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SINTONÍA DEL AYER

ELIZABETH BRUNETE

Todo pasaba frente a mis ojos, era como ver una hilera de momentos una y otra vez. Sentía que la vida se me iba, sentí miedo y a decir verdad nunca supe si era porque jamás había estado tan cerca de la muerte o porque ya estaba muerto. Escuché voces, nada familiares, repetían mi nombre una y otra vez, pero no podía verlos. Estaba oscuro. De pronto, de nuevo el silencio. Escuché murmullos, muchas personas a mi alrededor, sentí unas manos que me sostenían desde mi torso, volteé a mi derecha y alguien me decía algo, sólo que se escuchaba muy bajo, me estaba mirando a los ojos mientras sostenía mi codo. Cerré los ojos.

Escuché el sonido de la carretera, las llantas de los carros a alta velocidad, abrí los ojos y ahí estaba mi hermano. Tenía la vista hacia enfrente. Comencé a sentir mi cabeza pesada, me toqué y dolía. Ahora podía escucharme, estaba llorando y los dolores en mi cuerpo iban en aumento, punzadas en varias partes me advertían que algo había pasado.

Mi padre comenzó a llamarme, intenté contestar, pero estaba aturdido. Las lágrimas no dejaban mis ojos cansados. Entonces sentí ese miedo otra vez, creí que iba a morir, yo no estaba listo. No quería. Escuchaba la voz de mi padre, pero no sé qué estaba diciendo. En un momento de visibilidad, percibí movimiento, la imagen borrosa se fue aclarando, mi hermano no preguntó nada, sólo me acompañó, cuando salimos del hospital, mi familia estaba ahí. Me preguntaban algunas cosas, pero yo no recordaba nada, era como haberse ido a dormir, todo parecía un sueño.

De camino a casa, pasaron ráfagas de imágenes, pero a tal velocidad que sólo me vi pasar por algunos lugares y justo antes de llegar donde impacté, todo se volvía negro, tan oscuro como la incertidumbre. Observé el camino y una que otra vez a mi familia, aún con demasiadas dudas, como suponía que las tenían ellos.

Una noche mientras dormía, sentí la presencia de alguien a mi costado. Fue inevitable abrir los ojos y dar media vuelta para confirmar que no había nadie. Estaba solo. Los latidos de mi corazón eran muy acelerados, me senté sin encender la luz, algunas luces de afuera se colaban por las esquinas bajas de las ventanas. Entonces un recuerdo llegó. Yo estaba en cuclillas arreglando uno de los faros de mi moto. El recuerdo me trajo un escalofrío que recorrió toda mi espalda, hasta llegar a mi cabeza.

Recuerdo cómo me levanté y pude ver que me observaba. Sentía su presencia desde que desperté. Sus ojos me recorrían, me estaba observando. Tomé valor y seguí trabajando. Impulsos de salir me seducían, entré y vi a mis padres ocupados. No lo pensé mucho, tomé las llaves y salí, el recordatorio de usar mi casco lo dejé a un lado. Me dije a mí mismo que no tardaría. Justo antes de encender la moto, salió mamá a decir que no tardara, a su costado pude ver cómo se deslizaba entre los pequeños arbustos que adornaban el jardín de papá. No me tomó mucho tiempo voltear la cabeza y salir de ahí a una velocidad considerable.

El día estaba transcurriendo tranquilamente, miré el cielo, pasaba un poco de medio día. Cuando de pronto sentí que iba conmigo, traté de ver hacia atrás y en un par de segundos todo se volvió negro.

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