¿VIVIR? — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Escritura / ¿VIVIR?

¿VIVIR?

MARÍA ELIZABETH SANDOVAL BRUNETE

Alguna vez leí sobre la muerte, sobre lo aterradora que llegaba a ser para algunos. Había escuchado que tenías que aprovechar cada uno de tus días como si fuera el último. Y eso también pensaba, creía que teníamos que vivir al máximo, o al menos hasta que logré verlo todo…

–¡José!, ven rápido que ya casi nos vamos.

Abrí rápidamente los ojos, ahora sí ya estaba enojado. Mi padre gritaba furioso desde el patio, seguramente ya sólo estaba llenando su pequeño cántaro.

Así que, con mucho trabajo logré abrir los ojos. El frío de la mañana me hizo abrazar mis flacos brazos. Me puse los zapatos, tomé mi sombrero y salí a encontrarme con él. Ni siquiera me miró, de nuevo los gallos estaban comenzando a cantar. Aún era muy temprano. Nos apresuramos a alimentar a los animales y después de comer algo salimos al terreno para trabajar.

Lo que alguna vez fue una verde milpa ahora sólo era una caña seca, con un montón de chayoquelite que brotaba de la tierra. Mi padre estaba molesto, desde hace unos días no paraba de decir que la cosecha había bajado, que cada año la producción era menor, pero nosotros seguíamos trabajando como todos los años y, a decir verdad, yo tampoco lo entendía. Sin embargo, hacía lo posible por ayudarlo. Después de estar un rato cortando y apilando el zacate sobre las ramas que habíamos cortado el día anterior, me detuve en seco al escuchar ese sonido.

Aquella motosierra sonaba tan cerca que me estremecí, ¿cómo era posible?, ellos ya habían llegado a nuestra reserva. Miré los árboles que nos rodeaban, eran altos, muy fuertes, tanto como yo me creía hasta escucharlos trabajar cerca de lo que tantos años habíamos estado protegiendo. Busqué la mirada de mi padre, que ya se había sentado en el suelo, con su sombrero entre las manos. A pasos lentos me acerqué, ni siquiera sabía qué decir, pero entendí que mi padre sentía ese mismo temor que yo.

Trabajamos un poco más hasta que mi padre no pudo con su curiosidad y me dejó para ir a ver de dónde provenía el sonido, regresó y sin decirme nada lo seguí de vuelta a casa. En el transcurso, mi padre decía a todas las personas que se encontraba que los esperaba al día siguiente en el lugar de siempre, que había algo importante de que hablar, la mayoría lo miraban confusos, pero él sólo culminaba con un “ellos han llegado”. Como era de esperarse, mi padre no durmió, se la pasó toda la noche fuera de la casa avisando a la comunidad.

A la mañana siguiente acompañé a mi madre a la tienda. Ahí fue a donde vi a mi padre, lo escuché hablando con la gente del pueblo. Estaba tan desesperado, que las lágrimas rodaban por sus mejillas. Él los estaba organizando para defender nuestro patrimonio, esa reserva de árboles que habían estado cuidando nuestros antepasados. Sólo que lo escuchaba asustado. Todos sabíamos que esos taladores eran tan poderosos que era difícil lidiar con ellos.

Mi padre no tardó tanto en volver a la casa, decidido de hacer cualquier cosa con tal de que no tocaran a los árboles. Yo sabía que se acercaban días difíciles, mi padre me había hablado de esta posibilidad, me había explicado el significado que tenía cada uno ellos en aquel monte. Pero ahora que estaba pasando, sólo podía pedirle a nuestro Dios por nosotros.

Llegó el día de la confrontación. Le dije a mi padre que yo quería acompañarlos. Que quería estar ahí también, él aceptó. Cuando llegamos pude ver que éramos demasiados, así que ya no tenía tanto miedo. La gente se comenzó a reunir cerca de la iglesia, justo en el crucero. En cuanto partimos, mi padre me dijo que de eso se trababa la vida, de vivir como si fuera el último día, pero defendiendo siempre lo que era tuyo, lo que amabas y tanto te había costado.

Caminamos y cuando llegamos a nuestra reserva nos encontramos a los camiones saliendo con grandes troncos, con tan sólo la madera. Mi corazón se partió. ¿A dónde escucharíamos los melodiosos cantares de las aves ahora? Mi padre no se detuvo, las personas los seguían, pero nuestros esfuerzos no eran tan grandes como esas maquinarias, nuestra voz no era más grave que el sonido de los árboles cayendo, caían como cada una de nuestras esperanzas, y ellos no paraban.

Mi padre lanzó un tiro al aire, fue entonces cuando uno de ellos se detuvo sólo para reírse y gritar desde su

camión…

–¡Será mejor que se marchen!, el jefe no quiere escándalos. Y ustedes sólo lo están haciendo más difícil.

Ahora ya no podía distinguir si estaba gritando de desesperación o de enojo, sólo sentía cómo me temblaba las manos de coraje y veía borroso a causa de que mis ojos se inundaban de lágrimas. Ellos no se estaban deteniendo. Por lo que mi papá se acercó a una de las máquinas. Yo nunca supe qué pretendía hacer, pues cuando el sonido dejó de hacer eco en mis oídos, vi a mi padre muerto frente a nosotros.

Me quedé quieto, sólo sentí cómo el vacío en mi corazón se iba haciendo más grande. Ahora, ¿cómo podía seguir?, ¿cómo podía defender mi territorio si ellos ya me habían arrebatado mi vida? Mi vida no era más que un tronco que estaba siendo arrastrada por ellos. Y lo peor es que yo tampoco sabía qué hacer. Los demás comenzaron a pelear, pero ellos ya nos llevaban una gran ventaja, así que sólo seguí el camino, corrí, pero prometo que jamás me perdonaré por no cumplir con la promesa de mi padre. Jamás viví como mi padre hubiera querido y desde ahí sé qué es estar muriendo en vida.

__________

MARÍA ELIZABETH SANDOVAL BRUNETE es originaria de Tepeixco, Zacatlán, Puebla.

comentarios de blog provistos por Disqus