“LAVA LA BANDERA”: ARTE Y CRÍTICA SOCIAL EN PERÚ
Llama la atención el hecho de que hay cierta ausencia de manifestaciones artísticas de crítica social y política, pues el arte tiene también un rol para despertar la reflexión y denunciar la problemática existente.
Vienen a la memoria las acciones públicas de “Lava la bandera”, acción cultural que fue concebida como una instalación conceptual de lavar banderas del Perú en las plazas públicas de Lima y que luego se fue extendiendo a otras ciudades del interior de manera espontánea a cargo de colectivos civiles, asociaciones, partidos políticos.
Fue tal el efecto, que incluso lavar banderas como acto de protesta se volvió una moda —una “tendencia”, se diría en ahora. Figuras conocidas de la televisión y artistas populares participaban públicamente en el lavado de las banderas, lo que hizo este acto muy popular, porque el mensaje visual empezó a “viralizarse”, sintonizó con el contexto social.
En una primera lectura podría pensarse que la participación social ha sido el factor que configuró el éxito de la propuesta. Sin embargo, existe una cuestión fundamental que resume la acción participativa: la dimensión simbólica de “Lava la bandera” para comprender la sociedad peruana que describe la propuesta. ¿Cómo logra conmover a la comunidad, despertar el espíritu ciudadano de tanta gente? ¿Cómo logra recuperar el espacio público como lugar de reunión comunitario en torno a un objetivo común participativo y colaborativo?
Como todos sabemos la bandera es símbolo de la patria protegido por la Constitución y de allí que el acto (puesta en escena) de remojarlas, lavarlas y exprimirlas lograba causar un gran impacto en la población, denotando mensajes como luchar contra la corrupción, “limpiar” el Perú, eliminar la “suciedad” de la corrupción.
El crítico de arte Gustavo Buntinx —director del colectivo de arte Sociedad Civil que promovió “Lava la bandera” — señala que el acto fue concebido como “un ritual participativo de limpieza de la patria”.
Según el estudio “Lava la bandera: Activación simbólica del mito de origen” (https://tinyurl.com/2624sz5j)de la Universidad de Buenos Aires, la corrupción electoral “fue el punto de partida de acciones como ‘Lava la bandera’, acción-ritual dada a luz el 20 de mayo del mismo año [2000], una semana antes de la mal llamada segunda vuelta electoral, en el Campo de Marte durante la Feria de la Democracia y trasladada a la Plaza Mayor de Lima cuatro días después. ‘Lava la bandera’ consistía simplemente en invitar a los ciudadanos a lavar la bandera peruana con agua y jabón y colgarla en sogas en la plaza. Esta acción se reiteró todos los viernes del mes en la misma plaza y se replicó en más de veintidós ciudades del interior del país y fuera de él”.
Escribió Buntinx: “Lava la bandera aglutinó a la llana voluntad ciudadana de no claudicar. Y creció más allá de toda expectativa. En las siguientes semanas decenas, quizá centenas de miles de personas, en el país entero y fuera de él, se sumaron a quienes ya habían asumido como propia la iniciativa del Colectivo reelaborando autónomamente el ritual en toda la demografía peruana” (2008).
Sin embargo, este acto inicialmente poderoso en su ámbito icónico y semiótico se fue convirtiendo casi en una pantomima, por no decir una farsa o un contrasentido, porque muchas personalidades que salían entusiastas a lavar banderas luego terminaron con procesos judiciales por presuntos actos de corrupción. Esto fue desarmando la idea inicial y dejó un sinsabor por las contradicciones existentes cuando no hay coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.
Otro acto conceptual que también se popularizó fue llevar y soltar gatos en lugares como el Congreso de la República o el Palacio de Justicia, con el mensaje de “cazar a los ratones y pericotes”, apelando también al símil de la limpieza y de la erradicación de los corruptos, pues en el imaginario popular se le llama “pericote” al ladrón. También estos actos se fueron diluyendo en el olvido.