DEL DESMONTE EN LA MILPA Y DE CÓMO EL KOX SE VOLVIÓ EL SOL / 298
El xut o kox, ambas palabras significan el menor de los hermanos en tseltal y tsotsil, el niño que se convirtió después en sol tras luchar con sus hermanos mayores y matarlos, trabajaba con las herramientas que le dejaron aquellos, como había visto que hacían: bastaba con clavar las herramientas en el suelo y ellas trabajaban solas —algunas versiones hablan de un columpio. Al mecerse, el niño menor accionaba las herramientas. El kox comenzó el desmonte solo y avanzó mucho, pero al otro día, al regresar al terreno vio que todo había crecido nuevamente como si no se hubiera hecho nada antes. Por más que quisiera, no avanzaba. Alguien le estaba haciendo un daño, cuando la madre vio lo que sucedía, sentenció:
–Tú no sabes hacer nada, nos vamos a morir de hambre.
El niño volvió a tumbar el monte y el monte volvía a crecer mientras él descansaba. Así sucedió tres veces, hasta que decidió averiguar quiénes hacían el mal. Le preguntó al ratón:
–¿Tú no sabes quiénes destruyen mi trabajo?
–Los he escuchado pero no sé quiénes son. No tengo ojos, no puedo verlos.
El xut le hizo sus ojos con dos bolitas de trementina y le pidió que vigilara. El ratón, feliz con sus ojos de gotitas de resina de pino en la cara, prometió quedarse de guardia y contarle todo lo que sucediera.
–Tus enemigos son el correcaminos, el conejo, el venado y otros animales más. Tus hermanos quieren desquitarse.
En vez de regresar a su casa, el xut se quedó en la milpa espiando y los oyó venir. Traían incienso y venían rezando. Ordenaban a las plantas que volvieran a crecer.
–Levántense árboles, únanse bejucos. ¿Qué culpa tienen ustedes? ¿Qué hicieron ustedes, cuál es su culpa? No merecen que los quemen. Levántense árboles, únanse bejucos. Y los árboles se alzaban como si nunca hubieran caído y los bejucos se unían como si nunca los hubieran trozado. El xut se ocultó a orillas de la milpa y esperó a los animales que sus hermanos habían enviado. Todavía quedaban unos cuantos árboles tirados en el suelo.
Por fin se acercaron. El conejo venía bailando y el pájaro traía copal en las manos. Repetían palabras mágicas:
–Levántense árboles, levántense bejucos. Ustedes no tienen ninguna culpa, ¿por qué han de sufrir el castigo del fuego? ¿Por qué los han de quemar? ¿Por qué esperan en el suelo? Levántense árboles, levántense bejucos.
La maleza volvía a crecer. Con mucho trabajo agarró al conejo. Le jaló la cola y se la arrancó. Hasta ahora se sienta acuclillado, para esconder su rabo cortado. El xut agarró al conejo de las orejas y se las jaló. Por eso las tiene largas. Con su cuchillo le pegó en el hocico y se lo partió. Al venado le arrancó la cola. Al correcaminos le pegó en la cabeza con el mango del azadón y le sacó sangre. Agarró al pájaro tsu y le pegó con el cabo de la coa. Por eso tiene morada la parte de arriba de la cabeza y rojo a los lados. Desde entonces no puede volar, sólo corre y en su grito se queja de dolor de cabeza: ui, ui, ui. Sólo cuando sale se comienza la roza.1
“Levántense árboles, levántense bejucos” son las palabras exactas que se dicen para levantar el monte rozado en el Popol Vuh. El poder de las herramientas se había perdido para siempre; ya nunca volverían a trabajar solas —a partir de entonces, la milpa de todos los hombres se siembra con mucho esfuerzo.
–Ya vi quién me hace este mal —le dijo a su madre.
–No te aflijas, le pediré ayuda a mi padre, lo voy a revivir.
–¿De veras puedes?
–Sí. El xut comenzó a llamar a su padre:
–José, José.
El padre se levantó. Al verlo de pie, la madre comenzó a llorar y llorar y llorar.
–¡Volvió mi marido!
–¡No llores mamá!
Y al verla llorar, el marido desapareció.
–Voy a traerlo otra vez, pero si lloras, volverá a desaparecer.
–Vuélvelo a traer, revívelo, ya no voy a llorar —prometió ella. El xut volvió a llamarlo, pero su madre no pudo contener las lágrimas.
–Ya lloraste dos veces, ya no podrá regresar. Si no hubieras llorado, los muertos podrían regresar, pero a partir de ahora, ningún difunto volverá a este mundo [...]
Y le dijo el kox al conejo:
–Usted, k’itstin’, está jodiendo mi trabajo —y lo agarró de las orejas.
–Yo fui —dice el conejo— porque no es su lugar aquí, éste es el lugar de los pecados, usted debe estar arriba, no es de aquí.
Ahora que lo supo el Dios, lo fue a contar a su mamá. También hizo lo mismo con el venado, que tiene orejas de conejo. Dicen que el conejo es el bankil del venado, como la tuza es el bankil del tepezcuintle.
–Mamá, así dijeron, que no somos de aquí. Voy a visitar el Cielo. Voy primero a ver, mamá.
–Pues, ándate —dijo María.
Fue. Iba contando las horas para llegar arriba: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve. A las nueve llegó al Cielo. Entonces volvió. Muy contento, que muchos frutales, muchos olores de flores, muy mejor allá. Llegó a contar. Ahora, muy apenada la Virgen.
–¿Cómo voy a subir, cómo subiste tú?
–Vas a ver cómo le vamos a hacer.
–Sos el kox ¿cómo es que saliste muy listo —dijo la Virgen asombrada de que su chiquitillo supiera tanto. Y apenada de que cómo va subir su cuerpo al cielo. El kox sólo le enseñó a contar como contó él. Al llegar al nueve ya estaban en el Cielo. Así aprendió la Virgen. Dicen que así subió también el Dios, de antigüedad. Ya no volvieron, pues.
Él se hizo Sol y ella Luna2.
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Tomado del libro Del surco a la troje. Mitos y textos sobre el maíz, de Elisa Ramírez Castañeda, Pluralia Ediciones y UNAM, 2020.
1. Pedro Pérez Conde y Elisa Ramírez Castañeda, Leyendas y cuentos de Tenejapa, pp. 147-158. Historia de origen tseltal. Recopilada en Tenejapa, Chiapas. Versión ERC.
2. Relato tsotsil en versión de Calixta Guiteras. Los peligros del alma, pp. 158-160.