EL BOMBARDEO DE LAS NUBES Y EL NACIMIENTO DEL AGUA — ojarasca Ojarasca
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EL BOMBARDEO DE LAS NUBES Y EL NACIMIENTO DEL AGUA

ELIANA ACOSTA Y RAMÓN VERA-HERRERA

Desde hace unas semanas ha sido noticia el uso de una estrategia frente al estrés hídrico de la Ciudad de México y la zona metropolitana. Para tal efecto, el titular del Ejecutivo anunció el pasado 22 de marzo en su conferencia de prensa que se había tomado la decisión en la Secretaría de la Defensa de bombardear nubes para provocar lluvia. Al dar cuenta de esta estrategia el Secretario de Defensa declaró: “Sí, señor, el bombardeo”. Y abundó: “ya se está trabajando con Conagua y de ahí se generó otra idea: tomando en consideración que tenemos un avión con todo el equipamiento para bombardear nubes y que trabaja normalmente en la parte norte de nuestro país, ahorita está con Baja California, se vio con Conagua si podíamos apoyar con ese avión en las partes que requiriesen para poder hacer llover” (Conferencia de prensa del presidente, 22 de marzo de 2023).

A esta práctica también se le ha nombrado “siembra de nubes” y la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) desde el año 2022 anunció el “Programa de Estimulación de Lluvias para Mitigar la Sequía”, un procedimiento que consiste en la liberación de yoduro de plata en las nubes con el objetivo de incentivar las precipitaciones de lluvia. Se ha comunicado la colaboración de la Sader con la Sedena y el uso de esta práctica en estados del norte del país para combatir incendios y con los objetivos de “recuperar la humedad del suelo, propiciar el crecimiento de alimento para el ganado, sembrar cultivos de temporal y generar escurrimientos hacia las presas” (Comunicado Sader, 20 de julio de 2022).

En el mercado también tienen su manera de nombrar a esta estrategia: “riego científico con nubes”. Algo que se anuncia como tecnología mexicana para aumentar los recursos hídricos y, en específico, ofrece los servicios de aumento en la producción agrícola y promueve que evitará la pérdida de cosechas en época de sequía, abrirá la posibilidad de restaurar el manto acuífero y combatir los incendios forestales.1 Al respecto, Silvia Ribeiro advierte su uso comercial y origen militar, así como la modificación del clima bajo intereses corporativos y con fines bélicos. Más aún, subraya la incertidumbre de su uso y la ausencia del principio precautorio y la falta de atención para atender las causas.2

Se debe de denunciar no sólo la adopción de esta práctica y su implementación como programa de gobierno, sino también su uso como medio de mitigación para enfrentar la grave crisis del país ante la creciente sequía y sin la determinación y congruencia para llevar a cabo las acciones conducentes y transformar el actual estado de acaparamiento del agua y su mercantilización. Peor aún, estamos ante la adopción de tecnologías sin la certeza de sus consecuencias y con esto se pone en riesgo y se altera aún más el ciclo del agua, la obtención del líquido vital y todos los mantenimientos que de ahí se derivan para la vida.

No es comprensible la concesión a las fuerzas armadas de “bombardear nubes” para provocar la lluvia y manejar tecnologías sin la precaución debida, ya que esta tarea entraña una dimensión particularmente delicada y sensible. Los pueblos originarios de nuestro país nos lo hacen ver a partir del vínculo que mantienen con el líquido vital y, en particular, en el proceso del “nacimiento del agua”.

Son diversos los conocimientos, narrativas y rituales en torno a la lluvia y el agua terrestre, profundos son en el tiempo y complejos en su hacer. Además de la correlación entre los ciclos, del agua, la agricultura, la organización comunitaria y sus celebraciones, los pueblos en su cosmología y costumbres dan cuenta de la trama de la vida. Aquello que desde la ecología y otras ciencias se ha puesto de relieve sobre los sistemas vivos, las conexiones que hacen posible la vida en la Tierra y la interdependencia del todo del cual formamos parte. Los pueblos originarios lo han sabido y lo saben.

