CHERÁN EN TRES LIBROS Y UNA ÚLTIMA CONVERSA / 309
En febrero de 2020, un grupo de familiares, amigas y amigos, visitamos Cherán, esa comunidad que logró defender su monte, su bosque, sus veneros, pero sobre todo su modo de nombrarlo todo para reconocer lo que la comunidad es, sin miedo y sin zozobra. Su lucha la llevó a cerrar su comunidad durante siete-ocho meses tras los cuales, el 2 de noviembre de 2011, la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación reconoció “sus formas autónomas de organizarse basadas en usos y costumbres”.
Ese febrero, fue la última vez que vimos a Salvador Torres Tomás, un modesto comunero, fallecido un año después, en febrero de 2021. Amigo y compañero inseparable de don Juan Chávez Alonso, junto con Federico Ortiz promovieron el primer auge del Congreso Nacional Indígena y los procesos autogestionarios de la región Centro-Pacífico, en Cherán, en Nurío y en toda la Meseta Purhépecha. Esa última conversa con Chava, ya don Juan había partido años antes, nos dejó la convicción de que algo muy profundo ocurría de mucho tiempo en Cherán, que tiene que ver con su comprensión del lenguaje.
Para Salvador y para Jesús Ángel Pedroza, otro compañero muy importante en la reconstitución ocurrida en Cherán, era crucial poder reconocerse plenamente en los parajes donde habitamos y, para lograrlo, es muy importante recuperar las historias de tales parajes. Así, las llamadas toponimias implicaban “habitar lo que podemos nombrar: cerros, plantas, arroyos, cañadas, porque como seres simbólicos que somos, habitamos espacios simbólicos. Por eso a los recién nacidos se les pone una crucecita en la frente y se les lleva al monte a presentar. Si no se hace eso, ese niño, esa niña, se altera porque le afecta estar ‘en lo desconocido’”. Y decía Jesús: “nombrar es acercar, es familiarizarnos”.
Salvador estuvo siempre promoviendo “el jalón de los pueblos, de la gente, sobre el entorno general de pasmo. Es la misma gente la que nos muestra el camino. Es dejar de tener vergüenza por hablar purhépecha y no hablar español, y en cambio comenzar, crecer, la idea de que tenemos que desatar las palabras —para que vayan y vengan. Eso son las asambleas, ésas han sido las fogatas tan importantes en todo el proceso de autodeterminación de Cherán: desatar las palabras, sólo así las palabras nos reconocen”.
Jesús y Salvador juntaron un libro que nos encamina a estos pensamientos, desde la poesía y las ilustraciones. Así surge Kuínkakatsï. El que desata las palabras (Editorial Morevalladolid, 2017). Ahí dicen: “¿Cómo sabe uno nombrar las montañas, los llanos, los árboles y los seres vivos? Como nos enseñaron los abuelos, los grandes: escuchando, escuchándolos. Y de la misma forma nos nombraron a nosotros también”.
En el libro, aunque no de modo explícito, nos hablan de la necesidad de lo mutual, del diálogo, desatando la palabra, aguzando la atención, la escucha, si hemos de reconstituirnos. Si hemos de poder habitar ese espacio simbólico que es el mentado territorio. “Y equilibrar la vida que transcurre entre los árboles, con los seres del bosque, y entre los cerros y los llanos, desatando las palabras como el águila, el colibrí, el perro, el grullo, la tuza o el tecolote, pero también la alborada, la suerte, el señor sol, el ojo de agua, el augurio, la llamada, la espera, el baile, el caminar solo, el sueño, el beso…”. En sus breves poemas recrean el vastísimo universo cheraní, junto con las pinturas de Ángel Pahuamba, Javier Rafael, Batel y Ariel Pañeda, Alain Silva, Uriel Sánchez, Francisco Huaroco, Giovanni Fabián.
Esa vez, Salvador comenzó a hilar las determinantes razones que impulsaron a Cherán a tomar el paso decisivo que habría de abrirles el horizonte en el que habitan ahora. Como diría E. P. Thompson, los pueblos se movilizan y se rebelan cuando la vida deja de tener sentido. Sería como decir, cuando te roban ese sentido que nos da nombrarnos y renombrarnos mutuamente, para no estar en “lo desconocido”.
Insistió entonces en frenar “la permanente tentativa de fuera por predar la tierra, el bosque, el agua. Siempre están en el asedio. Ya nuestros antepasados remotos tenían que buscar los límites”.
Para revalorar esos cuidados la gente de Cherán ha emprendido recuperaciones históricas muy importantes, como la que llevaron a cabo integrantes del Consejo de Jóvenes con la colaboración de estudiantes y profesores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en un libro que suponemos circula por canales insospechados para hilar las palabras, y desatarlas. Las luchas de Cherán desde la memoria de los jóvenes (Cherán Ireteri Juramukua, Cherán K’eri, 2021) reúne a tres generaciones de habitantes y protagonistas de los procesos de liberación de la comunidad, y al rejuntar las palabras pone en presente tres momentos cruciales en la historia cheraní, como son el llamado “zafarrancho” de 1976, el movimiento cívico electoral de 1988 y el levantamiento comunitario autonomista de 2011.
