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PANCHO EL CULEBRAS. UN CUENTO TSOTSIL

LUIS GÓMEZ K’ULUB

Al amanecer, Rodrigo se alistó para asistir en una reunión de profesores. Se presentó al lugar y puso atención a lo que se murmuraba en el magisterio. El joven escuchó que los representantes del grupo de profesores acusaron a otros de intervenir con la negociación que estaban llevando a cabo con el gobierno. Antonio, uno de los maestros que intervino, trató de mediar y fue señalado como traidor por no coincidir con sus ideologías.

Rodrigo y Antonio, ambos jóvenes maestros de 35 y 32 años de edad, observaron que aún había compañeros que defendían a Pancho El Culebras, un profesor de 48 años de edad. En ninguna reunión se podía criticar, si lo hacías te consideraba un enemigo. Una tarde, Antonio fue invitado a la casa de Rodrigo en Jobel, para platicar sobre el profesor Culebras.

Rodrigo le mandó un mensaje de WhatsApp para asegurar la llegada de su compañero. Acostumbraban mensajearse en tsotsil: “¿bu oyot mol, mecha tal ta jna?” / “Ech, nopol xa oyuntal”. Esa tarde hacía frio y lloviznaba. La esposa de Rodrigo les sirvió dos tazas de café, los maestros hablaron sobre sus lugares de origen, y cómo era su actual centro de trabajo.

Rodrigo comenzó a platicarle a Antonio que él se integró en el equipo de trabajo de Pancho El Culebras en el 2013, en una reunión que realizaba con su grupo denominado G-4, debido a la aprobación por la Cámara de Diputados y el Senado de la República de la reforma educativa del presidente Peña Nieto. La reforma generó conflicto en el sector magisterial y detonó la organización y el movimiento social en Guerrero, Michoacán, Oaxaca y particularmente Chiapas.

El profe Culebras se encargaba de ver los asuntos del magisterio. Fue en mayo cuando inició el movimiento magisterial con una megamarcha en la capital de Chiapas. Miles de maestros y maestras querían echar abajo la reforma educativa y sus leyes secundarias. Al final de la marcha, los profesores iban preparados para acampar en el parque central por tiempo indefinido. Instalaron sus campamentos como en las películas, donde los soldados ponían sus carpas y lonas en las montañas para defender a su patria, era todo increíble. Esa misma tarde convocaron a una asamblea con los representantes de cada grupo, para tomar acuerdos sobre qué acción política realizarían. Al día siguiente, para presionar al gobierno federal y estatal, realizaron bloqueos de carretera con el propósito de instalar una mesa de negociación.

La mujer de Rodrigo interrumpió la conversación al preguntar si querían más café. Ofreció galletas y unos aperitivos. Rodrigo retomó su historia.

Cuando los profesores se instalaron en el bloqueo carretero los recibió una muchedumbre de policías equipados con toletes y gas lacrimógeno, traían orden de desalojo. El líder les decía: “Ni un paso atrás, venga lo que venga”. De la multitud salía una voz: “¡Zapata vive, la lucha sigue!”, el resto repetía las consignas. Los de seguridad se mantenían en alerta. Hablaban por su radio manual: “¡Alerta, alerta a todos los cuerpos de seguridad!”. Eso les calentaba la sangre, sentían adrenalina. No transcurrió mucho tiempo para que comenzara el enfrentamiento.

Los policías lanzaban gas lacrimógeno para dispersar a los maestros, quienes al mismo tiempo sacaron bombas molotov, cohetes y tiradores con piedras, o canicas, como municiones para repeler la agresión. Se escuchaban tronidos en ambos lados. El profe Culebras daba indicaciones para cuidarse. Los que pertenecían al grupo de seguridad lanzaban cohetes hacia los policías. Unos con su tirador y otros más, con guantes gruesos, regresaban el gas hacia los policías, quienes disparaban balas de goma, mientras lanzaban más gases. Para no desmayarse, los maestros se echaban Coca Cola en la cara. Las balas pasaban cerca de los manifestantes, alcanzando a algunos en los pies. Varios cartuchos de gas les caían en la cabeza. Era una zona de guerra, la sangre corría en ambos bandos.

Los policías hicieron retroceder poco a poco a los profesores, que encontraron una tienda departamental y con los carritos para cargar las compras hicieron un muro de contención, que los ayudó a contener los trancazos. Poco a poco se tranquilizó el ambiente y los maestros regresaron a su campamento. Los heridos estaban en el hospital.

Una vez terminada la jornada de lucha, por la tarde, los maestros se congregaron para hacer un balance del bloqueo. Tomaron nuevos acuerdos. A las dos de la mañana, los representantes regresaron al campamento a informar la actividad a realizar en las horas siguientes. Se trasladaron a tempranas horas de un lugar a otro, tomaron empresas trasnacionales y radiodifusoras, liberaron casetas e incluso hicieron boteo y volanteo para cubrir los gastos de la movilización.

Días después, la misión fue impedir una evaluación de ingreso con la nueva ley en un lugar alterno rumbo a Ocozocoautla. La sede del examen ya estaba custodiada por policías estatales y federales, tenían dos carros tipo tanquetas. Llegaron miles de profesores, pero esta vez iba por delante el grupo G-4. Estaban frente a frente con los policías, comenzaron con agresiones verbales. El cuerpo de seguridad había crecido, todos tenían cubiertos los rostros con pañuelos.

