EL AGUA DE IDA Y VUELTA: VARIAS MIRADAS EN SU DEFENSA / 311
Como el agua camina, repta, se escurre, se desbarranca o cae en la lluvia, así las voces que al agua nombran para intentar entenderla o cuidarla (siendo de todas y todos) nos interpelan para que no se nos olvide eso que Jean Robert acuerpó tan vivamente al decir que “el agua es un ámbito de comunidad”. Qué significa eso. Es muy fácil que quien defiende la vida y la biodiversidad a veces caiga en trampas que nos vuelven a colocar en el lugar donde es fácil que nos engañen quienes nos despojan: así escuchamos que tanta gente habla de “patrimonios bioculturales”, digeribles cápsulas que permiten lo negociable de la vastedad inmensa de los territorios. La gente dice: “el agua es un bien común”, y claro que lo es, pero si la defendemos sólo así, entonces resulta que ya también la cosificamos y la situamos en su góndola para comprarla, venderla, hacerle convenios, objeto de contratos, negociaciones, servicios ambientales y cualquier cantidad de tratos y negociados que están ahí ocultos en los proyectos de las corporaciones, las instancias gubernamentales o las instancias internacionales.
Cuando Jean Robert insiste en que el agua es “un ámbito de comunidad” o “un ámbito común”, esa insistencia habla de un ciclo, o mejor, de un ciclo de ciclos, un entramado de relaciones “naturales”, pero también “sociales” que se van entrelazando hasta configurar verdaderos metabolismos que hilan las nubes al mar pasando por los páramos y los escurrimientos subterráneos, a las caídas de agua y los manantiales que brotan a los arroyos, ríos y grandes torrentes fluviales como el Amazonas, el Nilo, el San Lorenzo, el Rin o el Papaloapan. Pero en las serranías, entre las cañadas y lomeríos o en las altas montañas, hay también una construcción social que coopera con el agua para que fluya mejor y no se pierda ni se desperdicie, que se renueve y no se contamine. Eso lleva milenios ocurriendo. Lo hemos repetido: la gran sabiduría de tiemperos y graniceros y rejuntadores de las aguas de ambas vertientes, aquí en México, o la enorme sapiencia de la gente que en Ecuador o Colombia, Bolivia o Perú ha construido también por milenios las albarradas —esos reductos de agua— aprovechando los huecos y asentamientos naturales para crear tinas pertinentes, ollas, les dicen también, que luego son usadas en el riego permitiendo un ritmo más equilibrado del flujo para que al bajar no arrase el monte, el suelo, la fertilidad, la humedad misma.
Para que esa “construcción social del agua” exista, se requiere mucha comunidad, mucha labor interna, mucha asamblea, acuerdos y reconstitución permanente de los ámbitos propios del agua con la gente, de la gente con el agua. Porque el agua parece mucha pero es poquísima. Como lo anotó el investigador Tony Clarke, del Instituto Polaris de Canadá, en el Taller en Defensa del Agua en abril de 2005, hay cinco formas de apropiación del agua que nos dan luces de la urgencia: “Siempre que escuchamos decir que el agua se acaba, que se contamina, lo que se prepara es el escenario de la privatización del agua a escala mundial. Le están poniendo la etiqueta de precio a algo que nosotros estábamos acostumbrados a considerar casi gratuito, de libre acceso a todos. El primer paso de la privatización del agua es ponerle precio, lo cual se llama mercantilizar, convertir en mercancía algo que considerábamos un bien común, que ahora sale del reino del bien común para ingresar al mercado. El segundo paso, que viene detrás, es imponer a todos las reglas del mercado capitalista: que el que tenga dinero pueda consumir agua y el que no tenga no podrá hacerlo. A las comunidades rurales indígenas ya les está ocurriendo que al agua de lluvia que cae del cielo en sus pozos, comienzan otros a ponerle un precio y les cobran por utilizarla. Eso es una violación a derechos fundamentales y finalmente al derecho a la vida”. En sus recuentos, la gente de muchos países habla de cinco formas de privatización: se privatizan los servicios municipales de la estructura y servicio del agua. “En la mayoría de nuestras ciudades y pueblos, la gente obtiene su agua de la red municipal, pero esa red, esa instancia de servicios, está pasando a manos de empresas privadas cuyo primer y único objetivo es ganar más dinero”. Para eso se reforman las legislaciones del agua, mediante reformas de la estructura del manejo del agua. Ocurre en todo el mundo.
También es apropiación contaminarla. “Las industrias contaminan el agua de todos con simplemente usarla. Ocurre por obra de las empresas mineras, petroleras, por las de electricidad y por la industria del papel. Esto provoca que el suministro de agua potable sea cada vez más escaso y que el precio aumente. La contaminación del agua es una parte inseparable del proceso de su privatización”.
