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LA SEMILLA Y LA PALABRA

YAXKIN MELCHY
Smalaojukutik yan balamil
balamil te yu bu jk’ejojtik li’nuti
snak’oj li xolobal spamlejal lekilale
xlik anuk talel te jt’unubtik
ovolinem te syol kuxlejal

Pero nos aguarda otro mundo
mundo donde resguardamos el morral
en el que se encubre la luz del horizonte
y llegará con nuestro sembradío
esparcido con la semilla de la vida

 

“Otros Mundos”, Ruperta Bautista

 

Nosotros somos naturaleza» es la frase que repiten los poetas, los abuelos y abuelas, los defensores del medio ambiente y quienes promueven la vida y la ecología. Pero ¿cuál es el significado profundo de esta frase? Sin duda se trata de una forma de comprender el mundo y de sentirse relacionado con el mundo. Es decir, sentirse unido a la gran diversidad de seres vivos, a la tierra y al universo. En una ocasión le preguntaron a la poeta ñuu savi Celerina Sánchez si ella escribía sobre la naturaleza. Ella respondió: «En mi poesía yo hablo de la naturaleza, pero eso es porque nosotros somos naturaleza, el ser humano es naturaleza». Su respuesta llena de naturalidad y sentido común es un llamado a no olvidar que los seres humanos compartimos un mismo origen con todos los seres vivos.

Cuando dejamos de comprender y sentir que nosotros somos naturaleza, automáticamente dejamos de comprender y sentir que somos seres humanos. Hoy en día, esto es precisamente lo que está ocurriendo en una escala global. Cuando desconectamos nuestros sentidos, nuestros cuerpos y nuestros corazones de otros seres vivos, nos enfermamos de soledad y surge en nuestro interior un vacío existencial. Dicho vacío es como un agujero negro de insatisfacción que se apodera poco a poco de nuestra forma de vivir, de pensar y relacionarnos con los demás.

Ingrid Toro y Omar Felipe Giraldo han planteado la existencia de un tipo de diseño social de los afectos que guía nuestras formas de querer, anhelar y soñar el futuro, el cual llaman régimen de la afectividad. Lamentablemente, nos dicen, al desconectarse existencialmente de la naturaleza la sociedad global moderna ha creado un régimen basado en la falta de empatía, la mercantilización y la crueldad hacia los seres vivos y los seres humanos. Se trata de un régimen tóxico que simultáneamente nos aísla y nos convierte en depredadores insaciables de la naturaleza y la humanidad. Dicho régimen se ampara en formas de entendimiento que objetivizan la vida, la priorización de visiones mercantilistas y el predominio de la guerra y la enajenación para seguir expandiéndose. Pensarse ajeno a la naturaleza, nos dicen Toro y Giraldo, no es algo de nacimiento, sino adquirido a través de un anestesiamiento progresivo de nuestra capacidad empática con otras formas de vida, la violencia y el sufrimiento. El resultado es un estilo de vida guiado por el egocentrismo, la acumulación, la vanidad y el poder.

De manera similar, sabios y sabias de distintos pueblos indígenas han expresado que el problema ecológico actual del mundo es resultado de un largo proceso de pérdida del tejido que une al corazón humano con la voz de la tierra y el cosmos, lo cual tiene como resultado un corazón desarraigado del mundo y de su propia humanidad. Pero no solamente se trata de corazones, sino de mentes, sentidos y cuerpos desarraigados, desenraizados, desconectados y desvinculados de la vida en la tierra. El problema al que se enfrentan las sociedades modernas no es mayormente la falta de conocimiento o tecnología para vivir «ecológicamente», sino un mundo «en crisis» cada vez más sumido en el desamparo y la falta de corazón. Desde mi punto de vista, la modernidad enfrenta un problema ético y ambiental que no ha sido enfatizado: sin corazón humano y amoroso no hay modernidad «ecológica» en la que valga la pena vivir. Sin embargo, no conviene ser alarmista, sino apuntar que la tierra misma, que es como una madre siempre presente, nos enseña cómo sanar nuestro corazón para cuidar de este hogar común. Es decir, un pensamiento ecológico profundo apunta a que es posible encontrar una modernidad «ecológica» en la que valga la pena vivir si, y sólo si, permitimos que la naturaleza nos hable al corazón.

