AGUAS Y LENGUAS / 305
Entre lo mucho de la naturaleza que hoy se encuentra amenazado, incluyendo a la humanidad, elementos indispensables para nuestra vida son el agua potable y las lenguas, dos vitalidades tan diversas como iguales: agua para beber e irrigar, idiomas que determinan pensamientos y existencias específicas.
Los recursos hídricos de los pueblos, suerte de territorios en movimiento, acusan daños graves en la actualidad. Ríos, lagos y manantiales (de los mares mejor no hablamos) sufren presiones extractivas que rayan en lo suicida o genocida. Lo registran las noticias, cada día más alarmantes en México y el mundo. Sequías e inundaciones son producto del abuso humano: la minería, las industrias, la urbanización clasista y desenfrenada, la generación de energía, la privatización mercantil del líquido, además de su desperdicio irresponsable, van perfilando la disputa por el agua como la principal causa de conflictos sociales y guerras en el siglo XXI, que bien podría ser el último de nuestra especie si no se frenan tales abusos.
En cuanto a las lenguas, México experimenta una singular paradoja. Cultivadas como nunca con fines literarios y educativos, enfrentan un riesgo de extinción que en varias de ellas parece inminente.
Aún tenemos cerca de 70 idiomas originarios y numerosos dialectos, algunos con expresión poética, narrativa y musical sin precedente. Pero según confirman las estadísticas y atestiguan tanto los estudiosos como los propios escritores, hoy resienten al extremo los siglos de desprecio colonialista, al grado de hacer de los propios indígenas usuarios vergonzantes de sus lenguas, lo cual va desvaneciendo el acervo verbal que todavía anima la cultura y las mentalidades nacionales.
En el corazón de todas las resistencias populares late la urgencia por mantener las corrientes del agua y la palabra diversa. De su limpio fluir depende nuestro futuro, algo que, discursos más, discursos menos, los poderes reales no consideran prioritario. Las políticas ambientales y educativas abonan o mal combaten el despojo territorial. El genocidio cultural disfrazado de desarrollo apunta en dirección opuesta al libre fluir de los ríos y las palabras verdaderas. La lucha por cuidar y conservar sus torrentes sigue y sigue y sigue.