MÁS QUE SÓLO PALABRAS
Mientras más me acercaba a mi destino, el calor se hacía más insoportable. Huehuetla definitivamente no era como lo había esperado, tenía grandes árboles alrededor de la carretera, sus vistas tan impresionantes me describían un lugar maravilloso. Pero aún faltaba para llegar a mi destino. Había preguntado acerca de Lipuntahuaca, un sitio tranquilo en donde las personas están acostumbradas a la gente que viene de fuera por las constantes llegadas de los estudiantes a la universidad, y claro, yo era parte de ellos.
En cuanto llegué no podía creer que estábamos totalmente rodeados de montañas y había pocas nubes que nos cubrieran del sol. Me sentí incómoda por estar sudando tanto. Zacatlán nunca había llegado a tal temperatura y comenzaba a molestarme. Mis padres sólo me dejaron en la casa en donde viviría y pronto se marcharon. Para mi suerte no era la única que estaba sufriendo, algunos compañeros parecían irritados de verdad. Honestamente no recuerdo cómo terminé platicando con algunos de ellos, lo que sí recuerdo fueron esas advertencias de que seguramente escucharía a la llorona por las noches, o que Kiwikqoloo (‘Señor del Monte’) podría llevarme a la cascada para matarme, claro el señor que cuida a los árboles.
No había creído todas esas historias que contaban. Al fin y al cabo, nadie los había visto en persona o al menos eso era lo que yo creía... Las noches eran más frescas que las mañanas, comenzaba a adaptarme al clima. Pero todavía me daba miedo salir por las noches, el sólo pensar que me enfrentaría a un lugar que desconocía me causaba pavor, por lo que permanecía en mi cuarto, lejos de todo lo que pudiera hacerme daño.
Una noche que no podía dormir, decidí levantarme y estar fuera. Estuve un rato sin escuchar ni tampoco ver a nadie, confieso que no tenía miedo, veía a los árboles mecerse con el poco viento que pasaba, eran muy altos. Parecía que alguien había cuidado de ellos desde hace ya muchos años. De pronto escuché cómo se rasgaba uno, como si hubiera sido cortado, al escuchar el estruendo que hizo la madera me asusté y volví adentro. Creí que tal vez alguien estaría trabajando, pero ya era demasiado tarde.
Unas gotas de lluvia comenzaron a escucharse, así que decidí entrar. Estaba cerrando la puerta cuando la voz de mi madre sonaba alarmada cerca de los árboles, me estaba llamando con gran desesperación. Me quedé atenta hasta que volvió a llamarme. Le contesté aun cuando mi voz estaba entrecortada por la lluvia, ella me gritó pidiendo ayuda.
No lo pensé otra vez y bajé corriendo las escaleras. Al llegar abajo la lluvia comenzó a mojarme, pero seguí corriendo por la vereda hasta llegar al crucero que daba para el monte, con todas mis fuerzas llamé a mi madre, pero ahora la escuchaba más lejos, mantuve el paso hasta que sentí que alguien más estaba conmigo. Frené en seco cuando vi cómo un árbol se estaba moviendo de una manera muy aterradora, su forma era la silueta de una persona y sus ramas eran perfectos brazos humanos.
Me quedé sin aliento hasta que se acercó a mí y pude ver que era mi madre. Me dijo que se había perdido, que tan sólo había venido a buscarme. La lluvia cesaba y después de abrazarla, me propuso regresar para poder cambiarnos, comenzó a guiarme por un camino muy hermoso, hasta parecía que era de día, no había piedras con las que pudieras tropezarte, ni mucho menos hoyos. Mi madre estaba muy seria, casi no hablaba y eso me preocupaba un poco. Después de caminar más y más parecía que no llegábamos, por lo que comencé a sentir miedo, mis sentidos estaban alerta.
Sabía que algo no estaba bien. Una sensación diferente me recorría de pies a cabeza. De pronto, volví a escuchar el sonido de un árbol cayendo, pero esta vez parecía estar muy cerca de mí, no podía verlo e instintivamente comencé a llorar, volteé a mi costado, pero estaba completamente sola. No estaba mi madre y la luminosidad que tenía en mi sendero comenzó a oscurecerse. Fue cuando abrí los ojos abruptamente y un grito de pavor salió de mi garganta, pues estaba a tan sólo un paso de caer al vacío.