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MÁS QUE UN LEGADO. NUEVA NARRATIVA POBLANA

MARÍA ELIZABETH SANDOVAL BRUNETE

Subrayaba en mi calendario la fecha del tres de mayo, mientras recibía regaños por parte de mi madre por no apresurarme. Mi vestido blanco aún estaba impecable, pero ella insistía en que si seguía corriendo lo ensuciaría, así que me senté y vi cómo mi mamá alistaba todo para irnos. Sería un día largo, de eso estaba segura. Entró mi papá con la cruz que mi abuelo había estado haciendo días antes, recuerdo que lo estuve viendo desde que llegó con un pequeño tronco y lo sacaba al sol para que se secara, todos los días era lo mismo, hasta que un día le quitó la cáscara y con sus herramientas le daba la forma que él quería.

Me acerqué a la mesa a observar lo que mi papá hacía, tenía sobre la mesa las flores que por la mañana habíamos recogido de camino a traer agua, tomé una hortensia y le daba vueltas con mis dos manos, era divertido, su frescura hacía que girara y se extendiera. Enseguida mi padre se dio cuenta y me dijo que no jugara con las flores, que eran una ofrenda para la tierra, para que cuando nos tocara sembrar maíz, estuviera contenta y nos diera buenas cosechas. Me dejó ayudarlo, pusimos todas las flores y listones para que se viera inmensa. Me dio la cruz, y con ambas manos la sostuve mientras él ponía en el centro la cera que llevaríamos a la iglesia.

El sonido de algo cayendo me hizo voltear la cabeza rápidamente, dejé la cruz en un lugar seguro y a pasos apresurados llegué a la cocina, donde estaba mi mamá frente a la mesa con un montón de semillas. Acomodaba en una canasta todo, las semillas eran de varios colores: blanco, negro, amarillo, morado. Ponía montoncitos de maíz, frijol y calabaza, que había estado eligiendo en los días anteriores. Luego se acercó al altar en donde se encontraba un incensario, copal, velas y una botella con agua bendita, tomó unas cuantas flores para adornar. Y salió rápidamente, llamándome para que me diera prisa. La seguí, mi papá y mis hermanos ya nos esperaban.

Salimos con comida que había preparado mi mama en la mañana, las flores, semillas y la cruz que ofreceríamos a la tierra. Nos dirigimos al pequeño cerrito, aquel al que siempre se acostumbraba a ir. Llegamos al camino en el que podías respirar la fragancia de los ocotes, y sentías la frialdad de la brisa, pues incluso si mirabas hacia arriba era difícil ver el cielo, los árboles no te lo permitían. Subimos y comencé a escuchar a los pajarillos, a las personas, seguí el paso y para cuando llegamos a la parte más alta me di cuenta de que no éramos los únicos, todo el pueblo estaba ahí, se escuchaban cuetes, estallido tras estallido, pero no paraba pues tan pronto como me di la vuelta los señores comenzaron a tocar un son, de esos que sólo se bailan en las ocasiones especiales. El cura invitó a todos a acercarse, nos formamos en grandes hileras, pronto mi vista era obstruida por las personas, así que me pasé a la parte de enfrente para poder ver mejor. El cura tomó agua bendita e invitó a los demás a pasar, rociaba agua encima de las flores, de la cera, del maíz y las pequeñas cruces, mientras rezaba en voz alta y todos lo seguíamos en voz baja. En cuanto terminó, la gente comenzó a sacar su comida y compartían entre ellos muy felices lo que llevaban, las risas eran inigualables, los bailes eran apasionados, el cielo no tardó mucho en comenzar a nublarse, las personas se despidieron entre abrazos y buenos deseos. Mi padre se acercó a nosotros para informarnos que era hora de irnos, caminamos de regreso, aún con las semillas y la cruz.

Llegamos a donde la tierra estaba esperando para ser sembrada, mi padre se acercó al centro del terreno y colocó la cruz, nos acercamos para regar un poco de agua bendita en la tierra y poner las flores. Ahora ya podíamos sembrar la tierra, estaba muy feliz, ya que tendríamos buenas cosechas. Entonces mi mamá me tomó de las manos, me miró fijamente y se acercó a mí para decirme que eran tradiciones que no se tenían que perder, que ese era mi legado; y en ese momento abrí los ojos, pero estaba sola.

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MARÍA ELIZABETH SANDOVAL BRUNETE, originaria de Tepeixco, Zacatlán, Puebla. Actualmente cursa la Licenciatura en Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural del Estado de Puebla.

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