“LAS MUJERES RARÁMURI VIVIMOS LA VIOLENCIA DE DISTINTAS MANERAS” — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Reportaje / “LAS MUJERES RARÁMURI VIVIMOS LA VIOLENCIA DE DISTINTAS MANERAS”

“LAS MUJERES RARÁMURI VIVIMOS LA VIOLENCIA DE DISTINTAS MANERAS”

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

Creel, Chihuahua

Se llama Todoslosantos Villalobos, pero todos la conocen como Tere. Es originaria de la comunidad de San Ignacio de Arareko, en la Sierra Tarahumara. Desde muy joven, casi adolescente, se dedica a acompañar y a escuchar a las mujeres rarámuri, como ella. Actualmente es coordinadora de la Casa de la Mujer Indígena en Situación de Violencia, con sede en Creel.

Tere empezó como promotora en el programa de Salud y Nutrición, a los 15 años. Y a lo largo de 35 se ha formado y ha recorrido parte de la sierra acompañando casos de violencia de género dentro de las comunidades o ejercida por los mestizos contra ellas. El caso más emblemático es el de la violación de un profesor mestizo a once niñas rarámuri de entre siete y ocho años de edad, en la comunidad de San Ignacio en 2015.

El proceso de las niñas terminó en enero de 2019 con una sentencia de 83 años de prisión para el violador. Tere acompañó a las víctimas y sus familias en su terapia psicológica, con el médico legista y en el resto de su recuperación. “El profesor ya había abusado de ellas en segundo o tercero de kinder. Lo bueno fue que una de las niñas habló y puso en alerta a todos”.

La entrevista se realiza en su tienda de ropa artesanal Kari Rarámuri, en el centro de la ciudad serrana de Creel.

–¿Cómo iniciaste en este camino?

–En la comunidad había varios jóvenes que venían de diferentes lugares y prestaban sus servicios. Las dos personas que se quedaron hasta el final venían de la Ciudad de México, uno era dentista y otra era abogada. Ella formó grupos de promotores de salud en la comunidad de Gonogochi. Luego abarcaron la parte del centro, en San Ignacio, y ahí invitaron a las promotoras que se habían formado.

La planificación familiar fue algo que siempre me llamó mucho la atención, porque pensaba que si había tantos métodos anticonceptivos para las mujeres, por qué entonces las mujeres tenían tantos hijos, siete, nueve, diez o doce hijos. Yo todavía no tenía hijos en ese tiempo, pero me tocó ver a mujeres que ya tenían muchos y que fallecían en el parto, que se les quedaba la placenta dentro del útero.

–¿Y costaba trabajo que aceptaran la planificación en las comunidades?

–Era muy difícil en aquel tiempo, porque en nuestra cultura siempre se ha dicho que porque somos mujeres debemos tener todos los hijos que Dios nos manda. Los hombres recibían mal lo de la planificación. Cuando estábamos de promotoras de salud, nosotras éramos las locas que les dábamos malos consejos a las mujeres. Pero nunca nos agredieron. Recuerdo un día que se leyó un documento de las promotoras para cerrar las cantinas de Creel y que no vendieran tequila en la noche. Firmamos ese documento y las autoridades comunitarias dijeron a los hombres que llamaran la atención a sus mujeres, las que éramos promotoras de salud, porque andábamos firmando papeles.

Hicimos ese documento porque trabajando en salud y nutrición nos dimos cuenta de que los niños y las niñas más desnutridas eran hijos de padres alcohólicos. Decidimos hacer algo, buscar de diferentes maneras cómo sacar el alcoholismo, porque además traía violencia. Me molesta mucho cuando las mujeres dicen “solamente borracho me golpea”, porque eso no deja de ser violencia.

–¿Qué es lo que has aprendido en este largo caminar en la defensa de los derechos de las mujeres?

– En general los derechos de las mujeres son un tema del que nunca nos habían hablado, que tenemos el derecho a vivir una vida libre de violencia, a tener salud, a tener educación, a decidir por mi territorio, a decidir cuántos hijos quiero tener o si me quiero casar o no, a tener voz y voto en una comunidad. Todos esos derechos nadie nos los ha dicho, pero yo los he buscado y me gusta llevarlos a las comunidades. No es lo mismo que lleve yo esos derechos a que los lleve una mestiza (chabochi) en otra lengua.

–¿Cómo era o es la vida de las mujeres en tu comunidad? ¿Cómo era la tuya en tu casa?

–Crecí en una familia en la que a mi mamá la golpeaban y la tomaban a la fuerza. Yo lo vi y lo viví, veía cómo violentaban a mi mamá y ella no podía ser libre. Ella para poder sonreír, bailar y cantar tenía que embrutecerse, emborracharse para tener el valor para hacer lo que quería. Al ver todo eso me pregunté por qué pasaba, si teníamos todos esos derechos.