Escuchemos nuevamente a la naturaleza y encontraremos las semillas de un buen entendimiento y una vida equilibrada, satisfecha y basada en la reciprocidad. Ésta es la noción común de muchos pueblos indígenas y un principio presente en todas las grandes enseñanzas espirituales del mundo. Como ha dicho con mucha claridad el poeta Pedro Favaron, mucha de esta sabiduría encuentra en la voz poética su forma natural de expresión. El lenguaje poético es parte de la ecología humana, un bien común de todos los pueblos, y también un camino que contribuye a orientar ecológicamente la modernidad, o las modernidades. Los poemas que nacen de un diálogo entre las voces de la naturaleza y el corazón humano son un verdadero tesoro de reconexión para este mundo desamparado. Es cierto que un poema o una obra de arte no van a solucionar problemas inmediatos como los de la contaminación o la violencia, que requieren de sus propias medidas y estrategias, pero sí influyen de manera significativa en el rumbo de una generación respecto a la siguiente. Un poema, un canto, una obra de arte no cumplen la función de una planta potabilizadora, o un decreto para proteger un ecosistema, pero siembran en el pensamiento y en el sentimiento una voz que no se borra.

En lo que llamamos actualmente México existe un gran abanico de expresiones de la palabra poética, desde los rezos de los oradores tsotsiles a los corridos norteños, pasando por la poesía de autores como Sor Juana Inés o José Emilio Pacheco, el spoken word y la poesía de los compositores y cantantes populares. Para navegar con rumbo por ese gran universo de poéticas, Mónica y yo hemos decidido guiarnos por una pregunta: ¿cómo son las poéticas que mantienen un diálogo con la naturaleza en México? Para ello hemos realizado una intensa exploración que no agota la pregunta, sino que apenas nos permite ofrecer una mirada dentro del abanico. El resultado de nuestra búsqueda nos sorprende, México está lleno de caminos de sabiduría, emoción, asombro y reflexión crítica sobre la relación con la naturaleza. Hemos optado por abrir lo más posible el abanico para crear esta antología, que de manera metafórica es también un saco de semillas poéticas. Hemos seleccionado estas semillas poéticas pensando en nosotros mismos, es decir, en lo que verdaderamente creemos que nutre nuestro corazón.

Para crear Semillas de nuestra tierra hemos toma do como referente las tres muestras que la preceden: Voces del limoVersos del sur Cantos del meandro, que nacen de la idea original de Pedro Favaron. Nos hemos sumado al espíritu de estas muestras, el de abrir espacios de encuentro entre literaturas y poéticas diversas (especialmente las de los pueblos originarios) bajo la convocatoria del término «ecopoético», el cual reúne dentro de un nuevo campo de la crítica y la creación artística las obras y reflexiones en torno a las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Conviene precisar que para nosotros lo ecopoético (ecológico y poético) no es un término para introducir alguna prescriptiva poética o literaria, sino una herramienta para ir reconociendo distintas poéticas en diálogo con la madre naturaleza, el territorio y la casa común. El sentir ecopoético nos llama a reconocer la palabra poética y ecológica de las distintas lenguas que se hablan en México, la diversidad de regiones y los distintos modos de expresión poética. Compartimos con Pedro Favaron y Ángela Parga la visión de que no conviene aferrarse ciegamente a los conceptos de la academia. La ecopoética es ante todo un concepto-sentir para guiar la escucha y el reconocimiento de la palabra sabia y poética en diálogo con la naturaleza.