Eran las siete de la mañana cuando los policías sacaron sus gases y los rociaron en la cara de los profesores. Fue el detonante para un nuevo enfrentamiento. El cuerpo de seguridad aventó bombas molotov, mientras que los policías hicieron uso de las tanquetas de agua para dispersar a la multitud. Los profesores retrocedían por el fuerte olor a gas, luego repelían a los policías con cohetes. En medio del enfrentamiento un hombre se metió en un camión, que estaba a un costado de los profesores, y lo echó a andar, nadie lo reconoció por la cara cubierta.

El cuerpo de seguridad del Culebras fue embestido. Los manifestantes se desplegaron de inmediato: un joven profesor estaba tirado debajo del camión. Los maestros pidieron tregua por la muerte de su compañero, además ya habían detenido a seis personas. Llegó una ambulancia para recoger el cadáver. Los bomberos apagaron las llamas del camión que los maestros habían incendiado.

Al caer la tarde, los profesores regresaron caminando al campamento. La mayoría indignados por su derrota, pasaron a saquear las tiendas OXXO para descargar su coraje; cargaron bebidas, cigarros, sabritas, galletas y licores. Al día siguiente, los profesores marcharon por la avenida Central rumbo al parque para exigir el esclarecimiento de la muerte de su compañero y la liberación de los seis detenidos. Al paso de la marcha, se percataron de un hotel en donde se hospedaban varios federales. Se dio una refriega entre policías y profesores, quienes lograron arrebatarles sus chalecos anti balas, cascos, granadas y cartuchos; los inconformes retuvieron a cinco agentes federales. El grupo de Pancho El Culebras fue llamado para negociar la liberación de sus compañeros a cambios de los retenidos. Alrededor de las seis de la tarde se dio el intercambio. Se entregó a los policías y los profesores detenidos fueron liberados y de nuevo se lanzó una consigna: “¡¿Ya se cansaron?”. “¡No!”, decían como respuesta.

El G-4, encabezado por El Culebras, fue convocado a escondidas por una autoridad. Acordaron un precio. Después de eso los dirigentes ya no sabían qué hacer. Comenzaron a buscar estrategias para levantar el movimiento. El Culebras quedó solo contra tres de su G-4. Convocaron una última asamblea, donde se consultó si se levantaba el movimiento magisterial o no. Ya traían la encomienda. El resultado fue que sí se levantara. El profe Culebras jaló a un grupo de seguidores, se molestaron porque no se logró el objetivo de hacer retroceder la reforma, querían el todo o nada. Los que estaban en el campamento ya sabían que era un sí la respuesta y esa misma tarde empacaron, regresaron a sus casas. Otros más pasaron una última noche a la intemperie.

Pancho El Culebras, junto con el resto de su equipo G-4, se hizo de más adversarios. Para no tener voz y voto, dentro del recinto de asambleas, fue expulsado por ser el más radical. Como muchos ya esperaban, el jefe comenzó a aliarse con los servidores públicos, dividió a sus propios compañeros. Los redujo a grupos muy pequeños. Se quedó solo con aquellos que anteriormente les había hecho favores. La gente que creía en él lo excluyó de sus movimientos. El Culebras comenzó a difamar, a calumniar a los que lo habían encumbrado. Siguió usando las mismas estrategias de manifestación: bloqueó caminos, quemó carros como forma de presión, para buscar platicar con el gobierno del estado. Utilizó a sus compañeros. Vendió plazas, engañó a varios muchachos prometiéndoles trabajo. Muchos sabían que El Culebras hacía eso desde veinte años atrás. Finalmente fue expuesto.

Había pilas de quejas y demanda en su contra. Le abrieron carpeta de investigación. Fue encontrado culpable. Le giraron orden de aprehensión por actos “anarquistas”, daños a terceros y fue señalado como el principal autor intelectual de las movilizaciones magisteriales contra el gobierno de Peña. Lo llevaron al máximo penal, donde están recluidos los delincuentes más peligrosos.

Rodrigo le dio un sorbo a su taza de café frío: Así están las cosas, le dijo a Antonio. En la reunión nadie pudo hablar mal de él, porque sus seguidores aún piensan que es el único que sabe de política; sin analizar los cambios esperan que pronto salga de la cárcel.

Antonio apuró su taza de café. Sonrió al ver a su amigo Rodrigo: no podrá engañar a nadie en la cárcel, pasará el resto de su vida ahí. Muchos creen que hará uso de sus influencias políticas de la prisión, que en unos cuantos años podrá salir del reclusorio. Hablaremos con los compañeros, les diremos que nos ha tocado vivir nuevos tiempos. Antonio se levantó de su silla, agradeció el café y le dio un apretón de manos a su amigo.

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LUIS GÓMEZ K’ULUB, autor tseltal. El relato fue escrito en tseltal y español en un taller de la Unidad de Escritores Mayas- Zoque de Chiapas (2021). El autor sólo envió la versión en español. Aparece en la antología de cuentos Sk’op bolom sk’op choj / Palabra de jaguar, volumen II.

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