Yo soy la mayor de ocho hermanos. Me salí de la casa a los 14 años, a lo mejor en aquel tiempo era algo para ser libre, pero no tan libre porque salirte adolescente de la casa e irte a convivir con chavos era lo peor. No tenías el derecho a tener amistades o novios, y tener relaciones sexuales estaba prohibido. Pero a esa edad nos han casado, a los doce años hay niñas que ya las casaron. Se acostumbran esos tratos en las familias.

–¿Qué implica para una mujer indígena estar haciendo el trabajo de concientización dentro y fuera de su casa?

–Tengo como 23 años saliendo de la casa. El más chico de mis hijos tiene 26 años. Yo salía tanto que una vez llegó mi papá a mi casa y cuidó a mi niña, que tenía temperatura. Mi papá se molestó mucho y le dijo a mi pareja que si no era hombre para ponerme en mi lugar, que qué andaba haciendo a esas horas de la noche afuera de la casa. Eso me lo dijo la misma tarde, pero no contaba yo con que después de decirle eso se iba a embrutecer y me iba a meter una friega.

Cuando me metió la friega, me armé de valor y dije “no, esto no puede pasar y menos que mi papá le esté dando estos consejos al papá de mis hijos”. Mi hijo se fue corriendo a un lugar donde había un teléfono satelital y llegaron los policías judiciales. Le metieron una paliza y le golpearon el estómago. Si él hubiera conocido sus derechos y yo hubiera trabajado en la rama penal, pues yo hubiera dicho que lo estaban violentando, pero en ese momento era proteger mi integridad.

Se lo llevaron y tuve miedo, porque pensaba que cuando saliera me iba a matar. Pero no, al señor entonces creo que se le quitó lo machito y dejó de tomar. Ha cambiado bastante. Ahora me acompaña en este caminar.

–Cuéntanos cómo es una jornada, un día, de una mujer rarámuri en su comunidad.

–En las comunidades una mujer rarámuri se levanta muy temprano, a las cinco de la mañana, a poner lumbre, acarrear agua, hacer tortillas, dejarles el desayuno listo a sus hijos y al marido. Creo que ahí queda poquito de aprender y decir “ya no” al marido, “tú también te puedes servir y hacer tortillas y ayudarme a acarrear agua”.

Se acostumbra llevar a la niñez a la primaria, pero antes no. Antes era levantarte, desayunar e irte a cuidar a las cabras, ordeñar las vacas, sacarlas a pastar, y regresar al medio día para darle de comer a tu familia y seguir cuidando los animales, pero también atender la parcela. En los hechos las mujeres no tienen derecho a la tierra, pero sí la trabajan.

Los títulos ejidatarios son de los hombres. Han llegado algunas mujeres a tener título ejidal porque enviudaron, pero todavía ocurre que como enviudaste pero te fuiste con otro marido no te dejan el título y te hacen darlo a un hijo tuyo, pero tiene que ser hombre. Si rehaces tu vida te quitan ese derecho.

Cuando anochece tienes que hacer la cena. Si te levantas muy temprano, tienes que hacer el esquite para el pinole o dejar listo el izquiate, que es el maíz tostado molido en agua y se utiliza mucho en este tiempo de calor. Se lleva a la parcela a veces, pero con el calor se calienta.

–Las casas de cada familia son muy pequeñas....

–Sí, la casa es un espacio tan pequeño, y ahí es donde ocurre la violencia y se convive con ella. Es algo que a mí no me gustó nunca y no lo quise seguir viendo. Quise irme de la casa por eso. Me sentía enojada con mi mamá por permitirlo. Pensaba que si la estaba lastimando por qué seguía con él, por qué le hablaba tan bonito. Pero detrás de todo eso estaba el desconocimiento de que es un círculo de violencia y aveces te amagan, te violentan o te amenazan si los dejas. O te dicen cosas bonitas.

–¿De qué manera las rarámuri viven la violencia del crimen organizado?

–Las mujeres rarámuri vivimos esa violencia de distintas maneras. Nuestra niñez, nuestros jóvenes, se están metiendo en estos problemas. Yo no sé si los jóvenes quieren estar ahí, pero los veo metidos. Es muy triste, porque al final de cuentas ya no son ellos y ya no son rarámuri, porque el rarámuri no utilizaba armas ni se drogaba.

Ahora se meten drogas, marihuana, cristal, fentanilo. Reclutan a muchas jóvenes para llevárselas a otros estados. Tuve un caso de una chica que la reclutaron y se la llevaron. Hay trata de mujeres indígenas, adolescentes, pero no sé a dónde se las llevan a trabajar.

