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HAY QUE DARLE UN CHANCE A LA PAZ / 300

Conmemoramos con inmensa gratitud que hace 300 meses La Jornada se convirtió en la casa de Ojarasca

 

Como sugiere el poeta Jaime Sabines, el fin del mundo sucede todos los días, o puede suceder en cualquier momento. Que lo digan si no los millones y más millones de personas que en estos momentos huyen o viven bajo un estado de guerra sin eufemismos. México mismo vive una guerra sin nombre ni credenciales, ubicua, móvil, disfrazada de diversas cosas pero que se resume en el poder de las balas.

En su crónica de 1982, Sabines habla de un cataclismo, de una tragedia telúrica que hace 40 años trastocó para siempre las vidas de los zoques asentados tradicionalmente en las montañas del norte de Chiapas. En estos tiempos de irreparable cambio climático, que llega a ser destructivo y letal y que va en aumento, la Tierra misma nos enfrenta cada día con el fin de (algún) mundo.

En un presente atravesado por conflictos bélicos de algún tipo, terribles, tristísimos, la flamante guerra-invasión-espectáculo de Ucrania se convierte en epítome de “guerra”, lo real y las ficciones colectivas montadas por Occidente al unísono dejan un país destrozado, millares de muertos, millones de desplazados. Kiev como Aleppo, Gaza, Trípoli. Elevada mortandad y atrocidades en Yemen, Congo, Sudán, Myanmar. Descomposición mortífera en Colombia, México, El Salvador. La novedad es que el desafiante abuso de Rusia sobre Ucrania confrontó como nunca a las potencias nucleares y militares del planeta, estelarmente la OTAN, pero también Israel y China. Todos están en el juego. En ese sentido, sería la tercera guerra mundial, o la cuarta, ¿la última?

Los pueblos originarios de México van muy adelantados en su lucha por la paz. Pero exigen una paz sólida, con justicia, territorio, autodeterminación, respeto a la dignidad de las mujeres, las creencias, las lenguas. Una paz que incluya todos los ceses al fuego que sean necesarios, la reparación de los daños, el castigo penal a los autores intelectuales de la desgracia en Iguala la noche que desaparecieron 43 estudiantes de Ayotzinapa.

También la de Acteal (se llaman Zedillo & Co.), las incesantes masacres del narco, las balaceras paramilitares diarias y aterradoras sobre los tsotsiles de Aldama desde Chenalhó, en los Altos de Chiapas, los demasiados asesinatos de ambientalistas y periodistas.

Paz con justicia, dignidad y libertad. No una paz de palabras y desarrollo ajeno, sino la que se construye marchando, recuperando, produciendo, denunciando, organizándose, solidarizándose horizontalmente con todas las luchas que en el mundo demandan lo mismo y puede costarles la vida. Eso proponen los pueblos para resistir a los poderes que no los dejan en paz. Dicen “no” a la guerra. A cualquier guerra.

En las semanas recientes en Ojarasca perdimos a los queridos amigos, colegas y colaboradores Carlos Vicente, Francesca Gargallo, Alberto Gómez Pérez y Gustavo Esteva. Celebramos aquí sus enseñanzas.

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