También se desvía. “Trasladar grandes volúmenes de las zonas que son ricas en agua a las que son pobres, construyendo canales y desviando cauces de ríos. Son los desplazamientos de grandes caudales de agua debidos a la construcción de grandes presas”.
También se privatizan eco-regiones ricas en agua. “Ocurre en Chile con la privatización de la costa y el mar. Los efectos que tiene sobre las comunidades que vivían de la pesca son brutales”.
El agua embotellada es la forma más sofisticada de la privatización. “Cuando las compañías predan los manantiales en zonas rurales o toman el agua de un sistema municipal —y la procesan de algún modo—, nos la vuelven a vender a precios que son en ocasiones diez mil veces lo que costaría esa agua, tomada de una red hídrica”, remata Tony Clarke.
Miguel Ángel García de Maderas del Pueblo del Sureste anota en “Agua y biodiversidad en Montes Azules”: “El agua planetaria da la impresión de ser inagotable por la magnificencia de los mares o por los torrenciales aguaceros veraniegos. Nada menos cierto, pues por lo menos el agua potable para consumo humano se nos agota. Aunque tres cuartas partes del planeta están cubiertas de agua, el 97% es salada. Del 3% restante, dos terceras partes se hallan en los casquetes polares y en las cimas de las montañas como hielo y nieves perpetuas; únicamente un 1% del total del agua existente en el mundo es para el consumo humano y está distribuida de forma muy desigual: las regiones y países que la poseen no cejan en contaminarla y desperdiciarla siguiendo las pautas globalizadoras de desarrollo industrial y consumista. Estos países y élites sociales provocan —directa o indirectamente— la acelerada destrucción de los bosques, alterando gravemente el ciclo hidrológico en que se basa la captación y filtración del agua pura”.
Siguiendo las cuentas que hace Jean Robert, urbanista y filósofo, “el agua orgánica (que hallamos en los organismos vivos) es tan sólo 1% de ese 3% del agua disponible y otro 1% es el agua de ríos y arroyos —lo que significa en realidad un 0.0003% del agua de la tierra— la misma cantidad que el agua orgánica. Cerca del 80% de nuestra agua de beber viene de estos ríos y arroyos y la mayor parte del otro 20% se extrae de niveles de aguas subterráneas”, por lo que es crucial entender la fragilidad que implica su sobreexplotación, insostenible a todas luces.
Para Camila Montecinos, “si no hubiera nieve o suelo para contener la poca agua que tenemos disponible, no habría siquiera la posibilidad de que existiera un ciclo del agua (que posibilita la vida) como ahora conocemos. Este hecho nos muestra su extrema fragilidad, debida al pequeñísimo porcentaje que en realidad está a nuestra disposición, y nos alerta de la ferocidad del impacto que implica el abuso y acaparamiento, contaminación y desperdicio del agua a manos de empresas y megaproyectos irresponsables y voraces”.
De acuerdo al Foro Alternativo de las Aguas en Brasil, en 2018, “el objetivo de las corporaciones es ejercer control privado del agua convirtiéndola en fuente de acumulación a escala mundial, generando lucros para las transnacionales y el sistema financiero. Para eso están en curso diversas estrategias que van desde el uso de la violencia directa hasta las formas de captura corporativa de gobiernos, parlamentos, judiciarios, agencias reguladoras y demás estructuras jurídicoinstitucionales que actúan en favor de los intereses del capital. Existe también una ofensiva ideológica articulada junto a los medios de comunicación, educación y propaganda que buscan crear hegemonía en la sociedad contraria a los bienes comunes y a favor de transformarlos en mercadería”.
Ya en 2005, desde España el Informe de la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases denunciaba que “el costo total de las grandes presas es hoy una preocupación pública grave”. Porque las represas alteran el funcionamiento natural de los ríos, pueblos bajo las aguas, territorios expropiados, medios de subsistencia de comunidades ribereñas desaparecidos, personas desplazadas, pactos incumplidos con los afectados, daños al medio ambiente aunque los beneficios inmediatos se solían considerar suficientes para justificar las enormes inversiones.
