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CALENDARIOS ANTIGUOS, CICLOS ARTICULADOS

ANA MATÍAS RENDÓN

Existe una tendencia a conocer los calendarios antiguos, para darles una continuidad e incluso para empatarlos con el calendario gregoriano. Los esfuerzos han sido y son loables. Pero, más allá de los datos matemáticos y las fechas como columnas inamovibles, hay que revirar sobre los contextos históricos, sociales, simbólicos y cotidianos. Y es que se trata de ver el mundo, entender el universo, con otros ojos, ampliar nuestros conocimientos y evitar los prejuicios. He aquí el punto crucial, porque, aunque se piense que vivimos el mismo cosmos, aunque pensemos que se trata de la misma tierra, le damos un sentido diferente de acuerdo con nuestra cultura y sociedad. Aún más, ¿cómo podemos empatar conocimientos disímiles?

En las pesquisas interpretativas sobre los distintos calendarios, existen un par de inquietudes que no deberíamos dejar pasar: la desarticulación de los calendarios antiguos para ser estudiados de manera fragmentada, tal cual lo hacemos en la escuela o la academia cuando queremos conocer algo, dividiéndolo para entender una pequeña parte.

El calendario, lo vemos como si fueran dos: el calendario civil o agrario de 365 días (18 meses de 20 días cada uno, más los días aciagos), y el calendario ritual o adivinatorio de 260 días (13 numerales combinados con los días, algunos le llaman semanas). En realidad, es un solo calendario de dos ciclos articulados. Además de que cada pueblo, cada uno, tenía su propia cuenta, por lo que este calendario comprendía tantas variaciones como pueblos existían. Esto, sin tomar en cuenta otras diferenciaciones, como es el caso de los pueblos zapotecos, cuya medición estaba basada en el número 65, no en el 73 como el resto.

Esta forma de mirar cambia la manera de relacionarnos con los conocimientos antiguos, como sus implicaciones en nuestros saberes actuales. Articular los dos ciclos para formar el calendario antiguo nos arrastra a comprender un mundo más complejo, sobre todo a esforzarnos para entender otra episteme, como decimos en filosofía, porque ya no se trata sólo de empatar calendarios (primero, entre los que son productos de las comunidades, luego con el calendario gregoriano de 365 días), tratando de hacerlos encajar en nuestras ambiciones. Somos nosotros los que debemos cambiar nuestra dinámica de aprendizaje, descolocarnos.

Si separamos los calendarios, estaremos impedidos para vislumbrar toda la gama de respuestas que nos brindan; para interpretarlos, hay que centrarnos en los simbolismos culturales y la lengua, pues es ésta la que nos permite abrir la puerta. Para entender una lengua o, por lo menos, sólo un concepto, es necesario ir a sus entrañas y, para ello, requerimos comprender los símbolos culturales y perseguir las transformaciones de sentido, como los efectos de los cambios sociohistóricos, políticos y económicos. Si esto parece poco, hay que sumarle la respectiva alteración del medio ambiente, es decir, la Naturaleza y la Tierra, como el Universo, que influyen en las propias concepciones.

La forma de conocer no se limita a los grados escolares, por el contrario, los sobrepasa. Lo sabemos, cuando atendemos a la experiencia y la práctica como parte del conocimiento. Si bien en los países nacionales esto se observa de manera jerarquizada, en los pueblos, sobre todo los antiguos, era de manera relacionada.

Pero esto último se desecha, porque en cuanto se lee o se escucha que el universo estaba (está) dividido en cuatro (ocho, dieciséis, treinta y dos) partes, en horizontal y vertical, con sus respectivas triadas (horizontal y vertical) que, a su vez, tienen 13 y 9 partes (caso nahua, lo cual se diferencia con el maya), o bien, que, aunque podemos hablar del calendario mixe o calendario zapoteco, en realidad estamos hablando de calendarios mixes y calendarios zapotecos (todo en plural), entonces se va reduciendo todo a quimeras, fantasías y adivinaciones por la falta de capacidad para dejar nuestro plano epistémico y movernos en la multiplicidad.