Desde 2011 Cherán vive un proceso de consolidación de la autonomía, lograda tras la expulsión de la gente que había trastocado los sentidos más profundos de la vida en Cherán, y gracias al “proceso legal de reconocimiento de su derecho a gobernarse por usos y costumbres”. El Consejo de Jóvenes es parte de las estructuras del gobierno comunal, elegido democráticamente “por votación a mano alzada en las asambleas de los cuatro barrios” que configuran San Francisco Cherán. Según dice el propio Consejo, “se entiende por autonomía que los habitantes del pueblo elijan a sus gobernantes y participen activamente en la toma de decisiones sobre su territorio y sus recursos en beneficio de todo el pueblo y no de un grupo o de una familia, para lo cual se disponen de asambleas barriales y una asamblea general”. En ese impulso, el libro es una investigación basada en entrevistar a las varias generaciones que atravesaron estos episodios cruciales en el advenimiento desde este tiempo nuevo. Las personas que rememoran fueron nombrando eso de lo que el propio Cherán va adquiriendo conciencia conforme avanzan los años en que pueden configurar y reconfigurar su historia y su propio destino, su propio futuro.
Sin querer obviar los dos primeros grandes episodios, el horizonte de este texto nos obliga a centrarnos en el proceso que lleva a El Levantamiento y que nos conduce al presente. Dice Mario Camarena Ocampo, quien colaboró cercanamente en la factura del libro:
Las familias de Cherán, veían desde muchos años atrás cómo sus bosques eran arrasados por el crimen organizado (a quienes llaman Los Malos). Llegó el momento, en 2011, en que el agravio se hizo insoportable, por lo que tomaron la decisión de combatir a los talamontes. Los jóvenes participaron al lado de sus familias, fueron parte de El Levantamiento. Se unieron a las diferentes modalidades de lucha: formaron parte de las fogatas en las que se reflexionaba, de las barricadas que se defendían; de las asambleas que decidían, de las marchas que protestaban, de la ronda que vigilaba y de los bloqueos que frenaban a los criminales.
No obstante que las mujeres participaron plenamente de principio a fin, y que hay propuestas comunitarias muy bonitas de promover la “complementariedad” que hermane o mutualice la participación entre hombres y mujeres en la representación, la lucha por la emancipación y el reconocimiento de la crucial y vital presencia y participación de las mujeres sigue siendo un punto álgido que debe ser atendido con mayor profundidad y respeto. El libro recupera ejemplos donde “el machismo y los valores introyectados dentro de la comunidad se vio reflejado en las fuertes críticas hacia nosotras que continuaron con el movimiento cuando desafiamos nuestro lugar en la familia al salir de casa, e incluso nuestro lugar en la comunidad al salir de ella y conocer los procesos de lucha de otras comunidades vinculadas con movimientos sociales”.
La tesis del libro reconoce que sin la memoria de los jóvenes no se entiende la lucha ni la dirección que toma, pero la juventud la encarnan diferentes generaciones que ahora son grandes. Y tal vez eso es lo que hay que cultivar: que la memoria viva siempre sea joven, al mismo tiempo siendo siempre vieja. Por supuesto el libro reivindica el papel de las mujeres, quienes fueron y son cruciales en todo lo que ha ocurrido de 2011 a la fecha. Dicen en el libro: “Fue una impresión muy grande ver que la defensa la comenzaron las mujeres, una vez que ingresaron los talamontes a la comunidad para dirigirse al ojo de agua donde empezaban a talar los árboles”. Y el libro abunda en el relato de lo ocurrido y cómo fueron cruciales las mujeres no sólo para la organización, o la cocina y la logística, sino en la lucha misma. “El enfrentamiento se tornó violento y las camionetas se les fueron encima, pero la lucha no desistió hasta que logramos detener a los talamontes y quemar sus carros”. Pese al miedo y la angustia, ver cómo se juntaba la gente y lograba sacudir a quienes les habían oprimido y violentado, fue reconfigurando el futuro de todo el pueblo. Toda la participación de “chavitos y chavitas” que sacaron su valentía para participar en todo el hilo del proceso, incluido el colaborar en el proceso de formación en las fogatas, porque las clases se habían suspendido. Salvador sigue su propia voz y las nuestras:
Nosotros somos los guardianes y ya estamos restaurando nuestros bienes forestales. Tenemos que volver al aprovechamiento tradicional del bosque. Un aprovechamiento local, de los vecinos, donde se cuide al tiempo de aprovechar. Si en un territorio hay reservas y alimentos se puede empujar una producción propia, colectiva. Tenemos que abandonar la lógica del capitalismo sin dejar de producir, y que eso sirva para conservar el bosque. Tenemos que trabajar nuestro territorio. No podemos quedarnos en seguir con un aserradero o un vivero que nos hacen pensar que no hemos cambiado nada, porque los modos de producir siguen iguales, aunque estén en nuestras manos. Tenemos que ver el problema integral, y no sólo nuestros puntos de vista desde nuestro rincón. No es sólo que la producción cambie de manos sino que cuestionemos los modos en que producimos, el por qué producimos de modo industrial. La deforestación o la devastación de las tierras que llaman “ociosas” es grave porque entonces ya no puede haber recolección ni caza porque ya no hay liebre, ni venado, ni hongos, ni bayas. Por eso tenemos que recuperar la importancia de nuestros territorios. Ya también está muy disminuido el espacio ganadero natural, antes en cualquier espacio había milpa, pero ahora están en la avena, el forraje, en el brócoli. El pensamiento industrial nos agarra y nos hace creer lo que no. Y claro, la deseperación se nos impone y entonces la migración. Pues si aquí la gente gana 18 mil pesos en un año, allá eso lo juntas en un mes. Entonces es cuando el pensamiento de lo que somos nos lo imponen. Pero éste no es un momento bueno para desanimarnos.