“La justificación económica no se ha hecho realidad en los sistemas de irrigación, suministro de agua e higiene pública. Tampoco en el control de inundaciones ni en la producción de electricidad. Los impactos ambientales son más negativos que positivos y entrañan pérdidas irreparables de especies y ecosistemas. El desplazamiento físico de las personas afectadas, con demasiada frecuencia involuntario, implica coerción y fuerza, y en algunos casos la pérdida de vidas […] Cuando en Europa se aprobó una directiva-marco con el fin de recuperar el buen estado de los ríos, y un cambio en el concepto de gestión del recurso basado en el respeto a los ríos por lo que son y a las personas que habitan sus valles por su cultura y su identidad, apostando por las energías alternativas más respetuosas con el medio ambiente […] varias empresas españolas marcharon a otros lugares donde se les permite seguir sacando jugosas tajadas económicas por abusar de los recursos naturales, sin tener presente los desequilibrios ambientales y sociales que la comunidad científica a nivel mundial denuncia como consecuencia de las más de 45 mil represas construidas”. Estas entidades se ven apoyadas por el Foro Empresarial para defender intereses en Latinoamérica. En este Foro participan altos cargos del gobierno español y algunos de los altos ejecutivos de Telefónica, Bancos Santander y BBVA, Repsol, Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, Gas Natural, Agbar, PRISA, Sol Meliá, ACS.
A las empresas no parece importarles nada. En 2010, el Frente de Comunidades Urbanas por la Plurinacionalidad y en Defensa del Agua, de Ecuador, publicó un manifiesto donde se señala que “el municipio de Guayaquil concesionó el servicio de agua a la empresa Interagua (causante de la guerra del agua en Cochabamba, Bolivia), la misma que elevó las tarifas en un 167% desde el inicio de la concesión. Guayaquil es la ciudad con tarifas más altas en el país”.
Las operaciones petroleras, mineras, industriales, dice el Frente, “vierten sus desechos contaminantes, casi sin controles y en total impunidad. Los municipios actúan en la misma manera con los desechos urbanos. En el caso petrolero, las empresas vertieron 567 millones de barriles de aguas contaminadas con metales pesados y sales tóxicas en el 2004”.
Son sólo ejemplos, relatos aislados de una realidad que tiene muchos focos rojos y casi ningún remedio. Los incendios sólo parecen anunciar que la sequía llega por todas partes, como ya lo señalaba el investigador Mike Davis, que trabajó mucho tiempo en la frontera estadunidense-mexicana y entendió los cambios que estaban siendo provocados por los trastocamientos industriales. En “La mega-sequía en las fronteras de Estados Unidos-México: Somos los anasazi”, decía: “En pocos años la ‘sequía excepcional’ se ha comido planicies enteras de Canadá a México. En otros años los incendios carmesí en los mapas climáticos han reptado desde la costa del Golfo a Luisiana, a las Rocallosas y al Noroeste interior de Estados Unidos. Pero los epicentros semi-permanentes son Texas, Arizona y sus estados hermanos en México. Los ranchitos abandonados en pueblos casi fantasmas por todo Coahuila, Chihuahua y Sonora testimonian la implacable sucesión de años secos —comenzando en los ochenta pero con intensidad catastrófica a fines de los noventa, algo que impulsa a cientos de miles de gente rural a las maquilas de Ciudad Juárez y a los barrios de Los Ángeles”.
Como señalaron ya hace muchos años Jean Robert, Andrés Barreda y Félix Hernández Gamundi en el Taller Popular en Defensa del Agua en 2005, la complejidad actual de este ámbito de comunidad, con la urbanización y la “modernización”, es que ahora su metabolismo industrial nos impide retornar a gestionarla de manera comunitaria insistiendo en los cuidados que antes sólo requerían sincronía y atención detallada. En México, la contaminación por la agricultura industrial y la industria en gran escala tienen en su cuenta de deudas que la mayoría de las concesiones en juego son federales y no pasan por ningún órgano de control.
Esto se agravó con la separación de los derechos que protegían las tierras y las aguas en la Constitución. Por eso si ahora queremos protegerla, no sólo tenemos que emprender luchas en pos de la gestión comunitaria, colectiva, de su ciclo metabólico, de su recorrido completo en los fragmentos que nos toquen. Tenemos también que inventar o recrear formas democráticas para que el agua esté en nuestras manos. Entender lo que significan los sistemas de riego, la perforación de pozos, el almacenamiento y la distribución, el entubamiento y manutención de los manantiales que fluyen en todo el territorio nacional. Y esto nos obliga “a recuperar nuestra memoria colectiva en torno a las diversas formas indígenas ancestrales, pasadas, recientes o, incluso, de las formas vivas indígenas y mestizas de manejo colectivo ambiental del agua”, lo que también implica relacionar esos ciclos del agua con los sistemas agrícolas, la defensa de las semillas, el cuidado de los bosques y la milpa, porque siendo un ámbito de comunidad, el agua atraviesa también desde cómo se siembra el maíz hasta los sistemas de cargos en las comunidades. De cómo se gestiona y se cuida el agua en los barrios hasta qué medidas se toman cuando el agua nos inunda y a la vez no tenemos un trago para beberla ni para limpiar lo necesario como ocurre en los barrios de muchas ciudades. Por eso las asambleas por el agua y la vida que comienzan a engarzarse son y serán más y más cruciales.