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PRELUDIO Y FUGA. EN CELEBRACIÓN DE EDUARDO LLERENAS

ANTONIO GARCÍA DE LEÓN

Palabras en el homenaje al musicólogo Eduardo Llerenas,Sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes, 29 de abrilde 2023.

Tener un aliado, conservarlo en el recuerdo, seguirlo con la intuición y los sonidos comunes cuando ya permanece en otras duraciones, buscarlo en la memoria cada vez más diluida cuando sabes que no lo verás más, es lo que materializa su recuerdo, mantiene viva su presencia y recrea los espacios lúdicos que juntos habíamos habitado...

Nos reconocíamos como parte de la generación de los años sesenta y setenta del siglo pasado, en la que nos forjamos en medio de rupturas profundas y cambios de paradigma, convergiendo en una nueva modernidad que se abría paso con violencia, a la que acudimos a su encuentro con la esperanza de asaltar el cielo: creando entre todos un código común, circular y permeable, con múltiples filtraciones subterráneas que se coagularon en diferentes ámbitos de diferentes maneras.

La rápida disolución del sistema había entrado en crisis y confluía en el movimiento de 1968 y sus derivaciones de sangrienta represión y de respuestas armadas urbanas y rurales. Y así, como obedeciendo a un código impreso, para esa generación marcada por la revolución cubana, la revuelta global juvenil del 68 y la descolonización del llamado “tercer mundo”, el asalto al cielo se veía como posible e inevitable.

En esos años, la migración masiva del campo a las ciudades se tradujo en una revolución profunda de las mentalidades. Al integrarse los campesinos a las barriadas urbanas desplazados de sus lugares de origen, trajeron consigo sus sabores y sus sonidos, sus musicalidades y sus costumbres creando un nuevo precedente, asistiendo a los últimos días de las tradiciones inocentes que se venían acrisolando en sus regiones durante siglos y que tendían a desaparecer ante nuestros ojos. Y si a eso unimos la diáspora de refugiados del sur en una época de turbulencias, el panorama musical urbano se había transformado profundamente, convirtiéndose en una nueva síntesis.

Supe de él en los años setenta al escuchar sus primeros registros de la música campesina de la Huasteca a donde había ido en busca de evitar la desaparición, que entonces parecía inminente, de sus líricas floridas, sus violines, huapangueras y falsetes. Y yo, en los mismos tiempos, caminaba por los poblados del sur de Veracruz buscando a los viejos versadores de los fandangos, que atesoraban en la memoria y en cuadernos manuscritos pasados de generación en generación, la poesía lírica —y sus temples en música de cuerdas— lanzada a los vientos por Cervantes, Calderón de la Barca y otros autores del Siglo de Oro.

Pero hubo un tiempo en que esas complicidades nos acercaron, en una convivencia confiada en las turbulencias de un encuentro musical festivo en el mar de los deseos del Caribe, en donde nos reconocimos en afinidades sonoras y profundas: en las que él nos llevaba la ventaja por haber dedicado su vida a ser un gambusino y buscador de tesoros musicales. Y allí fue donde él y Mary decidieron compartir juntos desde entonces el pan y los sentidos.

Asisto a esta convocatoria no con la esperanza de hacerle un homenaje, sino de constatar que vivió su vida como él la acariciaba, en medio de los sonidos, los objetos y las cadencias, y que posiblemente su reflejo quede en los ecos, en las voces, en las músicas en donde él anidaba, pues la respuesta está en el viento que ahora habita...

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