Los calendarios registraban los conocimientos astronómicos, regulaban la vida administrativa, civil, religiosa, agraria, pero también nos mostraban los simbolismos de la cultura, la forma en cómo todo se relacionaba: Universo, pueblo, persona. Si en Occidente aprendimos a mirar el universo a partir del antropocentrismo (el hombre es el centro del universo, dios creó el universo para él, el hombre es quien tiene uso de razón, etcétera), en los pueblos hay que girar para ver que la “persona” (no el hombre) es consecuencia del Universo, por lo que su centralismo es un equívoco.

Además de que, lejos de partir del pensamiento dual (binarismo y dialéctica) para conocer, la dualidad se asume inherente e inevitablemente como parte del todo, es más, es multiplicidad: lo uno, es dos, dos siempre es cuatro, lo cual se vuelve ocho y así sucesivamente. La forma de pensar también nos condiciona, por ello, pensar en/por/para/a través de la multiplicidad es un gran reto. Sólo que en los pueblos está de facto, pues la diferencia es lo común, y no la filosofía de la unidad (lo único e indivisible), que es la que impera en los países del Estado-nación.

Para equiparar conocimientos, debemos hacer a un lado una sociedad matemática o que se basa puramente en las mediciones y el progreso, para afirmar otra manera de conocer, adentrarnos en otras metodologías, en otros caminos, pues no se trata de uno solo, menos cuando asistimos a una pluralidad cultural y lingüística. Así que equiparar conocimientos no se limita a una parte proporcional, sino a una red compleja de expresión de saberes.

Al revisar un calendario antiguo, debemos atenderlo como dos ciclos articulados, que también podríamos ver como tres círculos (numerales, días o soles, meses) que componen dos ciclos articulados, no como dos calendarios diferenciados (civil y adivinatorio) y, para tal fin, centrarnos en lo que nos dice el pueblo en particular. En caso de que seamos parte de este pueblo, también escuchar a nuestros antecesores, despojándonos de los sesgos aprendidos fuera de la comunidad.

Ahora, con las burlas y muestra del racismo en las redes sociales contra los saberes y conocimientos, sobre todo, ante las tentativas del Conacyt de poner a la ciencia y medicina de los pueblos en el mismo nivel que las disciplinas académicas, vemos cómo la clase intelectual del país, realizando posgrados, piensa que éstos, si existen, sólo deben circunscribirse a sus territorios, cuando no erradicarlos lo más pronto posible. Si son incapaces de profundizar en otros conocimientos para entenderlos, no podemos esperar más de la clase política. En cuanto a la sociedad sin preparación académica, no las debemos poner en el nivel de estos grupos, pues muchos provienen o tienen orígenes en las comunidades indígenas, sin embargo, podemos notar en sus formas expresivas que, si bien están abiertos a escuchar y entender, requieren de más herramientas para empatar los conocimientos. Por lo pronto, pondré en duda las intenciones gubernamentales, puesto que, por un lado, se habla de respeto a estos saberes y, por otro, se despoja a las comunidades del territorio.

¿Los conocimientos astronómicos de los pueblos pueden contribuir al conocimiento universal? Claro que sí, pero están velados por un lenguaje de difícil acceso y por un tiempo que ha borrado algunas huellas, sin embargo, aún siguen aquí, como si fueran parte de un rompecabezas que espera a ser armado, a que aprendamos cómo interpretar los conocimientos de sociedades disímiles.

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Ana Matías Rendón es autora de los libros Espacio-Tiempo Mixe y La discursividad indígena, además de los ensayos “Contrastes de tiempos inconexos y simultáneos”, “El registro del espacio-tiempo mixe y su (re)inicio”, “Wallmapu: espacio- tiempo mapuche”, entre otros. En su blog personal tiene algunas notas de divulgación sobre el tema: https://anamatiasrendon.com/

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