Una de las expresiones del conocimiento y cuidado de la trama de la vida se encuentra justamente en el vínculo con

el agua y la provisión de los mantenimientos. Hay especialistas que saben del tiempo y sus ciclos, que saben soñar, ver, alimentar y comunicarse con esos flujos y fuerzas que constituyen aquello que llamamos naturaleza. Entre los nahuas de la Sierra Noroccidental de Puebla son las parteras las que se encargan de propiciar y recibir el regalo del agua y, en el contexto ritual durante el 3 de mayo, se establece un madrinazgo de cruz por su nacimiento. El agua misma es concebida como una partera sagrada, le llaman Sirena, pero en su lengua originaria es Atlanchane, “la habitante del agua” o “la que tiene su hogar en el agua”. 3

“Bombardear las nubes” para provocar las lluvias o salvaguardar el “nacimiento del agua”: la disyuntiva parece extrema. Entre la figura del ejército y de las parteras se juega una configuración relacional que en otros términos puntualizó Jean Robert a través de la concepción del agua como un ámbito de comunidad en el marco de un metabolismo socionatural. En su planteamiento se entrevé el dilema: autorregularnos, siendo y reconociéndonos como parte de una comunidad y de un mismo entramado donde dirimimos todo, o bien, perturbar aún más el ciclo del agua y someternos al uso de tecnologías nocivas comprometiendo la existencia y la reproducción de la vida.

Esto nos hace pensar en otras disyuntivas. Es uno de los mitos fundacionales de la llamada civilización occidental la idea de que la gente fue expulsada del paraíso por su pecado transgresor, por alguna culpa. Y qué si fuera al revés y el cerramiento de los “comunes” fue un obligar a la gente a dejar el trabajo que mantenía vigente un paraíso al que se le destruyeron o erosionaron sus premisas al privatizarlo. Es muy chocante la idea de que en ese paraíso no había que hacer nada. Los pueblos saben que sólo con las labores creativas, con una atención cotidiana y grandes esfuerzos es posible mantener una plenitud, que es la idea que subyace a los “paraísos”. Tenemos tan metida la idea de que en un paraíso todo se nos otorga porque sí, que pensamos que el trabajo es una carga, al menos así lo hacen suponer los supuestos más fundamentales de las religiones fundantes de esta civilización (que no es única, por desgracia para ella).

Desde dónde podemos reconstituir nuestra saga en la tierra. Nos toca trabajar para que ese “paraíso” del que se arranca a poblaciones enteras sea pleno, para que nosotros, nosotras creemos de continuo plenitud. Nada más difícil que eso, enfrentados como estamos a la gente que sin miramientos puede romper ciclos vitales sin siquiera darse cuenta de las implicaciones. Son tan opuestas las versiones de la historia y hasta el mito. Por un lado la aceptación de que la gente tiene que ser expulsada, que es nuestro destino; que es por lo que hicieron nuestros ancestros más remotos, y por eso somos culpables.

Del otro lado, la sabiduría de los pueblos, “darle vida a la vida” como decía Daniel Sheehy, uno de los amigos entrañables de Eduardo Llerenas, en el encuentro que Mary Farquharson y Discos Corasón organizaron para celebrar su memoria y su legado.

Darle vida a la vida es pensar en todas las minucias necesarias para que el tramado de ésta tenga sentido. A eso es lo que Jean Robert le llama ámbito de comunidad. Al tejido de ciclicidades y tiempos diferentes que en contrapunto permiten la continuidad de la existencia.

Esta gente que ahora siembra o bombardea nubes, según de dónde proceda su iniciativa, si de instancias agrícolas o militares, para hacer llover, tiene su émulo contrario en las compañías agroindustriales que finalmente “cañonean nubes para que deje de caer granizo”, dicen, pero el efecto es que provocan en las regiones donde se aplican estas técnicas verdaderas sequías, todo por cuidar sus cultivos de brócoli o de jitomate u otras hortalizas sensibles. Dicen Evangelina Robles y Fernanda Vallejo, basadas ambas en la sapiencia e investigaciones de Elizabeth Bravo y Acción Ecológica:

Industrializar la producción de alimentos va de la mano con controlar y estandarizar los procesos que incrementen las ganancias de los empresarios del campo. Uno de los controles importantes hoy para la industria agrícola tiene que ver con el agua, su uso y posesión: manantiales, ríos, arroyos, pozos artesanos o profundos, lluvia, granizo, nieve, escurrimientos, lagunas, concesiones de agua; todos relacionados vitalmente con la humanidad, la flora y la fauna, cuyo equilibrio haría viable la vida de todos los seres que habitamos el mundo.

Diversas tecnologías se utilizan para controlar el agua a necesidad de las corporaciones (pequeñas o grandes), como los llamados “cañones antigranizo” o granífugos. ¿Qué son éstos? Según las empresas que venden estos artefactos, son dispositivos que evitan la formación de granizo y su daño en la producción agrícola.

