CUANDO CAMINAN LOS PUEBLOS ORIGINARIOS / 302
¿Cuántas veces más veremos caminar a las comunidades indígenas desde sus lejanos parajes hasta la capital de la República para ser escuchadas? ¿Cuántas veces que el gobierno las ha escuchado, les ha prometido y no les ha cumplido? Han pasado 30 años de la Marcha por la Paz y los Derechos Humanos de los Pueblos Indios que salió de Palenque, Chiapas, en marzo de 1992 y llegó a la Ciudad de México en abril. Aunque la capital ya había visto a la Montaña de Guerrero pintar de rojo la avenida Juárez y Madero, fue la larga caminata de choles, tseltales y tsotsiles de la organización Xi’Nich (“Hormiga” en ch’ol) el primer campanazo nacional mero indígena de aquel fin de siglo, cuando tanto cambia[1]ría el escenario político de los pueblos originarios.
La marcha de Xi’Nich, escribió poco después Oscar Rodríguez Rivera, observador cercano y acompañante del proceso, “sentó precedente en la historia reciente de las luchas de los sectores empobrecidos de nuestro país y en la reflexión sobre el carácter de las luchas indígenas”. Destacó “la contundencia de su denuncia, la confluencia interétnica e interregional, la justeza de sus demandas sociales, la suma de sus pobrezas extremas, de las represiones sufridas y los malos tratos”. Además, “la cerrazón y falta de sensibilidad política y humana de las autoridades federales y estatales, hicieron de esta movilización un evento importante y esperanzador”. Las demandas específicas, añadía, así como “el proceso de lucha y su evolución, lo convirtieron en fuerza política; la etnia-clase se presentaba con capacidad convocadora amplia, y superaba viejos reduccionismos y pronósticos de absorción y desvanecimiento cultural”.
Al filo del año 2000, organizaciones fraternas del zapatismo volvieron a caminar mil trescientos kilómetros, en esa ocasión con destino a la Basílica de Guadalupe. Eugenio Bermejillo escribió en Ojarasca 42 que las diferencias entre la caminata de 1992 y la de 2000, también de Xi’Nich junto con Las Abejas de Acteal, “dan fe de lo que ha cambiado en el movimiento indígena: en 1992 se llevó ante funcionarios públicos una larguísima lista de peticiones (desde la denuncia de un registro civil racista, hasta la demanda de nuevas praxis agrarias y políticas sociales efectivas)”. Ahora se presentarían ante la Virgen de Guadalupe “demandas netamente políticas”. Así las resumieron: “Vamos al Tepeyac a pedirle a La Señora de Guadalupe, Nuestra Madre del Cerro, que nos alcance del Dios la bendición y la justicia que nos tiene prometida. Vamos a pedirle que se haga justicia. Que desaparezcan los grupos paramilitares. Que el Ejército federal se retire de las comunidades. Que se respeten y se cumplan los Acuerdos de San Andrés. Que se reconozca en la Constitución y en las leyes mexicanas nuestra existencia, nuestra dignidad y nuestros derechos colectivos. Que llegue la paz a nuestras tierras. Que desaparezca toda forma de discriminación en nuestros pueblos”.
También desde Chiapas, sonaría con fuerza el “Ya basta” zapatista en 1994. De alguna manera, obedecía al incumplimiento de lo acordado con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari con los pueblos de Chiapas al calor del Quinto Centenario. Nada volvería a ser igual. La siguiente gran marcha (no caminata) sería la Marcha del Color de la Tierra en 2001, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena llevaron al Zócalo y al Congreso de la Unión sus muy estructuradas demandas, que implicaban el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés firmados, y deshonrados inmediatamente, por el gobierno de Ernesto Zedillo en 1996.
En 2022 son pueblos wixaritari del norte de Jalisco los que anduvieron cerca de mil kilómetros para llegar al santuario guadalupano de la Villa y a la Plaza de la Constitución en la CDMX para tocar a la puerta del Palacio Nacional y presentar sus exigencias, ampliamente documentadas en este número de Ojarasca. Primero no y luego sí les abrieron las puertas, y el presidente Andrés Manuel López Obrador recibió las peticiones, se retrató con los representantes wixárika y se comprometió a cumplir, a pesar de que las autoridades de Nayarit se niegan y las de Jalisco nomás chiflan en la loma.
En estos 30 años la voz indígena no ha cesado de proclamar con dignidad la justeza de sus demandas. Los sucesivos gobiernos se caracterizaron por prometer, cumplir a medias o para nada su palabra hueca. Los pueblos saben que el cumplimiento gubernamental se da raramente y muy apenitas en el mejor de los casos. ¿Será distinto esta vez?.