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ETERNAMENTE

MARÍA ELIZABETH SANDOVAL BRUNETE

Ella tomaba mi mano mientras los primeros rayos del sol tocaban las puntas de las montañas, frente a nuestros ojos la luz de un nuevo día golpeaba fuertemente a la intensidad de su mirada, no había duda, yo ya estaba perdido. Ella tenía todo de mí, podía pedirme lo que quisiera y yo se lo daría por verla sonreír como lo hacía ahora. En cuanto del cielo comenzaron a irse las estrellas, ella me dejó ahí, como todas las veces, solo. Me quedé cabizbajo pensando en cómo podía retenerla conmigo para toda la vida, y no pasó mucho tiempo hasta que comencé a caminar hacia mi trabajo, claro sin una respuesta; confieso que no me sentía cansado pues estar con ella era reconfortante.

El día transcurría lento, sólo deseaba verla otra vez, llegué a mi hogar y mis padres hablaban de lo que por las noches atormentaba al pueblo, esa bruja había vuelto y se estaba llevando a los bebés, les estaba arrancando la vida con sus labios, escuché por un rato cómo mi padre furioso le decía a mi mamá:

–Tenemos que matarla, no podemos dejar que acabe con nosotros, la cazaré, lo juro.

No pregunté nada, sólo cené con ellos y me fui a dormir un rato. Tendría que salir a verla de nuevo, allá en donde nadie más pudiera vernos, salí muy rápido antes de que mis padres despertaran o que uno de mis perros me siguiera, pues a ella le daban mucho miedo. Silenciosamente llegué hasta donde ella estaba, su largo cabello era lo primero que alcanzaba a ver, veía con preocupación el sendero y me atreví a preguntarle qué le sucedía, pero no obtuve respuesta, ella sólo se apegó a mi hombro a llorar fuertemente, la intenté reconfortar con un abrazo y poco a poco las lágrimas fueron abandonando su rostro. Ella habló y me dijo que me quería, pero que sus padres planeaban alejarla de mí, me asusté, pues no podía pensar. Ella era mi vida y estaba claro que yo sin ella no me veía.

Pasé mi brazo por sus hombros y traté de transmitir con un abrazo, seguridad, quería que ella supiera que estaríamos bien, que íbamos a encontrar una solución; después de un rato le propuse que nos fuéramos lejos a donde ella quisiera, su rostro se suavizó y enseguida me regaló una bella sonrisa, de esas que no necesitan ser acompañadas por una palabra para entenderlas pues sabía que ella estaba dispuesta a irse conmigo, me apresuré a diseñar un plan, le propuse irnos el viernes por la madrugada después de que sus padres salieran a vender su cosecha, ella sólo asentía, por lo que no me resistí más y la dejé allí con mil preguntas aún sobre nuestra huida.

Ya en la madrugada del viernes pasaban los minutos y ella no aparecía, me preocupé un poco, tal vez ella ya se había arrepentido o peor aún sus padres ya se habían enterado. Pronto comenzaría a pasar más gente y ya no podríamos irnos juntos, miré el sendero por donde aparecería, pero ella no estaba. Caminé con la idea de encontrarla y así ahorrar tiempo. Pero de pronto comencé a escuchar muchas voces, murmullos, era mucha gente hablando, algunas gritaban así que apresuré el paso, giré y me encontré con todo el pueblo furioso, con antorchas vivas en fuego, machetes muy afilados y gente que gritaba molesta.

Pasé mi vista por toda la gente de mi alrededor, tal vez ella estaba entretenida con esto, giré y giré hasta que mis ojos se encontraron con los suyos, pero sin ese brillo que los acompañaban el día anterior, estaban nublados, llenos de furia como si me odiara, me paralicé y mis ojos no podía observar tal cosa, ella estaba en medio de todos amarrada salvajemente con su vestido blanco ya desgarrado y mi padre sostenía esa cuerda que la lastimaba, corrí hacía ella pero ella me veía indiferente, grité que la soltaran. Sin embargo, sólo recibí de mi padre una fuerte bofetada, me gritó y yo seguía sin entender qué pasaba. Aun con todos en mi contra luché por estar cerca de ella, me tiré al suelo y tomé su rostro con mis dos manos, miré sus ojos y supe al instante que ella era la bruja, era la causante de todas esas muertes. Mi vista se nubló, pero no me alejé de ella, me había mentido, pero yo la amaba y le había entregado todo, la gente me veía con desprecio, pero ninguna mirada igualaba a la suya, por un instante pensé que me pediría ayuda, pero jamás lo hizo, entonces comprendí que ella pensaba que yo la había entregado. Me acerqué un poco más a ella y traté de asegurarle lo contrario, pero entonces mi padre me tomó de mis brazos y con ayuda de otros dos hombres me alejaron de ella, la miré, grité con todas mis fuerzas, luché para ayudarla. Pero ya era tarde, mi padre ya la había dejado frente al fuego.

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María Elizabeth Sandoval Brunete estudia Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural del Estado de Puebla.

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