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EL PROFUNDO SIGNIFICADO DE LA TRADICIÓN DE IXCATEOPAN

JORGE VERAZA URTUZÁSTEGUI

PALABRAS PARA LOS CORREDORES DE 2022

Entrañables guerreros corredores, el Consejo de Ancianos de Ixcateopan, así como la Fundación Zemanauak Tlamachtiloyan, la Fundación Centiliztli y el calpulli Ixcatemoteopan in Huey Zompancuahuitl, me encomendaron que —más allá de la idea que comúnmente se tiene acerca de la tradición de Ixcateopan— redactara el profundo significado de esta tradición, para que fuera pronunciado ante ustedes.

Han realizado ustedes más de la mitad de su recorrido hasta Ixcateopan de  Cuauhtémoc, reproduciendo simbólicamente con su esforzada carrera, el recorrido que —según la tradición oral y escrita de Ixcateopan— hicieran los guerreros mexica y chontales en 1525 para transportar los restos mortuorios de su huey tlatoani desde Izancanac hasta Ixcateopan, el pueblo natal de Cuautemoctzin. Están ustedes reviviendo en la geografía de la República Mexicana y en este tiempo, la verdad de una tradición oral y escrita; de una palabra antigua clara y profunda que dice algo que no ha dicho ningún cronista, sino sólo ésta, la tradición de Ixcateopan. Y ustedes están escenificando, precisamente, lo que está diciendo esta tradición. Por ello, a propósito de la carrera que han llevado a cabo y por el trecho que aún tienen por delante, es pertinente hablar del significado hondo que tiene justamente aquel acto de haber enterrado al tlatoani en su lugar de nacimiento. ¿Qué significa esto para la mexicanidad?

Cabe responderlo y aprenderlo en este descanso de hora y media o poco más en el que se detienen ustedes, los corredores guerreros, para que así, ahora que reinicien la carrera, cada aliento que den sea más profundo, precisamente, porque incluye la comprensión de su propio acto en el que templan el cuerpo, el corazón y el ánimo. Evidentemente es significativo para ustedes, esforzados guerreros, pero también para todos los que estamos a su alrededor. Sí, que toda la gente sepa del significado profundo y secular que esta carrera está reflejando. A saber, la relación entre el jefe de la resistencia y su pueblo. Un acto de reciprocidad fundamental combatiente es lo que la tradición de Ixcateopan narra.

El jefe de la resistencia,  Cuauhtémoc, dio su vida por el pueblo. El pueblo lo enterró, no se olvidó de él. El pueblo no abandonó su cadáver en la soledad de la selva; sino que el guerrero Tzilacatzin, compañero de armas de  Cuauhtémoc, y treinta guerreros más, se fugaron del ejército de Hernán Cortés y, arriesgando sus vidas, regresaron por los restos de  Cuauhtémoc, los rescataron y los llevaron con dignidad a su lugar de nacimiento. Contémplese y mídase la indeleble reciprocidad entre ambos, entre el líder y su pueblo en momentos de grave peligro.

En efecto, con el asesinato de  Cuauhtémoc realizado por Hernán Cortés en Izancanac (Laguna de Términos, en Campeche) en 1525 se verificó contra el pueblo mexica una doble afrenta, doble humillación y doble agravio que vale la pena explicar. Por un lado, una afrenta temporal y física fácilmente reconocible: el injusto asesinato alevoso. Mientras que, por otro lado, se llevó a cabo otra humillante afrenta práctica y simbólica, sutil y profunda, más difícil de registrar; pues se trata de un desafuero de humanidad, podríamos decir, al quedar insepulto  Cuauhtémoc en medio de la selva. Es decir, como quien mata a un perro. Pues se trata de un asesinato sin inhumación; como si  Cuauhtémoc no hubiera sido un ser humano. Como si el ser indígena de las tierras de Anáhuac o indio, como los españoles (castellanos y de otros reinos) decían, hubiera abolido en él su humanidad.

Nótese que este segundo agravio no es unilateral sólo contra Cuauhtémoc; sino que involucra una contraparte, que debemos explicar para que se entienda a cabalidad la humillación que involucra en reciprocidad; en efecto, todo sucede como si el resto de los mexica no fueran humanos por no considerar humano a  Cuauhtémoc, toda vez que lo abandonaron como perro en medio de la selva dejándolo insepulto; análogamente a como obró su asesino. ¿Sucedieron así las cosas? ¿O, en realidad, los mexica sí son humanos; no les arrebataron su humanidad los españoles, aunque les arrebataron su riqueza y su soberanía política y económica además de someter su cultura; y a todos ellos, uno por uno, los ultrajaron de mil formas, desde las sexuales hasta las espirituales, pasando por las sociales y políticas?