Hemos realizado esta búsqueda de la palabra ecopoética considerando tres ejes: la palabra que habla para advertirnos de los peligros ecológicos, la palabra que habla para mostrarnos la diversidad de relaciones entre los seres vivos y los seres humanos, y la palabra que habla para heredarnos las sabidurías de nuestros abuelos y abuelas. Sobra decir que no creemos que un eje excluya a los otros, sino que se superponen y complementan. Somos conscientes de la destrucción de los territorios, el extractivismo y la violencia hacia otras formas de vida y seres humanos y sabemos que la poesía puede advertirnos y convocarnos para cambiar el curso de estas prácticas. Sin embargo, creemos que más allá de la inmediata denuncia, la poesía con su lenguaje del corazón y su apertura espiritual puede indagar en la profundidad, la belleza y la ancestralidad del mensaje ecológico. En resumen, los tres ejes que articulan esta muestra ecopoética son la palabra de advertencia ecológica, la palabra de relación con el territorio y la palabra de los saberes poéticos.

El eje de la advertencia nos permite explorar cómo las palabras poéticas y formas artísticas nos advierten, casi de manera profética, del rumbo al que se dirige la civilización moderna. Las palabras poéticas acompañadas de claridad de visión y una refinada sensibilidad son un balde de agua para despertarnos del letargo. El eje de la relación con el territorio nos permite explorar los distintos tejidos y patrones de relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Se trata de formas poéticas de pensarse, relacionarse, soñarse, contemplarse y celebrarse: desde cómo miramos al mar en un día de paseo por la playa hasta cómo cultivamos una milpa. Hemos indagado en distintos diseños o patrones poéticos con los que el corazón practica una reconexión afectiva con la naturaleza. Finalmente, el eje de los saberes poéticos explora la memoria y sabiduría viva de los territorios presentes en la palabra poética de nuestros abuelos y abuelas. Estos tres ejes fueron fundamentales para guiar esta muestra ecopoética, pues dan cuenta de una misma práctica de crear tejidos humanos con la naturaleza.

A diferencia de lo que se argumenta en algunos foros en donde se sostiene que para revertir la destrucción ecológica debemos concentrarnos en desarrollar planes, inversiones y tecnología, desde nuestra visión deberíamos dar prioridad al cultivo de un corazón de espíritu humilde, a la apertura de los sentidos y al entendimiento de las sabidurías de nuestros abuelos y abuelas. Por supuesto que ello no implica negar la importancia del desarrollo. Sin duda, la contaminación en las urbes mexicanas y la destrucción de la biodiversidad requieren de planes, inversiones y desarrollos tecnológicos. Pero añadimos que debemos abrir más nuestra comprensión del problema, porque las aguas negras del resentimiento, la crueldad y la enajenación que se encuentran al fondo de las conductas que destruyen el medio ambiente requieren un desarrollo de lo humano en el mediano y largo plazo. Este desarrollo humano ecológico, a su vez, requiere de los cantos de empatía, disfrute y belleza que nos brindan las artes. La poesía que dialoga con la naturaleza trabaja descontaminando el corazón humano, sacándolo de aquello que el ambientalista Fernando Césarman llamaba el «neblumo» de la sociedad moderna. Si no tuviésemos esta certeza, si no escucháramos la voz de estos poetas y artistas como arroyos que traen agua limpia y fresca, no tendría sentido hacer esta muestra.

Frecuentemente se dice que la palabra poética conmueve el corazón. Esta noción es tan antigua como la palabra misma y es el principio que nos permite afirmar que lo poético es un motor de cambio. Las imágenes sonoras, sensuales, espirituales e intelectuales del lenguaje poético y artístico nutren identidades, sueños, anhelos y aspiraciones que son la energía que impulsa desde el fondo el cambio de una sociedad. Todos nos hemos formado una imagen de nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo recurriendo a las imágenes y palabras que nos han encantado desde que éramos niños y niñas. En este sentido, que sigue la línea de estudios hermenéuticos, lo poético también participa en la formación de lo que la filósofa Blanca Solares llama una imagen afectiva de la naturaleza. En esta introducción me gustaría retomar una pregunta que ella se ha hecho: ¿es posible el cultivo de un imaginario capaz de reorientar nuestra experiencia sensible y afectiva, consciente y racional, de las relaciones, ahora desgarradas, entre hombre y naturaleza? Nuestra respuesta afirmativa viene de la mano de nuestra propuesta de la semilla poética, es decir, la poesía como una semilla de relaciones.

