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GUARDIÁN DEL CIELO MIXE

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Tuupëjy (Flor de lluvia) me conto en una de las quince noches ininterrumpidas que habíamos platicado que su verdadera familia estaba en el camposanto y se refería a sus abuelos porque a pesar de estar muertos todavía seguían demostrándole amor con la visita constante de un colibrí a su casa. Sin embargo, jamás pensó cuál sería el efecto de estas palabras y la Tierra siguió girando. Completó tres vueltas más alrededor del Sol e inició 2022. A mediados de ese año su hermano menor murió en los Estados Unidos y tres meses más tarde falleció el mayor en Tuxtla Gutiérrez. Después de la tragedia comprendió el verdadero significado de aquella idea y dijo: “Sí, ahora mi familia está allá, los que me quisieron y los que ahora añoro tanto”. La tarde noche en que le hicieron una videollamada el menor estaba tirado bocabajo y no logró ver sus ojos. Se habían apagado para siempre.

Comenzó a llorar y en unos minutos tampoco veían sus ojos. Estaban empañados de lágrimas de fuego y de dolor. Esa noche también sintió que sus ojos se apagaron y hoy día todavía no encuentra la luz ni el camino para regresar. Aun así insistía: “Quiero estar allí con él. No lo quiero soltar. No lo quiero dejar ir y aunque me digan que lo deje y que merece descansar en paz. Yo no lo suelto. No quiero. ¿Será que la muerte no me permite estar un rato más con él?”. Realmente sentía estar atrapada en una luz apagada por el silencio de sus hermanos. “Mi corazón no late. Mi luz se fue y ellos se lo llevaron. Me ahogo en las tinieblas del dolor. Ellos no volverán. Ya no me escucharán”, repetía. Enseguida le habló a su hermano que despertara, que abriera sus ojos, pero él no se movió del piso. La muerte no le permitía darle una despedida y ya se lo quería llevar.

Todo había ocurrido tan repentino. Todo había llegado sin previo aviso. Unos días antes ella estaba feliz; le parecía maravilloso el pueblo de Tamazulápam Mixe y hasta el cielo le había sonreído. “¿Ellos estarán en un viaje mágico? ¿Ellos estarán en un viaje sin retorno? ¿Estarán en espera que algún día yo llegue a ese mundo de mudanzas extrañas e inesperadas?”, se preguntaba. El pueblo que había percibido fantástico y mágico se tornó en un color oscuro y turbio. El viento llevaba su mensaje y atravesaba la frontera para decirle a su hermano que no estaba solo y que no tuviera miedo. La mamá lloraba la ausencia de su hijo, pues había perdido un pedacito de su corazón y Tuupejy que aparentaba ser una mujer fuerte en otras circuntancias se sentía totalmente frágil. Las lluvias llegaban, las tormentas callaban y de pronto el viento le susurró: “Calma, calma”.

Un sinnúmero de almas perdidas en la frontera llegaron allá para darle paz y luz. Así que mucha luz abría paso a su regreso y con sus ojos ya cerrados abrió la luz de su espíritu y ahora volaba. Veía a través del viento y de la lluvia. Su espíritu era libre en el aire. En tanto que a Tuupejy el dolor le calaba los huesos y el alma. Había dejado su espíritu al lado de él para acompañarlo en su largo viaje. “No tengas miedo, hermano mío. Estoy aquí. No tengas miedo. Llegó tu mudanza inesperada e irás donde todos algún día llegaremos. No tengas miedo”, le decía. La abuela que había muerto desde hacía más de dos décadas también lloraba; no podía creer que sus nietos habían ya emprendido un viaje mágico, un viaje sin retorno, y ella quería creer que estaba soñando. Entonces miró el cerro del Zempoaltépetl; allí vio nubes blancas y se preguntó: “¿Dónde quedó la fe? ¿Por qué se fue?”.

Dos meses después y durante el día llegaron amigos y familiares a la casa. Todos estaban en espera que su cuerpo y espíritu cruzara la frontera para verlo por última vez. A Tuupejy aún no se le secaban las lágrimas y escurrían en sus mejillas como lluvias torrenciales. En su alma había una tormenta de dolor e incluso sentía que la muerte la tentaba y que en ese instante olvidó quién era ella. Se convirtió en sonámbula para no sentir; volvió ciega y sorda para no ver ni escuchar. “¿Por qué la muerte es malvada? ¿Por qué la muerte juega? ¿Será que también se tiene que llevar a los que sufren? ¿Ahora él estará bien?”, pensó. Finalmente llegó un señor y de su camioneta bajó un paquete. Desató el cartón y allí estaba él. Tuupejy al ver a su hermano voló al lugar sagrado El Colibrí para gritar de nuevo su dolor; después descendió para entrar a una cueva y dijo: “Ahora nos acompaña en las montañas; será guardián de la lluvia, del aire y del cielo mixe”.

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