El más reciente e imaginativo recuento de la historia de Cherán y todas estas discusiones es Las raíces del despojo. Historias y memorias de Cherán y su bosque (Fonca, 2022), de Daniela Rico Straffon y Edgars Martínez Navarrete, con preciosistas ilustraciones de María José Rico Straffon y Rafael Acedo Gutiérrez. Las raíces del despojo hace una historia puntual del significado de largo plazo que tiene la lucha de Cherán y el logro de la misma frente al advenimiento de la agricultura industrial, los nuevos medios de transporte, la promoción de mercancías de exportación y las condiciones de expoliación y devastación de extensas regiones. (Más la inmiscusión en la fórmula de un crimen organizado que no es sino una manera explícita de ejercer las formas de sumisión, explotación y control de los mercados que el capitalismo ha ejercido desde que tuvo su primer auge en el mundo.)
El ferrocarril “permitió cargar y mover enorme cantidad de peso a gran velocidad. Fue un invento que modificó sin retorno la medida del tiempo”, es decir, “apresuró el ritmo al que se podía extraer las materias primas, como la madera. A ese cambio le llamaron modernidad”.
De los aprovechamientos del oyamel para carbón, leña, tejamanil y vigas para construir trojes se pasó a la depredación masiva de madera para venderla, y luego al devastador negocio de abrirle terreno a las plantaciones. Destruir para lucrar, sin entender que eso no deja la posibilidad de continuar, salvo que se muden a otra parte a seguir la destrucción.
El advenimiento del monocultivo del aguacate coincidió con la popularización de las motosierras, que de nuevo multiplicaron el ritmo de derrumbamiento de bosques enteros. Ese cultivo implica también una desmedida desproporción en el desgaste del agua y suelos, en el clareo de árboles para las cajas de empaque y para la instalación misma de las plantaciones.
Como sabemos, el crimen organizado ha lucrado con estos esquemas, y sabemos que cualquier modo delincuencial está prohijado por el capital mismo y sus tratados de libre comercio.
Recontando la historia de nuevo, la situación se extremó al punto en que la comunidad no tuvo otra que expulsar a los delincuentes y comenzar un proceso de conversación propia, de defensa común.
Decenas de voluntarios de los cuatro barrios del pueblo organizaron grupos de vigilancia, una estructura de seguridad que poco a poco se convertiría en la Ronda Comunitaria y en el equipo de Guardabosques. Las familias que durante años habían vivido en el terror de pisar las calles, ahora se reunían con sus vecinos en cada esquina del pueblo alrededor de fogatas (las parankuas). El fuego de las cocinas salió al espacio público y con él también las mujeres [aunque como hemos visto, no sólo ahí]. Las fogatas se convirtieron en los principales puntos de reunión, información y discusión pública. Entre humos y llamas se delinearon las primeras luces del proyecto autonómico y se definieron acciones en torno a la seguridad, la alimentación y la reforestación.
Por eso volvemos una y otra vez a la memoria de Salvador Torres, que modesta y casi invisiblemente, colaboró con imaginar, impulsar, habitar y nombrar —junto con otras muchas personas— ese proyecto que hoy arropa a Cherán. Él nos dijo aquella última vez:
No podemos perder la posibilidad de decir: yo no le trabajo a ese rico. Debemos defender la conciencia de ser nosotros. Es muy difícil emprender tantas defensas a la vez. Yo tengo muchos errores, pero busco cómo vivir dignamente. Defender nuestra conciencia. Por eso, pienso que hay que producir nuestros propios alimentos, tener salud, no enfermarnos. Aquí veo muy temprano en las mañanas a los padres con los niños: qué preparación, qué son los buenos trabajos. No podemos depender de las farmacias ni de las industrias. Tanto movimiento que hay en el mundo y en cada camino hay un Oxxo y las tiendas se vacean cuando pasamos. Si les seguimos comprando, trabajamos para ellos.