Bueno, entrañables guerreros corredores, y si sucedió́ de esta última manera, y los antiguos mexicanos de Anáhuac persistieron en ser humanos, tenemos que el resto de humanidad que preservaron los hizo actuar en reciprocidad; pues enterraron a Cuauhtémoc, restableciendo la justicia intemporal, eterna imborrable, la práctico- simbólica, esa de pura reciprocidad humana. Aquella que sólo con un acto práctico de decidida entrega puede existir. De tal manera que el trágico “ser o no ser” pronunciado ante la muerte, se trueca aquí́ en ser o no ser recíproco, en poseer o no humanidad; en ser o no ser un perro por tratar como perro a quien dio su vida por ti o en ser recíproco con él y, por eso, uno mismo alcanzar humanidad.

Éste es el factor decisivo, el elemento central de la tradición de Ixcateopan, revelada en 1949. Es su secreto, el secreto de la reciprocidad del jefe y el pueblo en lucha y de éste con aquel. Tal es el problema y sus nudos, que se generó en el mundo de Anáhuac en ocasión del asesinato de Cuauhtémoc. Asesinato conocido en 1525 al retorno de Hernán Cortés a Tenochtitlan; y luego por escrito, en su quinta relación a Carlos I de España; más tarde en la obra de Francisco López de Gómara; y todavía después de mediados del siglo XVI en la de Bernal Díaz del Castillo.

Y ante este hondo problema, ante esta honda y dual humillación, se generó nada menos que una tradición indígena contraatacante. Esa tradición que dice que Cuauhtémoc sí fue rescatado, y fue transportado desde Izancanac hasta su pueblo natal y, por supuesto, que fue enterrado. Y, precisamente todo esto fue realizado por los mexica y chontales, sus compatriotas; ya que Cuauhtémoc es nahua chontal; es decir nahua y todas las demás naciones autóctonas de Anáhuac, desde Arizona hasta Nicaragua (en efecto, Nicaragua significa: hasta aquí́ llega Anáhuac), toda vez que chontal es una voz que alude a una etnia en particular y a todas las que no sean mexica.

He aquí una tradición de larga data elaborada después de 1525, no mucho después de que se abrió́ —con el asesinato de Cuauhtémoc por Cortés— la referida herida purulenta en el mundo cultural anahuaca. Y esta tradición debe ser reconocida, en vez de ser soslayada a propósito de que quizá́ esos no son los restos de  Cuauhtémoc, como han pretendido viciosamente la segunda, la cuarta y la quinta comisión del INAH, la de 1976 (“Comisión Bonfil”). Pues mientras no se reconozca esa tradición, todo sucede como si no se reconociera humanidad a los indígenas. Como si éstos no hubieran trasladado y sepultado a su huey tlatoani, a su gran dirigente y esforzado guerrero que con gallarda valentía —combatiendo con las armas en la mano— jamás se sometió; y una vez capturado, soportó indecibles torturas que lo dejaron paralítico; para terminar asesinado indefenso en un solitario paraje selvático por Hernán Cortés y dejado insepulto como perro por el mismo Cortés.

Precisamente, la singularidad del surgimiento de la tradición en Ixcateopan y no en otro lugar, sea en Tenochtitlan, sea en Tlatelolco o en otro sitio, es precisamente esta singularidad, digo, la que resulta sorprendente e inclina la balanza del lado positivo de la disyuntiva acerca de su autenticidad. Porque es indicativa de la extraordinaria hondura sentimental con la que se sufrió́ en este recóndito pueblo de la sierra de Guerrero el doble desafuero cometido por Hernán Cortés, en medio de la selva maya en 1525 contra el huey tlatoani de México Tenochtitlan. Como si efectivamente los nahua chontales de Ixcateopan fueran ellos y ningún otro de los pueblos originarios de Anáhuac, los amigos que crecieron juntos con Cuauhtémoc y los familiares que con cariño y amor lo vieron crecer desde niño y ya joven y gallardo lo vieron alejarse rumbo a Tenochtitlan en 1520 para apoyar a Cuitláhuac en la guerra contra los invasores españoles y sus aliados indígenas. Y que, por eso, por ser sus amigos de carne y hueso de toda la vida y familiares entrañables, por eso —por esa relación viva— fue que no pudieron hacer otra cosa que atreverse a rescatarlo arriesgando —ellos, de entre todos— la vida; y se esforzaron subiendo y bajando cerros y recorriendo miles de kilómetros, vadeando ríos y evitando retenes militares, caminando de noche y descansando de día para cubrir en sombras la refulgente luminosidad de su acto de reciprocidad tan detestado y perseguido por los invasores.