La semillas es, citando a la poeta Ámbar Past, «el milagro donde se atesora la vida nueva». Todo lo que sembra mos como una semilla en nuestro espíritu crece y da frutos mientras crecemos. La activista zapoteca Janet Martínez nos recuerda que la semilla es también la posibilidad de llevar consigo el jardín de un idioma, sueños, cultura y estructuras organizativas a través de los territorios. Y desde la gran región de Aridoamérica el escritor biorregionalista Gary Paul Gabhan ha dicho que «una semilla es realmente algo espiritual como material. Contiene la chispa de la vida que permite que el proceso regenerativo suceda. Necesitamos las semillas porque son la manifestación metafísica del concepto que tenemos de la esperanza». En síntesis, la semilla es tesoro de vida, intrépida viajera y portadora de esperanza.

Nos gusta la metáfora de la poesía como semilla, pero también sabemos que hay de semillas a semillas. En esta compilación titulada Semillas de nuestra tierra, hemos buscado recolectar buenas semillas. La grata sorpresa que hemos recibido ha sido constatar que vivimos en un momento de mucha calidad y generosidad. Tan es así que hemos tenido que limitarnos a seleccionar tan sólo una parte de la vasta riqueza que encontramos en el camino. Creemos que después de tres años de trabajo es un buen momento para compartir estas semillas y que cada quien vea qué es lo que planta en su corazón. De uno depende sembrar lo que se lee y escucha, cuidarlo con la memoria, la reflexión y compartirlo. En estos poemas y propuestas hay semillas de aquellas que se siembran en el corazón una vez y se disfrutan a lo largo de la vida. Hay otras que quizá merecen varias relecturas. En todo caso son semillas cuyos frutos diversos alimentan el espíritu de la ecología de hoy y un sentido de plenitud existencial como seres humanos.

Finalmente quiero mencionar que la colección «Ecopoéticas de la Madre Tierra» está dividida en tres secciones. La primera la hemos titulado simplemente «Ofrenda de sentires» y es un atisbo mínimo de ciertos sentires que creemos están vivos en el suelo profundo del sentimiento ecopoético en México. La segunda titulada «Semillas ecopoéticas de México» es nuestra selección de poetas del siglo veinte y veintiuno comentadas por críticos y escritores de distintos territorios y nacionalidades a quienes hemos invitado a realizar una lectura ecopoética sobre estos poemas desde sus propios saberes. Queremos ofrecer una ventana a la reflexión ecopoética sin caer en el academicismo rígido, sino respetando el estilo con el que cada comentador y comentadora respondió a nuestra invitación. Por último, la tercera sección titulada «El pensamiento poético y sus afinidades ecológicas» busca ofrecer una visión amplia de lo ecopoético más allá de la estrechez del concepto de literatura. Creemos que esto es necesario dentro del mundo literario mexicano, todavía anquilosado en un canon urbanocentrista, centralista y eurocéntrico. Consideramos que la ecopoética es un cruce de caminos y rutas de poemas, una red de sacbés para reencontrarnos con el corazón del ser humano que es naturaleza. Este trabajo es nuestra humilde ofrenda.

Tsukuba, Ibaraki, Japón. Enero de 2023.

 

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Introducción de Semillas de nuestra tierra: muestra ecopoética mexicana, tomo número 4 de la colección Ecopoéticas de la Madre Tierra, editado por Mónica Nepote y Yaxkin Melchy (Cactus del Viento, 2023), que se puede descargar en: https://cactusdelviento.wordpress.com/portfolio/iv-semillas-de-nuestra-tierra-muestra-ecopoetica-mexicana/ (para conseguirlo impreso, escriba a [email protected]).

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