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EL POETA NAVEGA EN SU SANGRE

ADOLFO RUISEÑOR

Canario de la Cruz,

Mayinaj,

Colección Tz’akbu Ajaw,

Coneculta, Tuxtla Gutiérrez, 2021.

 

En Mayinaj el proceso creativo se desarrolla en dos lenguas (c ́hol y español) cuya concepción al pasar de una a otra expresión lingüística se definiría como transcreación, según postulaba el gran poeta brasileño Haroldo de Campos. Aclaro: no una traducción literal, sino las correspondencias del sonido y sentido en la otra lengua en la que se vierte el poema desde la lengua original.

Mayinaj, al que en un ocurrente juego anagramático podríamos denominar ‘Ymajina’ o ‘Imajyna’, es decir ‘imagina’. Hay que agradecer la generosidad de su autor por ofrecernos en dos voces su trabajo poético, pleno de fuerza, lirismo y calidad, divisas tan escasas en las corrientes de la poesía actual chiapaneca.

La fundación poética (refundación) de una visión del mundo, que parte de los mitos y arquetipos culturales de una comunidad específica de hablantes de un idioma del tronco mayense, cuya música es hermosa, pero que en español también alcanza los altos vuelos de la pluma del ave de su canto original.

Canario de la Cruz crea, recrea y comparte. Mayinaj es “casa de puertas abiertas”; el solar nativo, el lugar al que siempre retorna, la casa pues donde nos franquea puertas y ventanas y nos recibe en la mesa de su florida natura para que lo conozcamos en el azogue que han levantado sus versos: “En casa de puertas abiertas / entra la llama del fuego/ y funda / en un grano de arena / azules esteros / donde escuchan blancos caballos / y pueblan nevada espuma...”.

Decía Luis de Góngora (cito de memoria) que sólo es amor aquello que no lo es por otra causa. Yo diría, aplicándolo a la lectura del poemario, que sólo es poesía aquello que no lo es por otra causa.

Hallamos en Mayinaj un bagaje poético expresado con presteza y eficacia. Hay, además, una verdadera poiesis, todo un proceso creativo, no la prosa caduca y antipoética que disfraza lo que no es un poema en poema, cortando simple y llanamente la narrativa coloquial y hueca, expandiéndola en la blancura de la página que merecería mejores días. Por el contrario, De la Cruz nos devuelve la fe, nunca del todo perdida, de que todavía es posible renovar e inundar de frescura la expresión poética (en cualquier idioma y desde cualquier idioma) y esperar que surjan esplendores.

En el apartado “Claves fonéticas”, el poeta nos advierte que el orden sintáctico del c’hol es diferente al español. En el idioma materno de Canario, la oración se construye iniciando con el verbo seguido de un auxiliar, después con un pronombre demostrativo y al final va el sujeto. Y ejemplifica: “Compra naranjas ese Juan”, ejercicio que él aplica en los versos que integran Mayinaj.

Este caso me recuerda traducciones que he realizado del portugués al español. Por ejemplo, en el inicio del famoso poema de Vinicius de Moraes “Receita de mulher”: “As muito feas que me perdoem, mais a beleza é fundamental”, que yo traduje alterando la sintaxis (como lo hace Maynaj); en lugar de decir “Las muy feas que me perdonen pero la belleza es fundamental”, traduje “Que me perdonen las muy feas, pero la belleza es fundamental”. Aparentemente un simple cambio, pero hay bastante más. Tengo la convicción de que los poemas que integran Mayinaj sobrevivirán el curso del tiempo.

Pero “tiempo” quiere decir lectura y, específicamente, “lectores”. Hablamos de una conversación: boca que habla y oreja que escucha. Es un acto de comunicación, pero también de comunión. Luis Cardoza y Aragón decía que
la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre. Y en Mayinaj hay ontología y epistemología, ser y conocimiento del ser abismándose sobre sí mismo. Hay un hombre que, a través de su canto, busca, lucha y gana su lugar en el mundo y nos lo canta a vuelo de pájaro.

El poeta nos devela que somos naturaleza en pleno acontecer dialéctico. Cuando el saber se distingue en un texto poético, nuestros ojos hablan con los oídos, escuchan con la boca, conversan con el silencio o el ruido. En plena sinestesia el mito poético vence y se reinventa, acaso para decirnos, como lo expresaba Daniel Robles Sasso, que no estamos solos en el mundo, que un escuadrón de pájaros nos advierte.

El poeta navega en su sangre, vuela montado en su alma, es la llama del guerrero o el resplandor de la luna o el verdor de la floresta. Vela sus armas, sus mayores lo recuerdan: no hay renuncia al inevitable destino, hay asunción que luego es ascensión, elevación y caída, solamente para descubrir que estamos hechos de todo lo que nos rodea, viento y nube, agua de río u océano, llama que arde vigorosamente o languidece, piedra que nace de la honda, impulso, vuelo y plumas en estruendo.


Mientras, su canto no duerme porque es voluntad de ser y existir, de acto y pensamiento, viajando al interior de la semilla original, que luego brota hierba y se hace mundo. Ese mundo, esa memoria es Mayinaj: “Volví de la ciudad quemante / Trayendo conmigo el fuego... / Y sumergido en la pupila de Tojil / toco la flauta en llamas. / Evoco a Mayinaj / La memoria despierta pájaros / en la hondura de mi lengua”.

Raíz y cielo en la singladura de su embarcación, donde el tiempo corre hacia atrás y soñamos el pasado que esperamos desde lo por venir. Alguien o algo algún día desarmó el rompecabezas donde cada criatura del mundo tenía su lugar original. Y ahora toca al poeta recomponerlo, recoger brazos y piernas, cantos y sueños, porque el ave canta aunque la rama cruja: “Mi lengua cantaba fuego / y encendía el calor de mi cuerpo. / Al cerrar los ojos / apareció mi estirpe: / ‘¿Quién soy?’ / apenas pregunté / y mi voz regaba cenizas / dibujando caimanes bajo el sol”.

De la Cruz refresca desde su idioma original el idioma del otro. Su aliento poético, mejor dicho, sus alientos poéticos, nos recuerdan que no hay una sola voz, sino multiplicidad de voces y visiones: “Nací de la tempestad del firmamento. / ‘Serás escriba’, me dijo abuela Maíz”.

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