Un cañón se acciona de manera automática mediante una pequeña estación meteorológica digital, treinta minutos antes de la tormenta, generando explosiones de gas acetileno y aire con una frecuencia de 6 segundos una de la otra. Con estos disparos se emite una onda sónica a la atmósfera u ondas de choque que se desplazan a la velocidad del sonido e interfieren en la cristalización del granizo, dando como resultado una lluvia o granizo blando en lugar de granizo macizo. 4

Se sabe que en Michoacán en el cultivo del aguacate y ahora en las berries utilizan también estas técnicas que si bien semejan las ancestrales técnicas de aventar cohetes a las nubes para redirigirlas o “hacer o evitar el llover”, estamos hablando de una escala totalmente diferente. La ciencia no se pone de acuerdo para decidir si son o no son nocivos.

Como dicen Evangelina y Fernanda: “Lo que sí es cierto es que campesinos y habitantes de estas regiones perciben fuertes cambios en el comportamiento de las nubes que se suceden tras escuchar las detonaciones. El cielo puede estar negro de nubes de lluvia, y al ser atacado por los cañones se empiezan a dispersar hasta volver a tener un cielo azul soleado. Las detonaciones generan huecos sónicos que no permiten que las nubes se vuelvan a compactar: hay entonces regiones que se ven afectadas por la falta de lluvia”.

Desde Ecuador, la situación es muy semejante. Las comunidades se quejan de “detonaciones, vacíos sónicos, y ausencia de lluvia, sequías inexplicables”.

Lo que debe quedarnos claro es que ese control sobre las nubes que ahora se quiere ejercer sin entender ni por asomo el comportamiento del ciclo completo del agua (que además se comporta según su localización geográfica, y las condiciones climáticas y estacionales que justo están relacionadas con esos ciclos completos del agua), se quiere ejercer como parte de un acaparamiento total del agua, una sobreexplotación sin miramientos del agua. Por un lado se acaparan los pozos artesanos, los acuíferos profundos, los torrentes. Por otro se impide que la gente tenga el agua necesaria al acapararla las grandes empresas y al evitar que llueva con los anti-granizos. Ahora las corporaciones y el ejército buscan la promoción de la lluvia “para apagar incendios”, para resolver la falta de agua en las ciudades. Pero en las ciudades la gente puede sufrir inundaciones por las lluvias torrenciales y no tener agua potable, disponible, no privatizada, para beber.

Pero hacerle al Dios (por eso tan pertinente lo del jardín del Edén) no tiene una racionalidad, o una espiritualidad de cuidado. Parece más el acomodaticio modo de modular sus intereses con los cambios en el clima del planeta, sin querer aceptar que el planeta ha extremado sus condiciones, justo por los intereses de las grandes empresas.

Lo paradójico es que quienes acaparan y predan el agua, al igual que las comunidades que defienden su territorio, reconocen que hay una ciclicidad del agua, una circulación de la misma. No obstante, las corporaciones y su ciencia asociada buscan entubar el agua en todo lo más posible y piensan que no afectan en lo absoluto los ciclos “abiertos” del agua, porque el agua entubada la tienen controlada (hasta cierto punto).

Por eso es tan crucial volver a las palabras de Jean Robert en El agua es un ámbito de comunidad cuando dice:

De la dependencia del agua surgió una incipiente independencia de la naturaleza, las estaciones, el destino y el peligro. A través del agua, los humanos descubrieron su propio tiempo, y su propia medida. El agua requería un orden estricto, pero no permitía una fuerza central sin la participación responsable de todos [algo que ya entreveían Karl Wittfogel y Ángel Palerm]. El que quería protección del agua tenía que proteger el agua para todos. La igualdad, para la cual el agua tiene una inclinación física, de alguna forma está relacionada con la equidad que ésta favorece socialmente.

Esto es justo lo que se va rompiendo ahora, cuando al agua se le mira como H2O, cuando se le lleva y se le trae sin entender que los desequilibrios no se reequilibran solos, porque los desequilibrios destruyen los vínculos fundamentales que están atados entre sí en una trama que nos rebasa y nos sirve de ejemplo para todas nuestras conexiones. El orden es muy bueno pero no podemos imponerlo. Tenemos que descubrirlo, entenderlo, y fluir en éste.

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NOTAS:

1. https://www.atmospherica-intl.com/
2. https://desinformemonos.org/siembra-de-nubes-riesgosa-y-militar/
3. Entre otros estudiosos que han reportado esos vínculos entre los nahuas con el agua en la Sierra Noroccidental de Puebla y la Huasteca hidalguense y veracruzana se encuentra Arturo Gómez, Anuschka van’t Hooft, David Gonzáles y Alfonso Vite.
4. https://www.biodiversidadla.org/Documentos/Ataques-politicas-resistencia-relatos-N-102

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