrarme como dizà, hacer esto parte de mi lenguaje cotidiano.

La trampa está en que este tipo de “acciones afirmativas”, tanto de la gubernamental como del activismo purista de algunos grupos, la pertenencia étnica se reduce a criterios individuales: hablar la lengua, auto-adscribirse, usar la vestimenta, sin mencionar los rasgos físicos, componentes que pueden aislarse de las configuraciones comunitarias. A riesgo de equivocarme, esto origina las confusiones de la pertenencia étnica. En otro sentido más preocupante, esa pertenencia, que es comunitaria por antonomasia, es cooptada por las instituciones que fomentan esta suerte de liberalismo indígena. Al recibir premios o consideraciones específicas se corre el riesgo de interiorizar esto como “logros individuales” que terminan por despojar a quien recibe estas acciones afirmativas de su sentido comunitario, de modo que poco a poco le sea imposible vivir en su comunidad.

Por supuesto que no se trata de estigmatizar la proyección de la pertenencia étnica en la vida profesional. De todos modos la tendencia de las instituciones y de las ciudades es postergar el retorno de quien migra de su comunidad (concreta y simbólicamente) a un tiempo en el que las preocupaciones económicas y sociales no ameriten el “sacrificio”: tiempo que pocas veces llega. Pero este “legitimar” la pertenencia étnica individual conlleva un acto de despojo de identidad comunitaria. En ese sentido, continuar la reflexión en torno al concepto inicial de la comunalidad, o mejor dicho la identidad comunal y su relación con la pertenencia étnica.

Quienes heredamos una casa en ruinas debemos pensar que esa casa no fue construida de manera individual, y que por lo tanto no es una responsabilidad individual levantarla. Los procesos de descomunalidad o descomunización que conducen a una crisis de identidad están permeados por el reduccionismo de la individualidad.

Me pregunto qué tan necesaria es la auto-adscripción a un grupo “indígena” para concebir una identidad comunal, ¿o estoy confundiendo e inventando una relación que no existe entre estas dos categorías?3 Porque además de la guendalisaa, amukë jujky’äjtën, yëlanaban, nixi yeé kue nivi ñuu, ngineay aküliw meawan kambajiüt y chree yiianj, también existe la palabra en español “comunalidad”. Pensando, por ejemplo, en la fundación de mi comunidad, que según la historia oral, se formó a base de tequio comunitario; es decir, las primeras casas se levantaron entre todos y todas, independientemente de su pertenencia étnica. ¿No podría ser la comunalidad más bien un proceso de los pueblos, de cualquier pueblo, que viviera de forma comunal, aunque no se nombre de manera explícita? n

Mario Cruz, zapoTeCo, pertenece al CIESAS Pacífico Sur.

Notas:

1. Mencionar que hay “servidores públicos” que se van directamente a la segunda pregunta como respuesta de ambas.
2. Enfrentarse a este tipo de cuestionamientos genera una confusión, por lo que es común que las personas todavía no se auto-adscriban a un grupo étnico por sentir culpa de no hablar la lengua.

3. Por lo menos en los escritos de Jaime Martínez Luna sí se hace referencia a la relación entre comunalidad y pertenencia étnica.

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