Y ahí tienes que, siguiendo las indicaciones de tan singular y conmovedora tradición oral y escrita, en 1949 se logró encontrar una tumba del siglo XVI, en una iglesia del mismo siglo, conteniendo los restos de un joven alto y fornido cuando vivía, cuya complexión coincide con la descrita por testigos que lo conocieron. El hallazgo decide definitivamente el sí —así́ fue— que ya la singularidad de la tradición establecía formalmente como un “tuvo que ser así́”.

El secreto de la tradición de Ixcateopan estriba en afirmar que la mexicanidad consiste en este acto de reciprocidad fundamental: que su líder auténtico lo da todo por la soberanía, la libertad y la sobrevivencia de su pueblo; y su pueblo responde a su líder auténtico en la misma medida de donación absoluta: arriesga la vida por responder a su líder. Tal es la esencia de la mexicanidad.

De tal manera que ni el líder es auténtico y el pueblo pierde su autenticidad original si no realiza cada uno la parte del círculo de la reciprocidad que a cada uno corresponde. La soberanía sólo puede ser de ambos, pues es el logro del círculo completo como magnífico espectáculo para todos los pueblos y para el mismo pueblo que lo alcanzó.

Tal es el mensaje que comunica la tradición de Ixcateopan, siendo el medio a través del cual el antiguo pueblo mexica lega a todos los pueblos de la tierra esta verdad profunda y, en primer lugar, la lega a todos los mexicanos porque nos une una larga historia con el pueblo mexica y con los pueblos originarios en general de nuestro país. Historia en la cual hemos elegido el lado de la justicia, la defensa del caído, precisamente, por compartir con él la suerte impuesta por el invasor. Hemos elegido —sin renegar de las herencias españolas— el lado de la justicia. Tal y como la mayoría del pueblo español —si no sus élites— la elige. Sí, porque nosotros somos ese caído que se levantó con toda su humanidad para lograr su independencia. Y la conquistó codo con codo con todos los pobladores originarios de Anáhuac; precisamente aceptando el aludido mensaje fundamental de la mexicanidad.

Otros pueblos han legado al mundo, como el francés del siglo XVIII, su voluntad de libertad triunfante contra el Antiguo Régimen; o como el estadunidense del mismo siglo, su voluntad de independencia triunfante contra Inglaterra, nación imperial de entonces; o como el pueblo ruso durante la Segunda Guerra Mundial, su heroico triunfo militar sobre el invasor nazi de Stalingrado; o como el pueblo vietnamita, basándose en su cohesión comunitaria y su conciencia política nacional sabiamente dirigida por Ho Chi Minh, nos lega su soberbio por casi imposible triunfo militar contra el imperio estadunidense de sofisticada tecnología bélica y genocida. Mientras en el origen de la modernidad, en su aurora colonialista del siglo XVI, el pueblo mexica en lucha contra el invasor colonial español dio ejemplo triunfante de la realización de la reciprocidad política suprema, la que se verifica entre líder y pueblo, incluso en su tris más difícil, el de la derrota absoluta. Cuando, no obstante, el pueblo mexica siempre mantuvo reluciente el círculo áureo de su soberanía humana como fundamento y como fuente para que se renueve la lucha una y otra vez hasta lograr el triunfo definitivo. La esforzada carrera que ustedes, entrañables guerreros, hacen, rehace el camino de este vivificante y esperanzador legado para todos los pueblos contemporáneos de la Tierra.

Texto leído en la Plaza Manuel Tolsá ante los corredores que conmemoran la saga de los guerreros que hicieron el recorrido para llevar los restos de Cuauhtémoc a su pueblo natal.

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Jorge Veraza Urtuzuástegui, economista, maestro y doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Profesor de tiempo completo de la UAM-Iztapalapa, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I, VII Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2011 por Del reencuentro de Marx con América Latina, en la época de la degradación civilizatoria mundial. Entre sus obras destacan, además, Subsunción Real del Consumo Bajo el Capital. Dominación fisiológica y psicológica en la sociedad contemporánea (2008), Toda la obra de Sade puesta sobre sus pies (2019) y Critica del capitalismo y de la URSS hoy desde Karl Marx (A 150 años de la publicación del tomo I de El Capital. Crítica de la economía política) (2020).

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