–Cuéntanos de tu trabajo de difusión en Anema.

–Estoy en la Red Anema (“ruido”, “hacer que se escuche”, en rarámuri) desde el 2022. El 15 de julio me invitaron a dar una plática sobre los derechos de las mujeres. De una asociación civil que se llama Siné Comunarr salieron compañeras para hacer un colectivo con perspectiva de género.

Empezamos dando talleres en diferentes comunidades sobre delitos de género y los tipos de violencia, sobre los derechos de las mujeres indígenas, o simplemente para escuchar. En el 2022 nos propusimos trabajar los diferentes temas durante un año y medio, desde marzo hasta abril de este año, a través de spots de radio en rarámuri, en español y en otros idiomas para otros pueblos, no sólo de México sino también de otros países.

–¿Cómo es el hombre rarámuri?

–El hombre rarámuri puede ser violento con la misma comunidad, con sus esposas, pero el hombre machito rarámuri no te hará nada como mujer mestiza. Así de cobardes son. Es difícil hacer entender al mundo mestizo lo que es ser mujer rarámuri, cómo es el hombre rarámuri en la comunidad, cómo se convive.

–¿Cómo se vive el racismo?

–Aquí las adolescentes o los jóvenes ya conocen muchos de estos derechos, pero si te vas a una ciudad claro que vas a vivir racismo. A las mujeres indígenas les regatean sus artesanías, no les dan valor sólo porque venden en el piso. ¿Por qué cuando entran a un Oxxo no dicen si se los pueden dar más barato?

Cuando vas a un hospital te discriminan las mismas enfermeras, ni siquiera te explican lo que te harán. Recuerdo un caso en el que llegó una mujer y le pusieron el termómetro de pistolita en la frente, siendo que es una mujer que viene del barranco donde hay violencia y nunca había visto ese tipo de cosas. Claro que se hizo para atrás porque se espantó.

Me tocó estar en un Parlamento de Mujeres Indígenas para que hubiera la iniciativa de que todo lo que tuviera que ver con perspectiva de género, asuntos indígenas y delitos de género fueran acompañados por un intérprete dependiendo del género. Que seas acompañada por tu abogada, tu defensora, que conozca de las raíces, la cultura, la lengua. Pero esto en ningún lado se está viendo y nadie lo quiere hacer. Esto es discriminación.

Para ser intérprete tienes que conocer los usos y costumbres, la raíz, el sentir, cómo ves a la mujer, si quiere declarar o si ves que no. Se acostumbra mucho que agarran cualquier intérprete que anda barriendo, que no sabe hablar 100 por ciento rarámuri, y nada más porque ven que es indígena lo agarran.

–Cómo nace esta tienda de ropa rarámuri y artesanía.

–Esta tienda tiene desde el 2000. En Kari Igomari Niwara, en la comunidad, teníamos un proyecto de educación, una primaria, un preescolar, dos tiendas de abarrotes y una tienda de artesanías. Primero estábamos en la placita para vender, pero luego no compraban porque las cosas se ensucian o se ponen de otro color. Eso les quita valor.

La idea de poner la tienda aquí era ganar el precio justo. “Yo lo hago, yo lo vendo y yo le pongo precio”. La mayoría de las rarámuri hacen su ropa. Yo confecciono las blusas de manta para turistas.

–Ya para finalizar, ¿te gustaría hablar de tu familia?

–Tengo tres hijos, un joven de 31 años, él es profesor en Cuauhtémoc, mi hija de 30 años es profesora en Cuauhtémoc, y tengo un joven que está estudiando Criminalogía en Cuauhtémoc también. Tengo un nieto de 9 años y mi nieta que hoy cumple dos años. Ellos son mi familia, mis papás, mis hermanas y mis hermanos. Yo tengo 50 años.

–¿Y eres feliz?

–Yo sí soy feliz. Más feliz me siento cuando logro darle resultados a una mujer que fue violentada, que se judicializó la carpeta, que se sentenció tal persona. Siempre traigo en mi mente que el otro tiene que pagar, que a ella no le tienen que hacer eso.

–¿Cuál es tu sueño?

–Mi sueño es seguir ayudando a las mujeres, dar asesoría, capacitación. Mi sueño es que en todas las instituciones de gobierno sean realmente atendidas las mujeres, como debe de ser. Que seamos respetadas, escuchadas, y que realmente haya intérpretes.

Algo que he querido desde hace casi tres años es hacer mi preparatoria. Todavía no lo logro, pero estoy buscando. Quiero hacer una carrera.

___________

*Versión resumida de la entrevista publicada originalmente en Desinformémonos.

comentarios de blog provistos por Disqus